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Historias de boxeo

Triste campeón: Mancini, entre el éxito y el dolor

El estadounidense tuvo un momento glorioso, pero también sufrió mucho cuando un rival murió luego de noquearlo.


Corría la década de los ochenta del siglo XX. Era el mimado de los promotores de boxeo norteamericano. El elegido para las mejores carteleras profesionales de alto nivel. Raymond Michael Mancino nació en Youngstown, en el estado de Ohio, el 4 de marzo de 1961. Hijo de italianos. Familia numerosa y respetuosa de las tradiciones. Era un chico de barrio, como tantos. Buena pinta y con un carisma seductor. Se mezcló desde muy joven en el ambiente de los guantes y las narices chatas. Su padre, Lenny, un destacado boxeador de la división liviano en los años treinta, los guió en sus primeros pasos.

Papá Mancino tenía un estilo que luego adoptaría su hijo: ofensiva constante, tirar manos de todos los ángulos y nunca retroceder. Cuando Estados Unidos ingresó a la Segunda Guerra Mundial, Lenny se enroló en el ejército. Al regresar siguió boxeando, pero sin la eficacia anterior. “Estaba quebrado interiormente. Si no hubiese sido por la guerra, era campeón mundial”, afirmó el recordado entrenador Ray Arcel.

El joven Mancino adoptó el nombre de Ray “Boom Boom” Mancini. Su despegue profesional fue rápido y exitoso. Debutó a los 18 años y a los 20 enfrentó por el título mundial liviano del Consejo (CMB) al nicaragüense Alexis Argüello. Perdió por nocaut técnico en el capítulo catorce.

Manejado por Dave Wolf y con Bob Arum como promotor, pasó a ser figura en las transmisiones de la CBS, señal de televisión en canal abierto, que emitía las mejores veladas del momento.

Ray Mancini creció admirando a su padre. Veía en él a un héroe. Del ring, de la guerra y de la vida. Modeló su estilo, calcando movimientos de Lenny. Cinceló su temperamento escuchándolo hablar.

El 8 de agosto de 1982, en la parte posterior del Caesar Palace de Las Vegas, venció por nocaut a los dos minutos y 54 segundos del primer round a Arturo Frias. Logró la corona máxima de los livianos de la Asociación (AMB).

Ray  Mancini era un huracán sobre el ring. Ciento por ciento ofensivo. Un enorme corazón. Amor propio y temperamento sobresaliente. Heredó el apodo y espíritu guerrero de su padre. Nunca olvidó que Lenny tuvo la satisfacción de lucir en su pecho la condecoración “corazón púrpura”, como héroe de la guerra; pero con la frustración de no haber obtenido el campeonato mundial. Alguna vez le confesó a un periodista neoyorquino: “No quiero el título de la Universidad, sino el que mi padre no pudo ganar en un cuadrilátero”.

El futuro parecía diseñado a su medida, La idea del joven italo-americano logrando fama,  dinero y reconocimiento, se había instalado en su vida. Según el periodista Thomas Hauser “Mancini fue elegido por el público norteamericano como el muchacho del éxito”. El creativo publicista de la Top Rank, Irving Rudd lo definió: “Es el joven americano con un toque de mozzarella”.

Pero sabemos que el destino es engañoso, esquivo y presenta sorpresas en cada curva de la vida. A los 21 años, Ray  enfrentó al coreano Deuk Koo Kim. Defendió el título mundial. La pelea fue abrumadoramente favorable al campeón. Kim recibió un intenso castigo. Ante un impiadoso árbitro y un cruel rincón, el coreano cayó fulminado como un fardo. Golpeó el occipital con la cuerda inferior y la lona. Nocaut en la decimocuarta vuelta.

Desde el ring fue llevado inconciente al hospital. Después de cuatro días de agonía: falleció.

La noticia corrió como pólvora encendida. El mundo se conmovió. El planeta boxeo se estremeció. La desolación ocupó todos los espacios del pugilismo. Para Ray Mancini fue tremendo. Quedó muy afectado y las consecuencias colaterales no tardaron en aparecer. Viajó a Corea al sepelio de su rival. Fue bien recibido. Los compatriotas de Deuk Koo Kim consideraron que había muerto como un guerrero. Con nobleza y honor.

Luego de ese combate, el Consejo Mundial (CMB), redujo de 15 a 12 los rounds en títulos mundiales. Cuatro meses después, la madre del boxeador coreano se suicidó. El árbitro: Richard Green, se quitó la vida en 1983. No soportaron tanto peso.

Ray Mancini nunca más fue el mismo. Su espíritu combativo fue desapareciendo. Resistiendo un  enorme e íntimo dolor, perdió el título ante Livingstone Bramble, en Búfalo, la noche del 1 de junio de 1984. Fue por nocaut técnico. Curiosamente en el round catorce, el mismo en el que cayó con Alexis Argüello y noqueó al coreano Kim. Sólo tenía 23 años.

Combatió siete años más, pero estuvo lejos de sus mejores días. En la Pequeña Italia de Nueva York, se hizo actor y productor cinematográfico. Llegó a conocer y relacionarse con personajes de antecedentes oscuros. Por ejemplo: el mafioso John Gotti que murió en prisión. Su padre falleció a los 84 años en 2003. Protagonizó películas y algunas las produjo directamente. Fundó la empresa “El Campeón Cigar Company”.

El escritor Mark Kriegel escribió su biografía en el libro “El buen hijo”. Como dijo Hauser: “representó a la comunidad estadounidense, de la misma forma que Manny Pacquiao lo hizo con Filipinas”.

Ray “Boom Boom” Mancini, el joven corazón de león que con bravura, persistencia y mucha vergüenza deportiva, transitó el camino del éxito y el sendero del dolor. La felicidad y el drama fueron sus visitantes. Se vistió con ropas de comedia y de tragedia. Salió adelante utilizando, seguramente, los mecanismos que lo sacaron de momentos dificiles en el ring. Hoy suma recuerdos y mira el futuro. Jamás olvidó a su padre y mucho menos que pudo cumplir su deseo: ganar la corona mundial en una noche de luces y misterio….

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