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Tres hijos de desaparecidos declararon en la causa Guerrieri

El TOF 1 de Rosario escuchó tristes y trágicos testimonios de secuestro y muerte de militantes durante la dictadura.


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Tres hijos de militantes desaparecidos durante la última dictadura en el centro clandestino Quinta de Funes declararon ayer ante el Tribunal Oral Federal 1 (TOF1) de Rosario en el juicio oral por delitos de lesa humanidad de la causa conocida como Guerrieri II, en la que hay doce imputados y 27 víctimas.

Sabrina Gullino, hija de los militantes montoneros Tulio “Tucho” Valenzuela y Raquel Negro, dijo en relación con los acusados que “estos tipos que están acá son los responsables de que mi hermano no esté hoy”.

“Mi hermano es un desaparecido con vida, yo no lo puedo llamar por teléfono, no puedo estar con él cuando quiero”, añadió la joven en relación con su hermano mellizo, nacido el 4 de marzo de 1978 junto a ella en el Hospital Militar de Paraná, durante el cautiverio de su madre.

El caso se analizó el año pasado durante un juicio oral en la capital entrerriana, en el que se ventiló que Sabrina Gullino fue entregada en adopción, mientras que se desconoce la suerte de su hermano mellizo.

Gullino recuperó su identidad en diciembre de 2008 y pudo reencontrarse con su medio hermano Sebastián Álvarez, hijo de una anterior pareja de Raquel Negro, quien ayer no declaró ante el TOF1 por razones de salud.

Ante el comentario de uno de los abogados querellantes en relación con que el acusado Pascual Guerrieri, ex jefe del Batallón de Inteligencia 121 de Rosario, es un anciano que quiere estar con sus nietos, Gullino miró a las cámaras que transmiten el juicio y se dirigió al militar retirado, que no participa de las audiencias en la sala.

“¿Dónde tengo que mirar? ¿Ahí miro? ¿Por qué no dice dónde está? ¿Por qué no puede decir algo de mi hermano?”, requirió la testigo.

“Pero como sé que ustedes tienen valores diferentes y un pacto de silencio, a lo mejor le puede interesar la recompensa que sacó el Ministerio de Justicia (por datos sobre niños robados durante la dictadura)”, dijo.

Luego declaró Pablo del Roso, hijo de los militantes cristianos Stella Hillbrand y Domingo del Roso.

“Primero fallece mi viejo, asesinado el 10 de febrero de 1977, por el recorte de diarios que tengo en un supuesto enfrentamiento”, dijo, y luego aclaró que cuando su abuelo recibió el cuerpo –por el que tuvo que pagarle a una persona que la contactó por teléfono– tenía “38 impactos de bala y había sido acribillado”.

En el juicio se ventila el secuestro y desaparición de su madre, capturada presumiblemente por “la patota” del Batallón de Inteligencia 121 de Rosario, cuyos integrantes son los acusados en el proceso.

El joven explicó que a pesar de que tenía 3 años y medio cuando secuestraron a su madre aún recuerda el hecho.

“El 5 de agosto (de 1977), cuando la secuestran a mi mamá, es un recuerdo que a pesar de haber pasado 36 años me ha quedado grabado, es el único recuerdo que tengo de mi vieja”, dijo.

Explicó que estaba esperando a su madre en un auto mientras hacía compras y, “cuando sale por segunda vez, es interceptada por un auto, se bajan cuatro o cinco hombres de civil, para mí era un Torino rojo”.

“La meten a mi vieja en este auto y yo no la veo más”, añadió, y contó que “uno de esos hombres se sube al auto mío, cuando se sube yo le digo que no me mate, y me dice que no me preocupe que (el arma) está descargada, y se pone a conducir. Es la última imagen de ese momento”.

Por último declaró Fernando Dusex, hijo del militante montonero desaparecido de igual nombre, secuestrado en los centros clandestinos Quinta de Funes, Escuela Magnasco y La Intermedia.

“Desde que tengo conciencia mi madre siempre me explicó la situación de mi padre, siempre intentó explicarme qué era un desaparecido”, dijo el joven sobre Cecilia Nazábal, militante de organismos de derechos humanos fallecida el noviembre de 2011.

Tras brindar detalles sobre la investigación realizada por su madre sobre el paradero de su padre desaparecido, de la que él comenzó a participar cuando fue más grande, el joven contó una anécdota familiar para ilustrar la esperanza de reencontarlo.

“Todas las navidades, hasta el año 2000, había una silla en la mesa para mi padre”, dijo a los jueces.

Por último, dijo que espera “algún mínimo de decencia de los imputados, un gesto de decencia que permita saber realmente qué pasó, nada más que eso”.

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