Espectáculos

Tiempos de educación libre

Dos investigadores abordan la experiencia de las escuelas racionalistas impulsadas por los anarquistas en territorio mexicano y argentino donde, fueron vistas como herramientas indispensables para la transformación social.


HISTORIA
La educación libertaria en la Argentina y en México (1861-1945)
Martín Alberto Acri y María del Carmen Cáceres
Libros de Anarres / 489 páginas

“La educación y la pedagogía libertaria fueron vistas por la mayoría de los precursores y militantes ácratas, a lo largo del siglo XIX y el XX, como un factor potencial para la transformación social. Un medio real para la liberación de la opresión y la alienación cotidiana del sistema capitalista, de los hombres. Tales ideas fueron heredadas de la filosofía de la Ilustración y de los socialistas utópicos”, afirman Martín Alberto Acri y María del Carmen Cáceres, autores de La educación libertaria en la Argentina y en México (1861-1945), un texto que recorre la historia de la experiencia educativa racionalista impulsada por los anarquistas a principios del siglo XX. En una entrevista con El Ciudadano, los historiadores reflexionan sobre los alcances de aquella práctica que tuvo su inspiración en la Escuela Moderna del español Francisco Ferrer Guardia, entre otros, de quien incluso se editó una revista en la Buenos Aires de entonces.
“En primer lugar, podemos decir que la educación libertaria se fue conformando por múltiples corrientes, tenemos desde la ideas promovidas por Mijail Bakunin, Pedro Kropotkin, pasando por Eliseo Reclus; y podemos agregar la resignificación que se dio en México (por su realidad campesina) por Plotino Rodakanaty, y en el Río de la Plata, por Julio Barcos entre otros”, afirma María del Carmen Cáceres. Porque ese tipo de enseñanza “manifiesta la expresión del ser humano contra la explotación y contra las instituciones burguesas. Pensemos también en que contrasta con la consolidación de los sistemas educativos estatales tanto en Europa como en América. El sistema de Instrucción Pública constituía un sistema rígido, autoritario y expulsivo”, señala la investigadora.
“En nuestra investigación vimos que muchos hijos de obreros, trabajadores, campesinos no podían acceder a la escuela porque debían trabajar, y los adultos menos. Se pregonaba una educación sin premios ni castigos, con el acceso al pensamiento científico y académico para ambos sexos, que hasta entonces sólo estaba disponible para los sectores pudientes. Se les daba protagonismo a los «alumnos» que pasaban a tener un rol activo, tal como ahora aparecen en las currículas educativas. La libertaria, era una educación integral donde se plasmaba el saber manual con el intelectual”.
Según Acri, la enseñanza planteada por los anarquistas “como modalidad de enseñanza y aprendizaje para el siglo XIX planteó cosas que estaban muy avanzadas para una época con un corpus de ideas y prácticas concretas que tendieron al desarrollo de una pedagogía humanista, integral, antiautoritaria, anti dogmática, liberadora y transformadora. La misma estaba sobre la base de los avances técnicos científicos de la época como los humanísticos opuestos a la rutina memorística y dogmática de las instituciones educativas eclesiásticas y los saberes homogeneizadores de las nacientes escuelas estatales”.
Sobre el filo del siglo XX, los positivistas e higienistas realizaron una serie de reformas en muchos gobiernos, muchas de las cuáles tuvieron características represivas. Con respecto a que si la educación libertaria no caía en contradicciones por su carácter positivista, ejemplificado en cuestiones como la enseñanza de la “higiene”, Cáceres expresó que “más bien eran ambientadas a la época porque muchos militantes libertarios se fueron empapando con las ideas positivistas”. En ese sentido, la historiadora pone como ejemplo que contra cualquier dogma religioso, los ácratas “oponían la ciencia, pero con un sentido humano”.
Por su parte, Acri afirma: “No creo que sus proyectos educativos, teóricos como prácticos, hayan sido contradictorios, sino que fueron parte de un contexto histórico donde las problemáticas de la higiene, la sexualidad o los dogmatismos religioso y político, eran cuestiones que debían ser abordadas, y ellos lo hicieron coherentemente. Además, su anclaje en el progreso de la ciencia no estaba en clave positivista sino crítico y transformador de la sociedad de la época. Esa perspectiva era fuertemente cuestionadora de los pobres contenidos y la forma en que se enseñaban al pueblo. No es novedad que el acceso al conocimiento siempre ha sido, y por entonces lo era más que ahora, un privilegio al que solo accedían las clases privilegiadas o acomodadas de ese mundo burgués liberal de principios del siglo XX. Y ellos, pese a sus problemas materiales y discusiones internas, llevaron adelante la construcción de espacios educativos como ateneos, bibliotecas, escuelas, universidades populares. Para el caso de México fueron parte del proceso revolucionario como de las propuestas educativas, sobre todo el racionalismo pedagógico, hasta entrada la década de 1920”.
En cuanto al balance de la experiencia de las escuelas racionalistas a principios del siglo pasado, Cáceres afirma que “fueron positivas en cuanto al proyecto que querían llevar a la práctica, hubo varias más en Buenos Aires pero su mayor dificultad fue su continuidad en el tiempo por cuestiones económicas ya que era sostenidas por la propia comunidad o por los propios docentes”.
Acri agrega que “sumado a la carencia de recursos, la persecución estatal al movimiento libertario hizo que muchas experiencias dejen de existir”. Sin embargo, el cientista social expresa que “cualquier balance que uno haga debe ser positivo, ya que la construcción de millares de bibliotecas y escuelas para el caso de la Argentina, y otras tantas en México, en momentos en que el analfabetismo era más que alto, tuvo como resultado la construcción de espacios de estudio, de reflexión y capacitación”.
Sobre si esa experiencia del pasado se podría aplicar en el presente, Cáceres ejemplificó que existen “Bachilleratos Populares de Jóvenes y Adultos que hace 10 años están funcionando en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires, así como en otras provincias”. Otro ejemplo lo presenta la “Escuela Libre de Constitución (ELC) que trata en el día a día de ponerla en práctica el ideal educativo con sus errores y aciertos, porque no es fácil ya que la realidad del siglo XXI es muy diferente”.

Experiencias en suelo santafesino

Entre principios del siglo XX y entrada la década del 20, Santa Fe –en particular su región urbana y rural del sur–, tuvieron importantes experiencias educativas anarquistas. Francisco Menna, un luchador del Grito de Alcorta encaró una experiencia de esas características en esa localidad, por ejemplo. Rosario contaba con unas cuantas y la capital provincial también.
“En cuanto a Rosario y Santa Fe, hemos encontrado experiencias emblemáticas, algunas de ellas fueron parte de la lucha docente de 1921 en la provincia; o la de Venado Tuerto o la Biblioteca Alberdi en la capital provincial, donde se dieron cursos y talleres educativos de distinta índole”, afirmó Cáceres sobre la experiencia educativa libertaria en Santa Fe, sobre la que señala que “la expansión de estas escuelas se debió al desarrollo económico agroexportador y a la estrategia de organización proletaria que el movimiento anarquista se dio a partir de la creación de los espacios obreros y educativos para el estudio y reflexión crítica sobre la sociedad y sus contradicciones”.
Las escuelas racionalistas incrementaron su número luego de la huelga de maestros en 1921. Los docentes reclamaron el pago de 17 meses de atraso al gobierno de Enrique Mosca que respondió con suspensiones, en especial a quienes se solidarizaron con los maestros en lucha. De allí surgieron las escuelas “22 de Mayo”, que tuvieron dos años de vida en Rosario y Cañada de Gómez, mientras que se multiplicaron las empresas educativas ácratas, con un amplio programa. en el campo santafesino

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