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Thomas Mann, una pluma universal

Un día como hoy, pero de 1955, moría el escritor alemán ganador del Nobel de Literatura en 1929 y autor de obras como La montaña mágica, Doctor Faustus, Muerte en Venecia y Los Buddenbrook.


“El escritor es aquel al que escribir le resulta más difícil que a las demás personas”. La cita es de Thomas Mann una de las figuras más importantes de la literatura de la primera mitad del siglo XX, quien murió un día como hoy pero de 1955.

Ganador del premio Nobel de literatura en 1929, Thomas Mann vino al mundo el domingo 6 de junio de 1875 en Lübeck, Alemania. Hijo de una rica familia de comerciantes, al morir su padre, en 1893, se trasladó junto a su madre a Munich, en cuya universidad, preparándose para ser periodista, estudió historia, economía, historia del arte y literatura, mientras trabajaba como aprendiz en una compañía de seguros.

Más tarde, aprovechando en parte las relaciones de su hermano mayor, el novelista Heinrich Mann (1871-1950), Thomas comenzó su carrera como escritor en la revista literaria y satírica alemana Simplicissimus.

El éxito obtenido por Thomas Mann con su primer relato, La caída (1894), lo decidió a abrazar el oficio de escritor.

Por entonces era un estudiante poco aplicado y la generosa asignación mensual obtenida de la liquidación del negocio familiar tras la muerte de su padre, le permitía vivir como bohemio, a veces en Munich y, otras, en Italia.

Después de otra narración meritoria, La voluntad de ser feliz, en 1895 publicó El pequeño señor Friedemann. Fue a raíz de esta obra que el avispado editor Samuel Fischer, advirtiendo el talento del joven literato, lo animó a que compusiera una novela, con la promesa de publicársela bajo su sello editorial.

Durante el verano de 1897, en la pequeña ciudad italiana de Palestrina, Thomas Mann terminó un primer gran esbozo de Los Buddenbrook, su primera novela de larga extensión, y concluyó los primeros capítulos, y unos meses después, instalado de nuevo en Munich, en pleno barrio de los artistas, el Schwabing, se dedicó a desarrollar y pulir aquella obra que no dejaba de crecer, pues su argumento se prestaba a ello.

El joven Thomas se había propuesto contar ni más ni menos que la historia de la decadencia de una gran familia burguesa de comerciantes establecida y venida a menos en la ciudad hanseática de Lübeck: los Mann, su propia familia. Lleno de entusiasmo, a menudo leía fragmentos de la obra en curso a su madre, hermanos y amigos, y éstos los celebraban; reían de buena gana con los pasajes caricaturescos de la historia.

Mann tenía 25 años cuando terminó Los Buddenbrook, y por entonces se ganaba la vida trabajando como redactor en Simplicissimus, puesto que abandonaría enseguida, ya que trabajar para otros no era su fuerte.

Con la publicación de la novela, su vida dio un vuelco hacia la fama. Thomas Mann se convirtió en el escritor de moda, y el proyecto de vivir para y de la literatura se hizo realidad. La fama le abrió las puertas a la mejor sociedad de Munich, reportándole grandes beneficios para el futuro, entre ellos su ventajoso matrimonio con la rica heredera de origen judío Katia Pringsheim.

A Los Buddenbrook siguieron obras como Su Alteza real (1909) o las novelas breves Tonio Kröger (1903) y Muerte en Venecia (1912). También escribió el ensayo Consideraciones de un apolítico (1918), La montaña mágica (1924), que transcurre en un sanatorio para tuberculosos y Desorden y pena precoz (l925).

Estas novelas, que con un estilo magistral tratan sobre todo la decadencia de la burguesía moderna, están protagonizadas por héroes que son individuos cultos, tolerantes y cosmopolitas, pero excesivamente refinados y decadentes, que carecen de fibra y de la firme voluntad de vivir. Por consiguiente, las obras de Mann representan hasta cierto punto la grandeza y consiguiente pérdida de vitalidad de la civilización occidental hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Con todo, en 1929 la Academia Sueca concedió el premio Nobel de literatura a Mann, “en especial por su gran novela Los Buddenbrook, que, en el curso de los años, obtuvo un reconocimiento cada vez más firme, como una obra clásica de nuestro tiempo”.

En 1930 la extraordinaria novela de Mann alcanzó el millón de ejemplares vendidos sólo en Alemania; en 1932, cuando arreciaba el nazismo, el gran escritor recibió una siniestra amenaza por correo: un ejemplar a medio quemar de Los Buddenbrook; así honraban el talento las bestias lideradas por Adolf Hitler.

Andando el tiempo, esa novela se vio un tanto eclipsada por el fulgor de La montaña mágica y Doctor Faustus (1947), ambas de factura “más intelectual”.

Otras obras destacadas entre la vasta bibliografía de Thomas Mann –quien durante 60 años de actividad llegó a escribir cerca de 100 mil páginas– son Mario y el mago (1929), José y sus hermanos (cuatro novelas, 1934-1944), El elegido (1951) y Confesiones del estafador Felix Krull (1954).

También escribió numerosos ensayos y obras políticas e históricas, tales como Federico el Grande y la gran coalición (1914), Reflexiones de un observador apolítico (1918), Acerca de la República Alemana (1923) y El orden del día (1930), expresiones de fe en la República de Weimar y la democracia universal, la única que puede salvar al mundo de desastres futuros.

Después del advenimiento del nacionalsocialismo en Alemania, Thomas Mann se convirtió en exiliado voluntario en Suiza, adonde regresó después de vivir más de una década en Estados Unidos –cuya nacionalidad adoptó–, pocos años antes de su muerte. Los nazis le retiraron la ciudadanía alemana y se deleitaron quemando sus libros junto a los de otros autores prohibidos por el régimen fascista.

Pluma alemana y universal

Thomas Mann es considerado el más universal exponente de las letras alemanas del siglo 20. Un escritor venerado que, sin embargo, tuvo una relación “difícil” con sus colegas germanos y su país durante largo tiempo.

La llegada al poder de los nazis, en 1933, lo sorprendió dando una serie de conferencias en Amsterdam, Bruselas y París. Sus hijos lo convencieron de no regresar a Alemania. Tras pasar un período en Suiza, emigró a Estados Unidos, donde permaneció durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Con todo, Thomas Mann no se mantuvo al margen de los dramáticos acontecimientos desencadenados por Hitler en Europa.

Pese a que al estallar la Primera Guerra Mundial, el escritor defendió el nacionalismo alemán; al final de esa contienda su ideología evolucionó y se convirtió en ferviente defensor de los valores democráticos.

En esa línea, Mann tomó postura con toda claridad contra el régimen nazi y la barbarie resultante. Al término de la guerra, algunos de sus colegas que habían permanecido en Alemania y se consideraban representantes del “exilio interno”, lo instaron a regresar. Pero el autor de La montaña mágica rechazó vincularse al ámbito literario alemán de aquellos años, llegando a decir que, para él, los libros publicados en su país durante la época de Hitler tenían un dejo de sangre. La omisión era para él un pecado equivalente a la complicidad.

El más famoso de los exiliados alemanes desató así una agria polémica, en la que se volcaron también los resentimientos de aquellos que tuvieron que sufrir el nazismo y la guerra en carne propia, y restaban autoridad a quienes se pusieron a salvo.

La discusión, en todo caso, tuvo un carácter extra literario. Pero Thomas Mann jamás llegó a reinsertarse en Alemania y vivió sus últimos años en Suiza. Murió el viernes 12 de agosto de 1955 en la ciudad de Kilchberg, cerca de Zurich, tras una crisis cardiovascular. Tenía 80 años de edad.

La casa de Thomas Mann fue saqueada en agosto de 1933, poco después de que la familia trasladara a Zurich buena parte de la biblioteca privada. Los libros que no pudieron salvarse fueron asignados por los nazis a la biblioteca del estado federado de Baviera.