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Ciencia y Tecnología

Tenemos onda…gravitatoria

Diego le explicó a Mariana cómo ella lo atraía, usando la teoría que lanzó al propio Einstein al estrellato en 1915, que acaba de comprobarse gracias a complejos dispositivos de observación. La fascinó, pero lo que buscaba era aterrizar en ella.


Mariana y Diego habían quedado solos sobre las escaleras de salida de la facultad.

“Parece que los astros se me hubieran alineado”, pensó Diego, y tuvo un destello de alegría. Añoraba esa situación desde hacía mucho tiempo. Siempre que estaban rodeados de otros compañeros, Diego no encontraba una estrategia para separarse junto a Mariana del grupo. Tenía que aprovechar ese momento. Quién sabe cuándo se repetiría.

—Vos y yo tenemos onda. Podríamos ir a tomar algo juntos, ¿no te parece?, dijo sin titubear.

—¿Qué querés decir con que tenemos onda?, preguntó Mariana, quizás como maniobra dilatoria.

—Y…que algo pasa entre nosotros. Que aunque estés lejos en una clase, tus movimientos me hacen vibrar a la distancia. Que tu energía me llega, me moviliza. Como las ondas gravitatorias.

—¿Como qué?

—Esas ondas que detectaron hace poco.

—Si, leí algo y me pareció fascinante. Pero no entendí demasiado. ¿Vos sí?

Mariana seguía en su juego, sin abordar el tema central que Diego le proponía.

—Sí, a mí también me cautivó la noticia.

Diego buscó acoplarse a la onda emotiva que se estaba generando en la conversación. “Parece que un grupo de científicos norteamericanos encontró que hace miles de millones de años dos agujeros negros giraron uno alrededor del otro, como nosotros dos venimos girándonos. Se acercaron cada vez más, hasta que por último se fusionaron en una terrible colisión”. Diego no contuvo su sonrisa pícara que dejó entrever sus intenciones. Pero lo hizo en un lenguaje serio, tomado de los artículos de divulgación científica, que había leído últimamente.

—Bueno, pero ¿qué es lo que detectaron ahora?, preguntó Mariana encogiendo los hombros y juntando los dedos como signo de pregunta.

—Bueno, estos tipos armaron dos detectores en costas opuestas de Estados Unidos y formados de dos brazos cada uno –Diego desplegó sus brazos, uno hacia adelante y el otro al costado, hechos de unos tubos inmensos– y en septiembre del año pasado encontraron que a medida que van recibiendo señales de esa colisión que pasó hace tanto tiempo, los brazos se alargan y se contraen un poquito, durante el rato que son afectados. Estas señales se transmiten por ondas de gravedad, la misma que atrae a todos los cuerpos, como los planetas son atraídos por el sol. Y como nosotros nos atraemos. ¿No te parece?

—Esperá un poquito –dijo Mariana, intentando disminuir el ritmo acelerado que iban tomando las propuestas de Diego–. Pero la atracción de los planetas por el Sol no tiene mucho que ver con ondas. Eso nos enseñaron en física, ¿no?

—Sí, eso decía Newton, y era lo que se pensaba hasta 1915. Pero Albert Einstein por esa época se dio cuenta de que no es tan así, porque la gravedad no puede ser una atracción instantánea entre los cuerpos. Tarda un rato un cuerpo en enterarse de que el otro lo atrae. Quizás como te está pasando a vos respecto de mí, ¿no?

A pesar de que estaba anocheciendo, la humedad y el calor eran agobiantes, ese verano parecía interminable. Para sentirse un poco más fresca, Mariana se tomó la parte de atrás del pelo y se lo ató. A Diego el movimiento le resultó sensual y se sintió aún más atraído por ella.

—Darme cuenta, me doy. Vos no dejás dudas de esa atracción gravitatoria, digamos.

Mariana se sonrió. “Lo que no entiendo es lo de las ondas y sobre todo si Einstein lo previó en 1915. ¿Por qué recién ahora las detectan?”.

Diego sintió un fresco interior que lo tranquilizó. A pesar de sus evasivas era la primera alusión de ella a lo que él le estaba expresando. Siempre le quedaba la duda sobre si era suficientemente claro al expresar lo que sentía. Ahora faltaba que ella sea más clara, pero en eso Diego se tenía confianza.

—Bueno, es que es un efecto muy sutil. Lo que Einstein propuso es que los cuerpos deforman el espacio y el tiempo en su alrededor. Por ejemplo, la luz que viene de una estrella se curva al pasar cerca del Sol porque el espacio está deformado. Ésta fue una de las primeras comprobaciones de la teoría de Einstein; la hicieron durante un eclipse de Sol, pocos años después de que se publicara el trabajo de Albert sobre la teoría general de la relatividad. Fue precisamente esa comprobación la que lo disparó al estrellato. Pasó a ser algo así como un Messi de la ciencia.

—Pero lo de las ondas es un efecto muy débil y difícil de observar y ni siquiera el propio Einstein esperaba que pudieran detectarse. De hecho, para este nuevo equipo se usó la tecnología más reciente de láseres. Se midieron distancias pequeñísimas, más chicas que la del núcleo de un átomo. Y hubo que esperar más de un siglo para llegar a tener esa precisión.

—¿Y esto se termina acá? ¿O lo van a usar para otras cosas a ese detector? –preguntó Mariana, con su sentido práctico que la caracterizaba, según sus compañeros–.

—Según dicen, esto abre una nueva ventana para mirar el universo.

La voz de Diego se hizo más grave, quiso marcar lo importante de lo que podía venir.

“Todo el conocimiento que tenemos hasta ahora lo hemos conseguido con telescopios, radiotelescopios o alguna variante de ellos. Éstos detectan distintos tipos de lo que se llama radiación electromagnética, como la luz, las ondas de radio, los rayos X y las microondas. Todo lo que sabemos hasta hoy, lo obtuvimos de estos datos. Por ejemplo, la constitución de los planetas del Sistema Solar, la de las estrellas de las galaxias más lejanas y hasta la información sobre el origen y la historia del universo”.

—Todo esto sí que me vuela la cabeza –dijo Mariana–. Y Diego quiso que sea él el que le provoque este efecto. “Pero…¿entonces para qué queremos más? Si parece que ya sabemos todo…”.

—Bueno, todo no lo sabremos nunca me parece; de hecho, yo quisiera saber qué pensás vos de mí y aún me resulta una incógnita. Además lo que se sabe hasta ahora del mundo que nos rodea es un porcentaje muy chico. La mayor parte es lo que se llama materia y energía oscuras y se sabe que está pero no lo vemos con ningún método tradicional de emisión electromagnética, no se sabe de qué está hecho. ¿Quién te dice que no puedan detectarse con ondas gravitacionales?

—Yo te detecto a vos aunque no te vea, por ejemplo.

Diego volvió a la cuestión que le interesaba en ese momento. “Me hacés vibrar a la distancia…”.

—La verdad que tu cultura y tu claridad me vuelven loca, Diego. Pero esto no quiere decir que vaya a pasar algo entre nosotros. Eso es otra cosa. Y además si esto de las ondas gravitatorias tuvo que esperar un siglo para comprobarse, vos podés no apurarte tanto. ¿Me entendés?

—Bueno, Mariana. Ya sabés que me gustás mucho y no tengo problemas en esperar que te llegue mi onda –dijo mintiendo un poco sobre su apuro–. “¿Querés que vayamos a tomar una cerveza y seguimos charlando?”.

—Mmmm, prefiero esperar un poco, Diego. Hoy estoy muerta de cansancio. Acompáñame caminando unas cuadras.

“Típica histeria femenina”, pensó Diego. “La atracción va a juntarnos en un rato”, se sonrió internamente. Acercó su mano a la de ella y se la tomó suavemente. Salieron de la facultad caminando juntos y se internaron en esa noche de verano, afectados por todas las señales que recibían.

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