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Teisaire, el enigmático marino que fue vicepresidente de Perón

Por Pablo Yurman. Derrocado el fundador el justicialismo en 1955, se excusó de no haber renunciado antes por razones de “ pudor”


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El 25 de abril de 1954, el candidato justicialista a la vicepresidencia de la República para ocupar el cargo del fallecido Hortensio Quijano, almirante Alberto Teisaire, arrasaba en las elecciones con más del 62 por ciento de los votos, casi el doble que su oponente radical Crisólogo Larralde. La expresión “se llevó muchos secretos a la tumba” es seguramente aplicable al enigmático y polifacético marino. Pese a que su figura es evocada por infinidad de historiadores al analizar el período peronista de 1945 a 1955, no existe una biografía acabada sobre su persona ni un estudio sistemático de su función como parte del primer y segundo gobiernos de Juan Perón. Pero, de alguna forma, Teisaire nos recuerda a los argentinos que el sistema constitucional que establece una fórmula integrada por presidente y vicepresidente, que actúa sin mayores sobresaltos en otros países, en Argentina, en cambio, pareciera tener una suerte de maldición propia y registra un incómodo historial que incluye de todo: traiciones, deslealtades, indiferencias, menosprecios, renuncias intempestivas, entre otros.
Alberto Teisaire, pese a su origen mendocino, fue elegido senador nacional por la Capital Federal en tres oportunidades y, en tal carácter, fue nominado por sus pares como presidente provisional del Senado. Destacó por ser uno de esos miembros conspicuos del oficialismo de entonces. Pero el ser figurón no necesariamente significa que haya sido un peronista de alma, lo que le habría valido una relación fría y distante por parte de Evita, alguien con olfato para esas cosas. Es probable que, cuando tras ser derrocado, el propio Perón atribuyó la caída de su gobierno al grupo de alcahuetes que lo rodeaba, haya pensado en su persona. En 1947, en una reunión ante el Primer Congreso General Constituyente del Partido Peronista tras la disolución del Partido Único de la Revolución Nacional (brazo institucional de la Revolución que tomó el poder el 4 de junio de 1943), estableció tajantemente que “para nosotros sólo hay peronistas y antiperonistas”, fórmula de la que se valdrían y abusarían quienes escalaron posiciones en un gobierno al que no sentían como propio en sus objetivos últimos de dignificación del pueblo.
Pero en el caso de Teisare, su misma foja de servicios previa a conocer al coronel Perón permite inferir que no fue su caso el de alguien que se benefició del ascenso del fundador del justicialismo. Más bien podría conjeturarse que poseía otros “enchufes”, es decir, tenía otros contactos, nacionales e internacionales, cultivados a lo largo de los años, quizás los mismos que le posibilitaron un retiro y ancianidad sin traumas y vejaciones, siempre que dijera, claro está, que aquello del peronismo fue una experiencia horrorosa a la cual se vio obligado a prestar su concurso.
Una pregunta que persiste sin respuesta: ¿Teisaire buscó a Perón para medrar o, en cambio, Teisaire le fue impuesto a Perón como parte de una negociación, tácita, con otros?
Mucho antes de conocer a Perón, el almirante había hecho una brillante carrera naval. Como bien apunta Fabián Bosoer: “Al mando de la Fragata Sarmiento realizó durante ese año (1933) el 33º viaje de instrucción, recalando en distintos puertos americanos y europeos. Fue un recorrido inolvidable que dejó sus marcas en los cadetes de esa promoción. (…) A su paso por Alemania, al arribar a Hamburgo, lo recibió el mismísimo canciller del III Reich, Adolfo Hitler, a bordo del yate de aviso Grille y mantuvo con él una entrevista que duró veinte minutos”. (revista Todo es Historia, Nº 544).
Producida la Revolución de 1943 obtendría el estratégico cargo de Ministro del Interior y, si bien estuvo alineado con Perón, cuando éste cayó en desgracia y fue encarcelado por pocos días en la isla Martín García, aquel no fue molestado en modo alguno.
Tras su elección como vicepresidente, Teisaire sería de los que con mayor entusiasmo avivó el fuego de un nuevo frente de conflicto, ahora con la Iglesia, quizás uno de los pocos pero mortales errores tácticos que cometió Perón en el difícil año 1955. La mayoría de los autores coinciden en afirmar que el marino era, junto con el ministro del Interior, Ángel Borlenghi, y el de Educación, Armando Méndez de San Martín, del grupo de los anticlericales vehementes, algo que no estaba a tono con lo que había sido la impronta peronista de los últimos 9 años de gestión. Pese a existir divergencias en torno a su filiación masónica, la mayoría de los historiadores lo sindica como uno de los autores intelectuales de la quema de las iglesias del casco histórico porteño la noche del 16 de junio aquel año.
Derrocado Perón, el 29 de septiembre de 1955, el ahora ex vicepresidente se entrevistó con el presidente provisional, general Eduardo Lonardi, en Casa Rosada. Leyó un documento en cuya redacción habría sido ayudado por quien fue durante años su secretario privado, el periodista Bernardo Neustadt, en el que básicamente hizo recaer todas las culpas en la persona de Perón, intentando excusarse en no haber renunciado antes por razones de “pudor”.
Fabián Bosoer trae a colación lo afirmado por otro marino, quien fue ministro de Marina de Perón durante muchos años, el contraalmirante Aníbal Olvieri, quien dijo: “¿Qué fuerzas tenía y sigue teniendo aquel ex senador? Nadie como él ha deshonrado tanto a la Marina y sin embargo ésta lo tiene alojado como un gran señor. (…) ¿Tendrá eso algo que ver con el gran banquete que un grupo de marinos intentó ofrecerle cuando fue proclamado vicepresidente y que yo, como ministro, prohibí? Fuerza es ponderar la penetración y el poder de las logias”.
Es de destacar que incluso la fecha y las circunstancias de su muerte no han estado exentas de controversia, pese a lo cual puede afirmarse que murió tras una enfermedad en su domicilio de la ciudad de Buenos Aires, el 11 de septiembre de 1963, llevándose, eso sí, muchos secretos de la historia argentina a su tumba. Acaso aquel “acting” luego de la caída de Perón haya sido, en definitiva, el ticket necesario que el almirante tuvo que pagar para volver a sus mandos naturales.

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