Espectáculos

Sobre el origen del dinero para financiar campañas políticas

Dos historiadores indagaron sobre el desarrollo de esa experiencia en distintas regiones del país intentando romper con los clisés..


HISTORIA
Los costos de la política.
Del Centenario al primer peronismo.
Diego Mauro y Leandro Lichtmajer (compiladores)
Imago mundi / 152 páginas

 

El pasado mes de abril una noticia internacional pasó desapercibida de la agenda local y casi nadie advirtió su peligrosidad. La crónica informaba que una sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos amplió el límite de donación que una persona puede hacer a los candidatos en campañas políticas. Al respecto el periodista Jeffrey Tobin, de la CNN, comentó con mucha razón que “la sentencia le da a la gente rica más poder para influenciar las campañas”. Así como fue el caso de Nicolas Sarkozy y su relación con la poderosa dueña de la empresa L’Oreal –a quien terminó beneficiando en su gobierno–, en el país del norte se corre el peligro de que la política se subordine a los más poderosos. La pregunta que sigue es ¿de dónde surge el dinero que se utiliza en las campañas políticas en nuestro país?
En ese sentido indagaron Diego Mauro y Leandro Lichtmajer, quienes en su libro Los costos de la política. Del Centenario al primer peronismo compilaron trabajos de un grupo de historiadores que abordan la temática. El resultado fue un texto que cuestiona al ideal liberal que se tiene sobre la práctica de la política y pretende analizarlo desde la realidad misma, a la vez que compararon en un registro histórico cómo se desarrollaba esa experiencia en distintas regiones de nuestro país. En una entrevista con El Ciudadano, Mauro subrayó la relevancia del tema y la necesidad de romper con clisés, además de intentar evitar la peligrosidad del discurso de la “antipolítica”.
—¿Qué interés reviste estudiar la financiación de la política?
—Es un tema muy actual, que suele estar en la agenda periodística y que forma parte de las charlas de café y de las sobremesas. Un tema del que habla todo el mundo. En este sentido, nos parecía importante intervenir desde la historia. Otras ciencias sociales, como la ciencia política y la sociología, vienen haciendo aportes, analizando los sistemas de financiamiento político actuales, es decir, cómo se regula la circulación de dinero al interior de los partidos, cuánto se gasta en las campañas y de dónde salen los recursos. Pero desde la historia había una deuda grande, sobre todo para la primera mitad del siglo XX, que es cuando irrumpe la política de masas en Argentina, con el radicalismo, el socialismo, la democracia progresista y el peronismo.
—¿Cuáles serían las causas por las que no se lo abordó antes?
—Creo que en parte porque justamente no es un tema que se debata abiertamente en el período del que se ocupa el libro. En realidad, en términos estrictos, no hay un sistema de financiamiento en Argentina hasta muy avanzado el siglo XX. Por eso lo que tratamos de estudiar es en realidad las diferentes formas en que los partidos se las ingeniaron para sostenerse como organizaciones de masas y afrontar los gastos de campañas electorales cada vez más exigentes: había que repartir volantes, pintar paredes, alquilar equipos de sonido, pagar el combustible de los autos, entre otras cosas. Además de lo que implicaba sostener los comités locales y todo eso difícilmente podía hacerse con las cuotas de afiliación o con los porcentajes que solían dejar en el partido los militantes con puestos rentados.
—¿Desde esta perspectiva se ve diferente la práctica política que desde el caudillismo o el clientelismo?
—Me parece que sí. Porque este enfoque permite pensar desde el punto de vista de los partidos. El término clientelismo es complicado, porque activa juicios valorativos muy negativos: el clientelismo es menos democracia, es compra de votos, es coacción, etc. Hoy esa visión está muy discutida en las ciencias sociales pero en la sociedad sigue disparando los mismos clisés, por eso me parece más productivo evitarlo, porque si no es necesario hacer demasiadas aclaraciones, demasiadas correcciones, y eso pone en duda la misma utilidad del concepto. Lo principal en este caso es intentar comprender el problema, y hacerlo implica dejar de mirar las cosas desde un modelo abstracto o ideal de una democracia liberal, finalmente inexistente en Argentina como en el resto del mundo. El libro trata de sortear ese falso problema y se dedica a estudiar en concreto cómo se financiaban los partidos de masas, sus organizaciones y la vida proselitista. Por otro lado, si uno se centra en los llamados mediadores, es decir, los políticos locales que militaban cotidianamente en los comités, se encuentra con que en realidad trabajaban mucho y recibían retribuciones bastante inciertas e irregulares. Al revés de lo que suele suponerse: pocos lograban vivir realmente de la política. Hay un libro de cuentos de Alcides Greca, Cuentos del comité, de 1931, en el que se narran un poco en tono de comedia diferentes situaciones vividas en los comités, en parte por el propio Greca, que fue un dirigente del radicalismo santafesino. Y allí se ve un poco todo esto. En este sentido, si bien el libro puede leerse de muchas formas, nuestra intención no fue demonizar la política sino comprenderla, tratando justamente de evitar los lugares comunes. Luego cada uno tendrá su idea sobre cómo debía (o debe) ser la política y demás, pero eso es harina de otro costal. De todos modos creo que en nuestros días conviene, como ciudadanos, no olvidar que la política es el instrumento para cambiar la política; y la política es la herramienta para transformar lo que no nos gusta de la sociedad. El discurso antipolítico, en boga hoy en buena parte del mundo, me parece peligroso y funcional además a cambios estructurales regresivos y antidemocráticos del capitalismo actual.
—¿En qué medida los grupos de interés influyen en la política? ¿Existen diferencias regionales? En su trabajo existen prácticas ilegales pero no parece distinguir la presencia de empresarios que financian como en provincias del norte. También se presenta el lugar común de que en provincias como en Santa Fe o Buenos Aires hay menos caudillismo que en las provincias del norte.
—El libro nos permitió ver efectivamente diferencias regionales y comprender cómo influyen las estructuras sociales de cada provincia en las formas de financiar la política, y por ende en las formas de hacer política partidaria. Pero no necesariamente lo vería en términos de clientelismo sí o clientelismo no, ni tampoco en una clave tradicional/moderno. Es decir, vinculando menos modernización con más clientelismo. Lo que hay son diferentes modos de conseguir los recursos: en el caso de Tucumán, estudiado por Leandro, se ve el peso de los industriales azucareros, mientras en Santa Fe, nos encontramos con un conjunto de vínculos subterráneos, muy capilarizados, que conectan a los partidos con actividades clandestinas como el juego, la prostitución o el curanderismo. Es decir, con flujos clandestinos de dinero. Hay sí un aspecto que me parece esencial: Y es que tanto en un caso como en el otro, es indispensable dejar de pensar estos vínculos como una anomalía, como algo ajeno a la política. Gusten o no, fueron uno de los rostros de la política de masas, tanto como podían serlo los debates parlamentarios, los programas y los proyectos de ley, sobre los que suelen centrarse mayormente los historiadores. Es necesario rebalancear la atención que le prestamos a los rostros públicos y a los rostros clandestinos de la política si queremos componer imágenes más potentes.
—De acuerdo a lo que ustedes observaron sobre países como Francia o Inglaterra, ¿cómo dirían que funciona la política acá, es mejor o peor que en esos países?
—Estos fenómenos se repiten en buena parte de los países que tanto en Europa como América atraviesan procesos de ampliación electoral y masificación política a comienzos del siglo XX. Por supuesto que si ajustamos la lente vamos a ver muchas otras cosas pero creo que vale la pena destacar que lo que vive la Argentina en esas décadas no tiene nada de excepcional en el aspecto del financiamiento. Son los mismos problemas que atraviesan las organizaciones partidarias de otras democracias de masas del período y las soluciones que encuentran los partidos argentinos no son muy diferentes de las que improvisan en otras latitudes, en Estados Unidos, España, Francia o Inglaterra. Esto me parece importante porque hay una tendencia entre los intelectuales argentinos a tratar de encontrar siempre el huevo de la serpiente. Una tendencia a encontrar en cada tema de estudio el origen del mal, comparando con escenarios totalmente idealizados. En este sentido, para comprender mejor, necesitamos menos comparación ideologizada y tendenciosa y más historia comparada de verdad.

El foco en territorios

La historia política volvió a ocupar un lugar destacado en la historiografía argentina y el retorno se produce con importantes novedades. Este libro es un importante ejemplo de renovación en el abordaje porque aborda el pasado de los partidos políticos más allá de su dinámica interna, de las performance electorales. Además, Mauro y Lichtmajer reunieron a un grupo de investigadores que logran dar cuenta de espacios relevantes de la geografía nacional. En ese sentido, Carolina Barry analiza el Partido Peronista Femenino a mediados del siglo XX; Adriana Kindgard los contextos socioculturales en la Jujuy de la “Década infame”; Lisandro Gallucci analiza la política y su financiación en los territorios nacionales; Litchmajer indaga en las estrategias empresarias durante el primer peronismo; María José Valdéz en la maquinaria electoral de la UCR en el espacio bonaerense, y Mauro en las fuentes ilegales de costear la política en Santa Fe.

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