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Ser joven y pobre, imagen de una portación “peligrosa”

David Matza señala que si bien los menores sin posibilidades de ser sujetos de derecho son quienes más caen en la delincuencia, estos no pertenecen a un solo sector social, y además critica las teorías criminológicas porque desdeñan lo aleatorio de la acción criminal.


libroLa inseguridad se convirtió en los últimos tiempos en un tema central que domina las agendas políticas, predomina en los medios de comunicación y, ciertamente, preocupa a la sociedad soslayando otros temas también de vital importancia. Se habla hasta el agotamiento y, sin embargo, se sabe poco, demasiado poco del delito. Por qué se llega a esa situación y qué motivos llevan a los individuos a traspasar los límites de la ley, son interrogantes en los que la mayoría de las respuestas son lugares comunes. Existen demagogos que plantean que podrían resolver el problema rápidamente y ni siquiera pueden explicar un mapa del delito. Sumado a esto, hay un actor social que aparece como el más estigmatizado, el más castigado y al que aluden buena parte de opinadores mediáticos e instituciones. Se trata de los jóvenes, de la “delincuencia juvenil” y, desde hace por lo menos década y media, la ciudad de Rosario se ha convertido en epicentro de esa figura, principalmente por los centenares de víctimas jóvenes que ocurren año a año producidas por el narcotráfico y sus derivados y que la propia sociedad –tan agitada por la inseguridad– hace caso omiso mirando hacia otro lado. El concepto “delincuente juvenil” no es nuevo y como otras cosas fue importado desde Estados Unidos, país en el que ya se trató seriamente el tema desde la sociología. Y allí se inscribe el texto, ya considerado un clásico de la década de 1960, de David Matza, Delincuencia y deriva: Cómo y por qué algunos jóvenes llegan a quebrantar la ley, que acaba de ser reeditado por Siglo XXI, y viene a constituirse en un material a tener en cuenta antes de ocuparse del tema con seriedad. En este texto, que fue reeditado ya una vez en el país del norte en la década de 1990 para dar respuestas a la inseguridad que había dejado el gobierno de Ronald Reagan, se analiza el tema de forma discutible porque rompe con los planteos estructuralistas, en particular con la visión que dejó el positivismo. Matza se pregunta por qué algunos jóvenes llegan a la delincuencia y, si bien estima que el medio en el que se forma la persona condiciona al sujeto, para el sociólogo ésa no es causa ni condición única sino que formaría parte de otras cuestiones, entre ellas, las que emanan del concepto de “deriva”.

Los sospechosos de siempre

“Mi propósito al escribir un libro como éste es demostrar que las imágenes de la delincuencia que hasta el momento se han trazado no me recuerdan, ni tampoco les recuerdan a muchos otros, los individuos reales que pretenden explicar. Y eso no se debe a que distorsionan la realidad, porque todas las imágenes la distorsionan; antes bien, mediante esa distorsión, las imágenes parecen perder aquello que es esencial al carácter del acto delictivo”, explica Matza en el prólogo de la edición de su libro de 1990. El autor plantea que a lo largo de la historia se forjó la imagen de un “delincuente juvenil” que fue variando con el tiempo y que no siempre tuvo asidero en la realidad. De las pandillas del Harlem de la entreguerra, a la imagen que mitificó James Dean en Rebelde sin causa, a las nuevas formas de violencia e inseguridad que había adoptado su país en la década del 80, donde después de las 18 o 19, nadie salía de su hogar, siempre existió la imagen de un joven que delinque cimentada desde los medios de comunicación  y la ciencia positivista. En ese sentido, además de prejuiciosa y estigmatizante, la operatoria policial incurre en el error de ir a buscar a los sospechosos de siempre, porque –según el autor– las personas que incurren en un acto criminal no tienen una “mente criminal”, sino que, en buena parte de los casos, lo hacen aleatoriamente.

El bajo mundo

El imaginario popular, y muchas veces policial, surgió desde los escritores que cultivaron imágenes del bajo mundo, aunque fuesen románticas y melancólicas como las de Charles Dickens (su novela Oliver Twist sería un buen ejemplo) u otras más recias como las del género policial, donde se forjó una imagen de un criminal dispuesto a cualquier cosa por conseguir sus objetivos. En estas últimas, casi siempre el mayordomo resulta el responsable porque viene de la clase social baja y no se compromete con los “valores” de sus patrones. Sin embargo, para Matza no es inteligente partir únicamente de estos supuestos para analizar por qué algunas personas jóvenes cometen actos ilegales. En cuanto a la subcultura, pensada como caldo de cultivo, el sociólogo norteamericano afirma que no existe un andamiaje del delito en el que conviven todos los ladrones, violadores, etc. Si bien, es cierto que los jóvenes más golpeados por el sistema y que menores posibilidades de ser sujetos de derecho tienen son quienes más caen en la delincuencia, eso no significa que surjan exclusivamente de un solo sector social. Además, el autor critica el “determinismo estricto” de las teorías criminológicas, porque no tienen en cuenta cuestiones aleatorias de la acción criminal.

En la introducción al libro, Gabriel Kessler se refiere a estas cuestiones y a la “concepción implícita de una compulsión a la acción delictiva”,  y afirma que Matza “cuestiona esas teorías por sobredeterminar el delito, al concebir una socialización diferencial que moldearía un individuo comprometido de manera casi continua con acciones ilegales, y demuestra que no es así: por un lado, contra la idea de una carrera delictiva que se incrementaría desde la juventud hasta la adultez, sostiene que a lo largo de la vida por lo general se desiste de las acciones ilegales. Por el otro, nota que aun en el período en el que se delinque, en la mayoría de los casos los episodios son esporádicos y se alternan con acciones convencionales como la concurrencia a la escuela, la participación social o la vida familiar. Así se desbarata la idea –tan cara al pensamiento reaccionario sobre el delito– de una alteridad radical entre quienes quiebran la ley y quienes no”.

¿Qué es “deriva”?

Además de estos conceptos, Matza ofrece otros para tratar de entender la delincuencia en los jóvenes. El norteamericano piensa que la “neutralización”, situación que no le permite al individuo insertarse en la sociedad, no determina que caiga directamente en la criminalidad. Más bien, esto para Matza lleva a los individuos a un “drift” o “deriva”, que sería una “fase en la cual los jóvenes pueden quebrantar ciertas leyes en determinadas ocasiones y contextos pero sin estar de modo alguno condicionados a hacerlo, ni mucho menos, a hacerlo todo el tiempo”. En ese sentido, la acción de un crimen no tiene que ver directamente con las estructuras sociales y culturales simplemente, ni pertenecen al libre albedrío; sino que surgen de una combinación de ambas facetas.

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