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Sociedad

“Reconstruir la historia de los explotados es darle voz”

El historiador Lucas Poy presenta su libro sobre el origen de la clase obrera Argentina y su militancia política.


En la memoria colectiva persiste la idea de que el movimiento obrero surgió a mediados del siglo XX con el peronismo. Sin embargo esa visión de la historia de los trabajadores niega la existencia de más de 70 años previos. El historiador rosarino Ricardo Falcón ya había advertido que en Buenos Aires había sindicalización hacia 1875. En esa línea, el doctor en Historia Lucas Poy profundiza el análisis de ese pasado obrero argentino con un contundente material fruto del estudio de fuentes de las últimas décadas del siglo XIX.

Con su libro Los orígenes de la clase obrera argentina. Huelgas, sociedades de resistencia y militancia política en Buenos Aires, 1888-1896, aporta un renovado enfoque sobre los trabajadores y sus organizaciones. Antes de presentar su trabajo en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE, San Lorenzo 1879) junto a la revista Archivos, el jueves 2 de octubre a las 19, el autor se entrevistó con El Ciudadano y opinó sobre las características y orígenes del sector proletario antes del siglo XX, de sus marcas de identidad y la percepción de los obreros rosarinos desde Capital Federal. Por último, Poy pone en debate un sujeto social que se pretendió soslayar: el trabajador.

—¿Cómo y cuándo se originó la clase obrera argentina?, ¿por qué elige ese período, antes no hubo nada?

—La clase obrera argentina tiene una historia muy larga y muy rica, que se remonta a fines del siglo XIX. Existe una importante producción historiográfica al respecto, uno de cuyos principales referentes, por supuesto, fue el rosarino Ricardo Falcón. Lo que encontré a lo largo de mi investigación es que desde fines de la década de 1880 se había producido un gran salto en la actividad obrera, en la agitación huelguística y en la formación de grupos políticos anarquistas y socialistas. Se trataba de un período que había sido relativamente menos analizado, y el trabajo con las fuentes me hacía ver que era justamente en esos años cuando se había producido un salto muy significativo en la consolidación de esa naciente clase obrera. El período inmediatamente anterior, las décadas de 1870 y 1880, van mostrando una serie de importantes transformaciones sociales y económicas, en el contexto de consolidación de un capitalismo dependiente en el país. En esos años se forma un mercado de trabajo de características capitalistas, con una serie de rasgos peculiares, organizado en torno a una economía centrada en la exportación de materias primas. Lo que muestra el libro es que, hacia 1887-1888, estas transformaciones ya han dado lugar a la conformación de una amplia población trabajadora en la ciudad de Buenos Aires, pero que aún son casi inexistentes las sociedades de resistencia, las huelgas, los agrupamientos permanentes anarquistas y socialistas. Mientras tanto, si uno se ubica digamos a mediados de la década de 1890, lo que encuentra es que se ha producido un salto indiscutible: decenas de asociaciones gremiales, periódicos obreros, varios intentos de conformar una federación, numerosas huelgas e inclusive una virtual huelga general en 1896. ¿Qué ocurrió en esos años para provocar ese gran salto? Ese es el problema que aborda el libro.

—¿Qué características, qué marcas identitarias tuvo el obrero organizado en ese comienzo?

—Se trataba de una población obrera muy heterogénea en múltiples sentidos. En lo laboral, debido a las diferencias entre los trabajadores más calificados (como los tipógrafos, los maquinistas, los constructores de carruajes) y los descalificados (jornaleros, peones, estibadores, etc.) También, por supuesto, desde el punto de vista étnico o nacional, desde el momento en que se trata de una sociedad en enorme proceso de transformación demográfica, con una mayoría de extranjeros entre los varones adultos. Pero, a pesar de esas diferencias, lo que me parece fundamental es que a través de sus acciones de lucha y organización esa naciente clase obrera fue capaz de ir forjando también una identidad común, en términos de clase. Ese fue uno de los aspectos que más me impresionó y cuyo análisis quise profundizar en el libro. Las permanentes referencias a las sociedades de resistencia como “cosmopolitas”, por ejemplo, buscaban justamente dejar claro que el objetivo era agrupar a los trabajadores en tanto tales, más allá de su origen nacional. En el trabajo me detengo especialmente en analizar el modo en que las agrupaciones obreras interpelaban a los trabajadores, llamándolos a unirse en sociedades de clase y abandonar las asociaciones de ayuda mutua de origen étnico en las cuales intervenían también otros sectores sociales. Lo que se observa es que se trata de un período clave en el cual se procesó una aguda delimitación de clase, que es importante rastrear en términos sociales pero también políticos.

—¿Cómo se presenta a los porteños la clase trabajadora rosarina?

—El libro se concentra en la experiencia de los trabajadores en Buenos Aires, sin embargo lo que se observa es que están en permanente contacto con los núcleos obreros de otros puntos del país. En ese sentido Rosario ocupa un lugar absolutamente fundamental, dado que fue sin dudas el otro gran núcleo de estructuración de la clase obrera en este período temprano. En particular, lo que se puede advertir es que los conflictos de los trabajadores ferroviarios y portuarios son los que potencian una acción conjunta de los obreros de distintos puntos del país. La llamada “huelga grande” de 1896, que es estudiada en el libro, tiene un gran impacto en Rosario y fomenta la articulación entre los trabajadores de ambas ciudades, que también era impulsada por la acción de militantes socialistas y anarquistas.

—¿Es cierto que las ideas de izquierda corresponden a quienes vinieron de ultramar?

—La acusación a los “cabecillas” o “agitadores” extranjeros como responsables de la conflictividad obrera ha estado presente siempre, y en el libro intenté mostrar cómo los orígenes de estas acusaciones son bien anteriores a la sanción de la ley de Residencia, de 1902, y le fueron preparando el terreno. Entonces, por un lado hay que puntualizar este elemento que combina xenofobia con odio de clase, en el sentido de que la clase dominante procesó este crecimiento de la actividad obrera como una consecuencia de la actividad de “agitadores” que habían “injertado” una semilla que según ellos era imposible que hubiera surgido en el país. En realidad, como respondió el anarquista Enrico Malatesta en 1888, casi todo en esa Argentina era extranjero o se referenciaba en el extranjero.

Los propios trabajadores respondieron muy bien a estas acusaciones, mostrando que esa misma clase dominante era absolutamente “extranjerizante”, siempre había tomado a Europa como referencia, consumía cosas importadas, viajaba al exterior cada vez que podía, etc. La acusación de “extranjerizantes” a los dirigentes socialistas y anarquistas era, por lo tanto, absolutamente hipócrita. Es indudable que la influencia de los militantes y de las corrientes políticas que se estaban desarrollando en Europa tuvo un gran impacto en el proceso de conformación de la clase obrera. Pero al mismo tiempo hay que advertir, y es lo que intenté mostrar en el libro, que esa influencia llegaba a un país que estaba atravesado por fuertes tensiones de clase como consecuencia del desarrollo capitalista. En ese sentido, esas “influencias” extranjeras encontraron un terreno fértil para su desarrollo.

—¿Por qué es importante estudiar la historia de los trabajadores?

—Durante buena parte del siglo XX, la historia de los trabajadores estuvo al margen de las preocupaciones de la historiografía académica, más interesada en una historia institucional de “próceres” y de las clases dominantes. Afortunadamente eso ha cambiado, y desde hace décadas, por supuesto que con muchos matices y variantes, la historia de los trabajadores ha resultado de interés también para investigadores académicos. Además, por supuesto, la historia del movimiento obrero siempre atrajo la atención de los propios trabajadores y de las corrientes activas en él. Creo que reconstruir la historia de los explotados es una forma de darle voz a los que no tenían voz, de recuperar una rica tradición de lucha y de resistencia que tienen los trabajadores. En el caso argentino, creo que tiene un gran valor resaltar la larga historia de un movimiento obrero que, a diferencia de lo que han sostenido algunos referentes del llamado revisionismo histórico, surgió muchas décadas antes de la llegada del peronismo al poder y desarrolló una muy importante tradición de vínculo con las corrientes revolucionarias.

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