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Reflexiones

Para ampliar la inclusión

Uno de los compromisos más grandes que está asumiendo nuestra Nación es el de trabajar por una mejor calidad de vida de las niñas, niños y adolescentes de nuestra Patria, sobre la base del respeto por sus derechos y asumiendo el compromiso político, económico y social que eso significa.


Uno de los compromisos más grandes que está asumiendo nuestra Nación es el de trabajar por una mejor calidad de vida de las niñas, niños y adolescentes de nuestra Patria, sobre la base del respeto por sus derechos y asumiendo el compromiso político, económico y social que eso significa.

Con estos pilares, y luego de resurgir de la aguda crisis que atravesó la Argentina a principios del nuevo siglo, se comenzaron a debatir propuestas de leyes y acciones puntuales con respecto al adolescente en el sistema penal. En este sentido, el esfuerzo se centra en la etapa de formación, y en la construcción de un país diferente, ligado a la cultura del trabajo y de la producción, orientado a reconstruir la paz y el tejido comunitario, a través de la justicia y la inclusión social.

En efecto, una de las consecuencias favorables de este proceso es la disminución de adolescentes en situación de privación de su libertad en casi un 50 por ciento desde el año 2008, según datos suministrados por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, gracias a un trabajo realizado en conjunto con la Universidad de Tres Arroyos y Unicef.

En esta construcción social, de la que todos somos parte (lo asumamos o no), se expone una de las herramientas más importantes en la implementación de estas políticas: la acción territorial, entendida como la presencia física de las personas en el lugar mismo de los hechos, donde ocurren los acontecimientos que merecen un tratamiento puntual para su resolución, poniendo su propia vida al servicio del otro. El resurgir de la acción territorial significa reconocernos en el otro, en el que fue lastimado y en el que lastima, sabiendo que son prójimos, argentinos, nuestros hermanos; es el otro al que nos debemos y al que debemos amar como a nosotros mismos.

Al concurrir voluntariamente al Irar (instituto de detención de régimen cerrado donde se encuentran alojados adolescentes: entre 16 y 17 años de la ciudad de Rosario), uno puede vivenciar el inmenso desafío que significa trabajar para que estos chicos sean respetados, formados culturalmente, sanados e integrados a la sociedad, más allá de su condición actual y del resultado normativo de sus acciones. Se trata del desafío que tiene una comunidad entera de amar lo propio, aunque muchas veces no sea lo deseado, o parezcan no merecerlo; es el compromiso de hacernos cargo de lo que hemos hecho como comunidad, más allá del juicio a los culpables, y de la cuota de responsabilidad que le toca a cada uno.

Un debate más profundo también merece la Justicia, toda, y las políticas de prevención y tratamiento de adicciones; pero eso es motivo de otro artículo. El punto que se quiere enfocar, y que no puede dilatarse un sólo minuto más, es el debate y la acción concreta hacia las soluciones integrales, porque no resulta sostenible (ni económicamente viable) trabajar sobre la remediación, la condena y la enfermedad. Es tiempo de enfocarse en la raíz de los problemas, lo que significa inexorablemente educar desde muy temprana edad, con la intención de prevenir las consecuencias destructivas de la violencia doméstica, el consumo y tráfico de drogas, los abusos de todo tipo, la explotación laboral, el acceso a las armas y la marginación. Todo ello pone en el centro de la escena a la familia, la familia completa, la de sangre y la que nos acoge.

Es tiempo de que reconozcamos que la falta de amor en la familia (empezando por el matrimonio, que educa una nueva vida); es el virus más letal y destructivo que amenaza con la paz y el desarrollo social, con consecuencias económicas y culturales que alcanzan a toda una Nación; entiéndase “amor” por compromiso, responsabilidad y entrega, más allá del sentimiento egoísta, que todo pareciera determinar. Emprender una solución radical significa revalorizar a la familia y enfocar todos los esfuerzos en ella; y cuando la familia de sangre presenta sus carencias, es la comunidad inmediata la que debe hacerse cargo y no mirar para el costado (tal vez creyendo que el Estado es responsable de todo), inculcando valores esenciales como el amor, el respeto, la comprensión, el sacrificio, el trabajo y la entrega por el prójimo.

Y en el mientras tanto (porque de años se trata), en el estado actual de los acontecimientos, a los chicos del Irar debemos tratarlos con amor y apego a la ley, porque todos tienen derecho a recibir ese amor fundamental, y porque más allá de su conducta y experiencia de vida, son la Patria, son el otro.

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