Espectáculos

Otros “aullidos” en Nueva York

Frank O’Hara fue uno de los poetas sublimes de la llamada Escuela de New York, como se conoció a un grupo de artistas contemporáneos a los Beatniks. Esta edición de HDJ revitaliza su escritura iluminada por el lirismo y el fuego de lo espontáneo.


POESÍA
Meditaciones en una emergencia y otros poemas
Frank O´Hara
Traducción, notas y prólogo de Rolando Costa Picazzo
HDJ / 2014 / 157 páginas

Poeta fundamentalmente, pero también músico, dramaturgo y crítico de arte, Frank O’Hara fue uno de los grandes nombres de la llamada Escuela de Nueva York, que fundó junto a los también poetas John Ashbery y Kenneth Koch, y que reunió a un conjunto heterogéneo de artistas de variadas disciplinas. Con exquisita traducción, notas y prólogo de Rolando Costa Picazo la editorial HDJ (Huesos De Jibia) publicó Meditaciones en una emergencia y otros poemas, que reúne una serie de piezas poéticas de O’Hara, prominente miembro de los llamados “poetas de New York”. Se trata de poemas que se cristalizan en lo que se denomina expresión libre, espontánea, escritos con pasión por lo cotidiano e iluminados súbitamente por la temperatura de la realidad; poemas bien contemporáneos, distanciados de ciertos corsés del formalismo académico, anclados más bien en esa lucidez cotidiana que siente, en la inminencia del atropello de la evocación o la sensualidad, el dinamismo de unas formas libres. Dice Costa Picazo en el prólogo: “…O’Hara y otros poetas de Nueva York (…) hacen un culto de la espontaneidad y consideran la poesía como un proceso a veces simultáneo con la composición del poema, que se desarrolla mientras se lo escribe”. También compara el efecto de improvisación con la modalidad plástica del Action Painting, el emblema de la inmediatez en la pintura de los 60. Esta edición de Meditaciones en una emergencia… ofrece una descripción de la madurez artística de O’Hara –alcanzada muy tempranamente puesto que murió a los cuarenta años aunque su urgencia por vivir y su admiración a ciertos íconos como James Dean presuponían tal posibilidad– y echa claridad sobre el devenir del lenguaje del poeta, donde el continuo emocional y psíquico traduce el tono del mundo en donde se constituye su materia poética o rechaza sus estrecheces y sus falsas elegías. Hay en O’Hara un afán por amar y comprender, por delimitar –así como insiste en su urgente urbanidad de valerse de Nueva York como puesta en escena en buena parte de sus poemas– sus impresiones intimistas para que la singularidad de la experiencia se torne en reflejo o interrogación de los acontecimientos cotidianos que describe. “No estás realmente enfermo/ si no estás enfermo de amor/ no hay medicamento/ el atareado pasto puede crecer/ otra vez pero el amor es un brujo/ que envenena la tierra…”, dicen las dos primeras estrofas de “Canción para Lotta” que –en otro verdadero logro de esta edición de HDJ– en las notas que continúan al cuerpo de  todos los poemas que componen este libro, Costa Picazo señala que se trata de “…una serie de variaciones sobre el tema del amor y la falta de amor”. Estas anotaciones en referencia al carácter intrínseco de los poemas de 0’Hara, además de situar la época de su construcción y de algunos rasgos característicos, son una acertada síntesis de, podría decirse, escenas interiores del poeta y de la captación de ciertos instantes de esas escenas, por lo que  esta edición de Meditaciones en una emergencia… permite dos instancias de lectura conformadas con el evidente propósito de que resulten complementarias: la lectura pura de los poemas y lo que ello sugiere para luego abordar las notas y navegar por las fases coincidentes o equidistantes de las intenciones literarias de O’Hara.  En su teatro de operaciones poético, O’Hara abreva tanto en el expresionismo abstracto, la poesía rusa y el surrealismo, como en la música contemporánea –fue muy amigo de Leroi Jones, también poeta, periodista y músico negro con quien solía compartir sesiones de bebop en las que descollaban Charlie Parker o Thelonius Monk– y hasta en las manifestaciones del pop para cincelar sonoridades en busca de un uso comunicacional del lenguaje, hincando el diente a las frases de contornos libres y estimulado por los efectos existenciales, en busca de una radicalidad sensorial de las imágenes desplegadas más con la intención de liberarse de las cavernas del deseo para transmutarlas –no pocas veces– en humoradas insolentes. Escribe en “El cumpleaños de Rachmaninoff”: “Estoy tan contento de que Larry Rivers hiciera una estatua de mí/ y ahora me entero de que mi pene está en todas las estatuas de todos los escultores jóvenes que la han visto/ en lugar del pintor de Picasso sin pene y su influencia, pues la presencia es mejor que su ausencia, si uno ama el exceso…”.  Costa Picazo alude –en el prólogo– a un manifiesto que escribió y al que denominó “Personismo”. Allí O’Hara sostiene –continúa el prologuista– que “sus poemas son comunicaciones de él directamente a otras personas, comunicaciones de persona a persona, como llamadas telefónicas o cartas…(…)…Dice allí O’Hara que no usa el poema como vehículo para desnudar el alma, revelar ansiedades secretas (…) sino más bien para crear la ilusión de una charla íntima y espontánea entre dos personas…(…) y dar al lector la idea (…) de que él también participa como testigo en la charla…”.
Hay en estos poemas de O’Hara algo del brillo del neón de la época –los 50, los 60, como puede también palparse en la poesía Beatnik–, una simbología cifrada de alusiones, en un lenguaje abierto, para hacer de la inmediatez una vocación escrita: al amor imposible, la soledad, el erotismo, la seducción, la admiración incondicional el poeta les demuele su lugar común en busca de la complejidad y la inmensidad del instante; allí, en ese gueto que podría representar Nueva York, casi en la misma combinación de respiración y escritura, los hábitos, los pequeños placeres, las tensiones, “una espontaneidad alejada de toda intención seria”, al decir de Costa Picazo, devienen una materia viva, una emulsión indisociable de la intensidad de imágenes picantes que vibran en la propia lectura, un imaginario colmado de deseo y desasosiego, el motor para transcribir el desorden de la naturaleza humana y el de la democracia exhibicionista de la época. Subyace en Meditaciones en una emergencia… el entusiasmo de O’Hara por la escritura, por el lirismo y el convencimiento de que su propia existencia –algo así como “estar en su tiempo”– era un tema tan necesario como cualquier otro.

NOCTURNO

No hay nada peor
que sentirse mal y no
poder decírtelo
No porque fueras a matarme
o eso fuera a matarte, o
porque no nos amemos.
Es el espacio. El cielo está gris
y claro, con sombras rosadas y
azules bajo cada nube.
Un avión diminuto proyecta su
mancha sobre el edificio de las Naciones Unidas.
Mis ojos, como millones de
cuadrados de vidrio, simplemente reflejan.
Todo ve a través de mí,
durante el día estoy demasiado acalorado
y de noche me congelo; tengo
el físico inapropiado para el
río y una leve ventisca
quebraría todas mis fibras.
¿Por qué no viajo al este y al oeste
en vez de al norte y al sur?
La culpa es del arquitecto.
Y en unos pocos años seré
inútil, ni siquiera un edificio
de oficinas. Porque no tienes
teléfono, y vives tan
lejos, del letrero de Pepsi Cola,
de las gaviotas y del ruido.

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