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Sin nafta para seguir corriendo

Ojito Actis Caporale cayó cuando se disponía a competir en el autódromo

Ojito Actis Caporale cayó ayer cuando se disponía a competir en el autódromo de Buenos Aires. Quedaron atrás cuatro años de clandestinidad donde, con el nombre de Alex Aqua, rankeaba como corredor de la categoría Copa Fiesta.


La del sábado fue la última carrera de Alex Aqua en la Categoría Copa Fiesta. Estaba tercero en el ranking y ayer esperaba subirse al podio en el Gran Premio Coronación a disputarse en el autódromo Oscar y Juan Gálvez de la ciudad de Buenos Aires. Pero no pudo. Un dato llegó a la Policía de Seguridad Aeroportuaria PSA que descubrió que el corredor de autos que llevaba el número 7 era Ignacio “Ojito” Actis Caporale, un chico castaño y de clase media acusado de liderar una narcobanda. El joven, que tiene 28 años, ganó fama hace cuatro. Él volvía desde Colombia con su novia pero se enteró de los operativos en una escala que el vuelo hizo en Perú y se escabulló de las manos de la Policía que lo esperaba en Ezeiza. Hasta ayer.

La ministra Bullrich le atribuyó a Ojito lo mismo que a todas las personas detenidas por fuerzas federales y que son oriundas de Rosario. Es decir, ser “el más peligroso” y el “más buscado”.

Actis Caporale está ahora a disposición del juez Marcelo Bailaque acusado de liderar una banda que vendía drogas. Lo curioso es que el más temible y buscado prófugo corría sin problemas en distintos autódromos desde 2014, incluso llegó a estar tercero en la categoría. Pero en el mundo de la Justicia penal no es fácil sospechar de dos bellos ojos azules o vincularlo con el narcotráfico.

El escape

El  26 de setiembre de 2012 Ojito volvía con su novia modelo en un vuelo desde Colombia. En el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, lo esperaba la Policía para detenerlo. El joven nunca apareció. La chica bajó sola y el equipaje de Ojito quedó abandonado. En una escala en Lima, Perú, el muchacho, entonces de 24 años se enteró de que la policía había allanado su casa y que miembros de su banda –incluido el padre– estaban detenidos.

El 9 de noviembre de 2012, un centenar de efectivos de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) desembarcaron en la zona noroeste de Rosario. Los jueces pidieron la intervención de fuerzas federales. Es que las escuchas habían develado complicidad policial.

Norma López, alias Tía, vivía en Valle Hermoso al 1800. A la mujer de 60 años, con antecedentes por venta de drogas, le atribuían manejar algunos búnkers de la zona. Uno de ellos tenía una fachada de rotisería. Desde allí coordinaba las entregas, la venta y las coimas que pagaba a la Policía. Muchas de las operaciones se hacían por teléfono. Una de las escuchas revela que le pagan a la Policía para que los dejara trabajar. Esas mismas conversaciones telefónicas encaminaron a la PSA hacia Ojito como proveedor de la banda.

El muchacho, que en ese entonces tenía 24 años, se caracterizaba por los autos caros.

Fue el 26 de septiembre de 2012 cuando la Policía llegó a su departamento, en el 5º piso de Presidente Roca 663, y encontró tres kilos de cocaína, más de un kilo de marihuana y 250 mil pesos en efectivo. En simultáneo, la PSA realizó 14 allanamientos. En total, fueron detenidas 9 personas, incluido el padre de Ojito y secuestraron 4 kilos de cocaína de máxima pureza, 3 kilos de marihuana, 400 pastillas de éxtasis, 40 troqueles de LSD, varias dosis de ketamina, seis autos de alta gama, ocho armas de fuego y 250 mil pesos en efectivo.

Ojito y su novia, una joven modelo rosarina, volvían de unas minivacaciones en Colombia. Desde el aeropuerto El Dorado de Bogotá tomaron un vuelo a Lima, donde harían un trasbordo hacia Buenos Aires. Pero le avisaron a tiempo de los allanamientos y Ojito se perdió entre las calles limeñas. Su novia bajó sola en Ezeiza y el equipaje de Ojito quedó girando un rato en la cinta transportadora sin que nadie se acercara a recogerlo.

Ignacio Mario Actis Caporale no tuvo problemas para entrar al país un día después cruzando la frontera brasileña; luego dictaron su captura internacional. El juez federal de Rosario Marcelo Bailaque procesó a los nueve miembros de la banda, aunque no todos eran narcos. La peor parte se la llevó Matías, un joven que se ganaba la vida con el magro sueldo de un call center y algunas clases de guitarra y canto. Durante los allanamientos en busca de Ojito y su banda, Matías terminó en una celda del penal de Ezeiza. Fue ahí mismo donde se enteró que su padre falleció en la puerta de la Alcaldía Mayor, minutos después de ir a visitarlo de un ataque cardíaco. Matías fue procesado, pero poco después recuperó la libertad ya que se estableció que no tenía relación con la banda.

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