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construcción en el gran rosario

Obras en la periferia: el 96% no cuida a obreros, dice UNR

El protocolo de salud y seguridad no suele ser controlado por los organismos indicados cuando la obra está fuera del centro.


Las obras en construcción deben cumplir con un protocolo de higiene y seguridad para el cuidado de la salud de los trabajadores. En las de mayor escala, el cumplimiento de ese paquete de medidas suele ser controlado por distintos niveles del Estado y las empresas de ART. Pero hay un universo, el de las obras cotidianas alejadas de los centros urbanos grandes, donde se cometen las mayores irregularidades. Al menos, así lo determinó un relevamiento de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) que durante dos años se dedicó a observar construcciones de pequeña escala en el Gran Rosario. Según Rubén Benedetti, director de la investigación, el resultado fue peor del esperado. De un total de 300 obras relevadas, sólo el 4 por ciento cumplía con las normas básicas de higiene y seguridad de los obreros y vecinos.

La investigación es del equipo de la Especialización en Salud y Seguridad en el Proyecto y la Construcción, que se dicta en la Facultad de Arquitectura de la UNR. Los investigadores partieron de una premisa: en los lugares alejados de las grandes ciudades se cometen las mayores infracciones en las normas de seguridad en el trabajo.  Como antecedente, contaban con un estudio similar realizado en Funes junto con el municipio.

El relevamiento

“Trabajamos alrededor de 40 personas entre graduados y estudiantes. Nos dividimos en ocho grupos que viajaron a los localidades con una consigna: mirar desde afuera las obras en construcción cotidianas”, explicó Benedetti. Durante dos años, recorrieron 300 construcciones de Alvear, Pérez, Granadero Baigorria, Villa Gobernador Gálvez, Pueblo Esther, Roldán y Zavalla. Desde la vereda y tratando de pasar desapercibidos, se fijaron en las normas básicas y elementales que debe cumplir cualquier obra: “Partimos de un cuestionario común para todos con el objetivo de tomarle el pulso a la obra desde afuera, porque no tenemos poder de inspección”.

Según Benedetti, los resultados fueron peores de los esperados. El 96 por ciento de las viviendas no cumplía con los protocolos de higiene y seguridad, es decir, menos de 15 obras tenían todo en regla. En el 59 por ciento había riesgo de caída en diferentes niveles, con un 96 por ciento sin protecciones colectivas como barandas, un 93 sin plataformas correctas y un 84 sin escaleras adecuadas. Además, el 73 por ciento de los obreros no usaba la ropa adecuada: el 98 por ciento no tenía protección visual, el 93 no usaba casco y el 68 no usaba calzado de seguridad. En el 88 por ciento de las construcciones no había cerco de separación de la obra y el 58 por ciento no cumplía con el orden y la limpieza para la circulación libre, con sólo el 33 por ciento de veredas liberadas. Además, el 66 por ciento no exhibía cartel de obra.

“Hicimos una separación entre los riesgos para los que trabajan y para los vecinos que circulan alrededor de la obra. Si había excavaciones, riesgo de caída a diferente nivel, si estaba ordenada y limpia, si en caso de riesgo de caída se usaban arneses, escaleras adecuadas, cascos. No apuntamos a una medición fina, si no al grueso”, apuntó.

Lejos de la ciudad

El grupo de investigación comandado por Benedetti partió de la premisa de que las mayores irregularidades se cometen en las localidades más alejadas de los grandes centros urbanos. En ciudades como Rosario, las obras a gran escala suelen tener controles de las ART, el Ministerio de Trabajo, la Guardia Urbana Municipal (GUM). A eso se suma, explicó Benedetti, el control social: “Ha habido tantos accidentes que cuando un vecino ve una obra en la que puede pasar algo, hace la denuncia”. Pero para el investigador esa situación no se replica en ciudades y pueblos más chicos. “En los lugares donde el Estado no está presente es donde más se incumple con la legislación vigente porque muchas veces ni siquiera se la conoce. Y sobre todo cuando hablamos de obras como remodelaciones o ampliaciones de casa o construcción de viviendas chicas en barrios cerrados”, explicó y agregó: “Lo que observamos es una radiografía de cómo trabaja la construcción en el país por fuera de las grandes obras licitadas por el Estado”.

Cifras propias

La investigación de la facultad de Arquitectura de la UNR tenía como fin generar estadísticas propias sobre las condiciones de higiene y seguridad en las obras en construcción. Según Benedetti, esta inquietud responde a que no existen cifras oficiales que den cuenta de lo que ocurre en las obras cotidianas, donde el control del Estado no llega.

“En los números oficiales de la Superintendencia del Riesgo del Trabajo se da cuenta de alrededor de cien muertos al año en todo el país dentro de la industria de la construcción. Pero las obras de menor escala no están representadas en esas cifras. Por eso hay que salir a construirlas”, expresó.

Para Benedetti, las cifras dejan entrever las condiciones en las que se desarrolla el trabajo informal en el sector de la construcción. “Cuando vos no tenés un cartel de obra, no hay nadie que vigile cómo se está trabajando. Por eso, los más perjudicados son los obreros, que sufren lesiones de las cuales no se hace cargo nadie. Los siniestros en estos lugares aparecen en una nebulosa que nadie le imputa a las condiciones de trabajo. Ni siquiera ellos saben los riesgos que corren y que muchos de los problemas de salud que tienen son por el trabajo”, dijo el arquitecto y agregó: “Debe ser difícil encontrar otras circunstancias laborales como las de la construcción”. De acuerdo con el investigador, el rubro de la construcción requiere de un cambio cultural: “Estamos acostumbrados a que los obreros trabajen en malas condiciones y en el fondo eso refleja un gran desapego por el valor de la vida del otro. Con estos estudios apuntamos a eso: a empezar a generar conciencia para cambiar esas costumbres”.

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