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Vida y Plenitud

No tengo que hacer nada

El autor indaga en la dinámica del ego y los miedos. Vivimos creyendo que nuestra percepción está invertida: lo que es muy fácil es temer y odiar y lo que es muy difícil es amar y confiar. El noviazgo con la vida y sus ilusiones.


Cuando nos damos cuenta de que el amor existe en verdad arribamos a una comprensión nueva de la vida: este mundo no existe como causa sino como efecto de lo que pienso. ¿Por qué? Porque cuando me doy cuenta de que esa fuerza llamada amor vive en mí, noto que los ataques que miro en este mundo son proyecciones que funcionan como intentos de justificar mis miedos, los cuales yo escondía, debido a la creencia de ser un cuerpo que puede morir o ser ofendido en cualquier momento.

Es muy sencilla la dinámica del ego: éste únicamente necesita que tú creas ser un cuerpo separado de los demás y que estás envejeciendo; eso es suficiente para que tú vivas desde el sistema de defensa inconsciente. No necesitas ser una persona mala para estar equivocada. Con sólo creer que eres finito y supeditado al tiempo es suficiente para que osciles mentalmente entre el miedo y el deseo de atacar, con breves períodos de experiencias de apego al cual llamarás.

Estamos programados para que el odio sea lo que es verdad y el amor incondicional sea lo que es mentira o una simple fantasía. Nuestra percepción está invertida: lo que es muy fácil es temer y odiar y lo que es muy difícil es amar y confiar. Este sentir, que es muy común en la mayoría de las personas, evidencia el hecho de que estamos percibiendo nuestra identidad desde el falso ser o ego, el cual sólo se alimenta de las ilusiones que admitimos dentro de la crianza y afianzamiento en la sociedad. El ego simplemente necesita que consideres el cuerpo como un fin en sí mismo y no un medio, de tal manera de aturdirte con todas sus necesidades de comida, refugio y sexo, y lo establezcas como objetivo.

Es muy obvio que si consideras ser un cuerpo físico, todo el objetivo será que éste esté bien. Bajo dicho esquema establecido en la inconsciencia colectiva se garantiza que una meta imposible se perciba como el objetivo final de la vida, y que la invulnerabilidad del espíritu que eres no se atisbe ni siquiera por sospecha. Al apoyarnos y entregar todo el sistema de pensamiento en una meta imposible de alcanzar se establece gradualmente la sensación de la falta de poder que ahora experimentamos. El cuerpo actúa como un escondite para evitar pensar que soy mente.

Existe una idea que nos puede ayudar debido a que funciona como una dinámica mental muy efectiva para darnos cuenta de que todo está en su sitio, y que no hemos dejado de ser lo que por origen somos. Esa idea es: “Yo no tengo que hacer nada”. La misma no aboga por la pasividad o la inacción sino por la falta de sentido que tiene la preocupación compulsiva de la mente. Estamos queriendo llegar al punto en que la idea de no tener que hacer nada haga algo. Ese algo que haría es de lo más importante, ya que consta de erradicar la culpa inconsciente por la cual nos movemos, mirando nuestras ideas proyectadas en el mundo sin realmente poder ver en absoluto.

La necesidad que experimentamos surge cada día: “Tengo que hacer esto para quitarme lo que siento (atracciones y rechazos que devienen de una culpa inconsciente)”. Pero al hacer cosas sin conciencia, sin observar lo que quieres cubrir al hacerlo, estás revalidando tu creencia de que esa culpabilidad es real.

“Yo no tengo que hacer nada, (para ser feliz)” es la idea central y más fundamental de la relajación profunda, la cual erradica la creencia errónea en la culpa de haber errado con Dios o con cualquiera de sus partes. No reaccionar al mundo, ya sea por apego o aversión, es la idea misma de la liberación, la cual se logra muy fácilmente como fruto del apego al amor puro incondicional.

Cuando un niño nace del vientre de unos padres que están liberados del miedo, sentirá que ellos le dicen a través de sus tratos: “Eres nuestro hijo, ya naciste, no debes hacer nada por nosotros, no debes esforzarte para complacernos, tu mera presencia nos hace feliz, bienvenido hijo”.

Dentro de un sueño pasan muchas cosas, nos persiguen, somos agredidos, nos honran y también nos enamoramos, ¿pero qué puede hacer uno? Nada. No podemos hacer nada, sino sólo despertar. ¿Y cómo voy a hacer algo si nada ha sucedido? Cuando el hacer algo en este mundo es la reacción o impulso de aquello que no quiero mirar o aceptar, entonces siempre será una reconfirmación de que el pasado es real y estoy atado a él; por lo tanto, pasan cosas que no entiendo.

Así como cuando nos sucede que un momento de amor es suficiente para recordarlo siempre, asimismo, un momento de no sentirnos un cuerpo mortal, un instante de eternidad en la mente, es suficiente para luego sentirlo constantemente por todas partes. Este regalo nos entrega la aplicación gradual de esta dinámica: “No tengo que hacer nada”. Y no significa que no debas desempeñar tus deberes sino más bien que no te completas al finalizarlos, que no eres más por cumplir, que no eres más feliz por lograr tus objetivos, que el mundo no puede agregar ni una gota de felicidad del manantial que eres cuando te conoces más allá de las circunstancias, en tu noviazgo con la Vida.

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