Espectáculos

No es amor lo que sangra

“Algo sangra”, que ofrece por estos días sus últimas funciones, suma a la escena local a su dramaturga y directora, Melisa Martyniuk, quien elige correr el riesgo de proponer un texto donde lo arbitrario y lo absurdo se manifiestan como un signo.


“Algo sangra”. Dramaturgia y dirección: Melisa Martyniuk
Actúan: Federico De Battista, Franco Pisano, Julia Tarditti, Mayra Sánchez, Virginia Brauchli.
Sala: CET, San Juan 842, viernes a las 22

Quizás como las luces que brillan en escena, quizás como aquello que marca el ritmo de las noches, allí están los tragos, la música y cierta desazón posmoderna vinculada con la soledad que se transita en compañía; datos de la profusión de un mundo variopinto que, puertas adentro de una casa, se abren a la mirada de un espectador que se vuelve el voyeur de una terapia de familia rayana en el disparate.
Las instancias de esa especie de terapia grupal con aires de culebrón centroamericano (desde el punto de partida se trata, claramente, de un desafío de género) son los indicios más visibles de Algo sangra, debut en la dramaturgia y dirección de la también actriz Melisa Martyniuk, que por estos días transita sus últimas funciones luego de dos temporadas.
Abrevando en la imperante estética del teatro posdramático, tres mujeres (dos hijas y la madre de ambas) conviven con su singular analista “cama adentro” con apariencias de DJ, que intenta “la cura” de los males familiares (con la orfandad en primer plano) a través de un novedoso método terapéutico vinculado con el karaoke y las coreografías, en un espacio en el que el deseo se ha perdido, más allá de los desafortunados intentos del terapeuta en cuestión por atravesar el corazón de estas mujeres que parecieran restringir sus sentimientos por algún mal o dolencia que, en principio, no se revela, aunque luego sí.
De todos modos, el deseo está, y se refrenda con la llegada de un primo huérfano del Chaco que, con más secretos que confesiones, desembarca en la casa familiar (muy parecida a un set televisivo) para hacer estallar el instinto dormido de las féminas de la familia, quienes se mostrarán encendidas ante la presencia del recién arribado.
Lo que sigue, siempre jugado a una lógica absurda atractivamente planteada desde el texto, son las idas y vueltas de un juego de seducción que se vuelve histérico porque, por elección, no termina de definir ninguno de los conflictos que plantea (no estalla) sino que, por el contario, propone un puzzle de acciones y situaciones donde la confusión y la exuberancia de capas son una elección, con los riesgos que eso conlleva.
A partir de este trabajo, Martyniuk se revela como una creadora interesante de la escena local, por suerte, particularmente preocupada por producir un texto que exceda la dramaturgia de los actores tan instalada en la escena rosarina (y argentina) que, si bien en la mayoría de los pasajes aporta algo inquietante a su espectáculo (un mundo, una poética propia), elije no asumir otros riesgos más que el de “contar” la problemática sin profundizar en esos conflictos que, en cada caso, se vuelven más interesantes que el todo.
Es también por este motivo que, por momentos, la propuesta se ameseta, se aleja de ciertos intereses que aparecen en el comienzo y que tienen a Mayra Sánchez (una de las hijas) como el trabajo más inquietante, independientemente de que los actores logran, cada uno a su tiempo, proponer algo (al menos un momento) que busca dialogar con lo que les acerca el material, más allá de que el deseo contenido y luego desatado, que aquí se vuelve un disparador, no se refleja con la intensidad que, en principio, parecieran intentar emplazar los personajes.
De todos modos, es valido el intento de Martyniuk a la hora de asumir el compromiso de proponer otra cosa, de iniciar un camino que en su devenir desnuda matices que, desde lo discursivo-poético y desde la intensidad que manifiestan los personajes, dejan entrever la influencia de su paso por los talleres que lleva adelante el talentoso Juan Hessel, con quien trabajó como actriz en Guerra fría, lejos de todo.
Por lo demás, el montaje pareciera estar apuntado a un público joven, que entiende de ciertas lógicas donde lo arbitrario y lo absurdo se singularizan como un signo, una metáfora que se manifiesta, incluso, desde el título (Algo sangra), aunque aquí, claro está, no es amor lo que sangra.

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