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Felinos célebres

Los gatos, esos entrañables amos

A lo largo de la historia personalidades de las artes, la ciencia y la política prodigaron amor y veneración a los mininos


“El día que nací había un gato esperando al otro lado de la puerta”. La cita de Osvaldo Soriano es el disparador de esta columna, que hoy no está dedicada a una efeméride ni a un ser humano. A diferencia de otros sábados, esta vez hablaremos sobre el que tal vez no sea el “mejor amigo” del hombre –título otorgado al perro– pero que puede llegar a ser su más fascinante y majestuoso compañero y, por qué no, su mejor amo: el gato.

Tal vez esa fascinación que despiertan los gatos tenga que ver con la sentencia de Marcel Mauss: “El gato es el único animal que ha logrado domesticar al hombre”. Albert Schweitzer fue incluso más allá: “El hombre tiene dos medios para refugiarse de las miserias de la vida: la música y los gatos”. Y el premio Nobel de la Paz sabía de qué hablaba, ya que llevó consigo a su gata Suzi a África, donde fue adorada como una diosa.

A su turno, George Bernard Shaw, sostuvo: “El hombre es civilizado en la medida que comprende a un gato”. También Leonardo da Vinci dijo lo suyo sobre los felinos: “El más pequeño gato es una obra maestra”.

Es que a lo largo de la historia personalidades de las artes, la ciencia y la política prodigaron amor y veneración a los gatos.

Cleopatra sentía adoración por su gata Charmaine. El profeta Mahoma tuvo muchos gatos y su favorito era Muezza. El emperador japonés Ichijo encarceló al dueño de un perro que corrió a su gata Myobu No Omoto, y la emperatriz bizantina Zoe alimentaba al suyo en un plato de oro. A su turno, Guillermo IX dijo: “La elegancia quiso cuerpo y vida, por eso se transformó en gato”.

El cardenal Richelieu vivía con 14 gatos, uno de los cuales, negro como el carbón, se llamaba Lucifer. Otro, Gaceta, orinaba sobre los invitados que le desagradaban. Píramo y Tisbe dormían con las patitas entrelazadas. Otros felinos del cardenal fueron Serpolet, Sumiso, Ludovico el Cruel y Peluquín. Y eran reverenciados hasta por el rey de Francia.

Famosa también es la frase de Víctor Hugo: “Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre”.

Por su parte, Charles Dickens no salía de su asombro cuando su “gato” William parió una numerosa camada, y tuvo que rebautizarlo como Wilhelmina.

La célebre Florence Nightingale fue enfermera en la Guerra de Crimea con sus gatos Bismarck, Gladstone, Disraeli y Houri. Mientras que la gata favorita de la reina Victoria era una persa llamada White Heather, que la sobrevivió y vivió en el palacio de Buckingham con su sucesor, Eduardo VII.

También en Inglaterra, una de las preocupaciones del primer ministro Winston Churchill era poner a salvo a su gato Jock durante los bombardeos en la Segunda Guerra Mundial. El gato asistía a las reuniones oficiales, y aunque a Churchill le decían “el bulldog”, escribió: “Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos”.

También en el Nº 10 de Downing Street, cuando el laborista Harold Wilson fue premier y su gato Nemo era uno más del gabinete, le preguntaron al embajador italiano qué le gustaría ser si volviera a nacer. Con una sonrisa, contestó: “Me gustaría ser gato en Londres”.

Este año, uno de los asuntos que preocuparon a los británicos tras el Brexit fue el destino del gato Larry, que es desde 2011 el “ratonero jefe” de la residencia oficial del primer ministro. La llegada de Theresa May al poder en reemplazo de David Cameron no significó que el animal tuviera que abandonar el que fue su hogar en los últimos años. “Larry es un funcionario público y no pertenece a la familia Cameron, así que se quedará donde está”, tuvo que salir a aclarar en su momento un vocero de la oficina del gabinete británico.

Es que, desde hace casi un siglo, es tradición que un gato solucione los problemas de ratones que sufre el 10 de Downing Street. El cargo va acompañado de un pago de 100 libras al año (120 euros). Además de su sueldo, Larry recibe regalos procedentes de todos los rincones del país.

Su perfil oficial publicado en la web de gobierno del Reino Unido explica que fue rescatado del centro de acogida de animales Battersea Dogs & Cats Home. Entre sus funciones se encuentran la de recibir a los invitados y “probar muebles antiguos para la calidad de sus siestas”, mientras que su captura de ratones “se mantiene todavía en fase de planificación táctica”, recuerda la web.

En Estados Unidos la historia con los gatos no fue diferente. Abraham Lincoln asignó a su gato Tabby la custodia de su hijo Tad, y Theodore Roosevelt conversaba con Tom y Zapatillas.

Cuando Tiger, el callejero adoptado por John Calvin Coolidge se perdió, el presidente norteamericano, que andaba con el gato enroscado en el cuello como una bufanda, ofreció una recompensa.

En tanto, a la muerte de Tom Kitten, el gato de JFK, se publicó en un diario de Washington: “Contrariamente a los humanos en su posición, Kitten no escribió sus memorias ni buscó sacar provecho de su estancia en la Casa Blanca”. Pero el gato más famoso de la Casa Blanca fue el de la familia Clinton: Socks (Medias), que llegó a recibir más de 100.000 cartas de fans al año durante los dos períodos de gobierno de Bill Clinton. Habrá que ver cuál será el nuevo gato Nº 1 de Estados Unidos si Hillary Clinton se convierte en la primera mujer en presidir la gran potencia mundial.

Otros líderes mundiales gateros fueron el dictador italiano Benito Mussolini, el mandamás soviético Josef Stalin y el general y presidente francés Charles de Gaulle. Entre los pintores, se destacaron Pablo Picasso con su gato Claude, Paul Klee con Bimbo, y Salvador Dalí, quien tuvo varios.

A la hora de hablar de músicos amantes de los gatos, la lista es larga y está integrada por los cuatro integrantes de Los Beatles, Freddie Mercury, Bob Dylan (flamante premio Nobel de Literatura), Jean Michel Jarre, Frank Zappa, Kurt Cobain, Morrissey, Joaquín Sabina, Joan Baez, Madonna, David Bowie, Michael Jackson y Amy Winehouse, entre muchos otros.

Entre los escritores la lista es interminable: Lope de Vega, Lord Byron, Théophile Gautier, Edgar Allan Poe, Walter Scott, Charles Baudelaire, Rudyard Kipling, Federico García Lorca, T.S. Eliot, Colette, Raymond Chandler, Truman Capote, y Ray Bradbury, son sólo algunos entre muchos.

Herman Hesse adoraba a su gato Lowe. Jean Cocteau escribió: “Si yo prefiero los gatos a los perros es porque no hay gatos policías”. Ernest Hemingway, Gore Vidal, Patricia Highsmith, Italo Calvino, Stephen King, Juan L. Ortiz, Jorge Luis Borges (con sus gatos Beppo y Odín), Julio Cortázar (con sus gatos Flanelle y Teodoro Adorno), Manuel Mujica Láinez y Haruki Murakami también integran la pléyade de fanáticos de los gatos.

Quizás sea porque, como dijo Aldous Huxley: “Si quieres escribir sobre seres humanos, lo mejor que puedes tener en casa es un gato”.

Mientras que el siempre ácido Mark Twain sostuvo: “Si fuera posible cruzar a un hombre con un gato, mejoraría el hombre, pero se deterioraría el gato”.

Y qué decir de la “Oda al gato” del chileno Pablo Neruda: “Oh pequeño/ emperador sin orbe,/ conquistador sin patria,/ mínimo tigre de salón,/ nupcial/ sultán del cielo/ de las tejas eróticas…”.

Para el final, les dejo una frase de autor anónimo que muchos suscribimos (y al escribirla pienso en el reencuentro con nuestra querida gata Manchitas, que nos dejó hace unos meses): “El paraíso jamás será paraíso a no ser que mis gatos estén ahí esperándome”.

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