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Sociedad

Los caprichos, entre los excesos, límites y renuncias

La mamá o el papá que diga que jamás tuvo que lidiar con ellos falta a la verdad. Pero, ¿cuáles son los límites?


El diccionario de la Real Academia Española define al capricho como la “determinación que se toma arbitrariamente, inspirada por un antojo, por humor o por deleite en lo extravagante y original”. Berrinche es el  “coraje, enojo grande, y más comúnmente el de los niños”. Y pataleta es “convulsión, especialmente cuando se cree que es fingida; disgusto, enfado”.

El límite es una renuncia. Tiene que ver con dar un corte a un exceso, que no es sólo propiedad de la infancia. Los excesos nos acompañan toda la vida. Sucede que en la niñez el límite parece ir de la mano del capricho, pero ¿quién dijo que los adultos no son caprichosos?

Es necesario aclarar que los excesos y renuncias no son sólo materiales. De manera reiterada la cotidianeidad nos enfrenta a  poner límites y a aceptarlos.

Aquella madre o padre que diga que nunca experimentó el capricho de su hijo/a en cualquiera de sus versiones es una total falacia. La escena desplegada es similar a un cortometraje que muestra a un niño/a llorando, a partir de que la madre y/o el padre dijo: “No”. O, en su defecto, porque el niño dijo que “no”. El adulto, que en promedio quintuplica la edad del niño, comienza a dudar sobre sus actos.  Sin ser demasiado original, la primera pregunta que se le ocurre es: “¿Qué hago?”.

El recurso que encuentra es un pedido al pequeño en el tono de la súplica, para darle fin al episodio “aislado”. En el mejor y el menor de los casos, el ruego tiene efecto, se trata de un “Por favor basta”, “Te dije que la termines”, “Cortala” y demás.

La creatividad e imaginación del pedido se agota, y entonces acontece el segundo tiempo: la amenaza. Aquí la pregunta, también de escasos recursos es ¿qué le saco? El primer elemento que surge, gracias a los nuevos instrumentos tecnológicos, es la televisión, computadora, tablet, playstation, (las amenazas varían de acuerdo a gustos, intereses, y poder adquisitivo).

Si el pequeño/a continúa berrincheando, (usted cree y está en lo cierto), que los sujetos que merodean por el lugar perciben el suceso en el cual es incapaz de controlarlo/a.

Si no se han obtenido resultados, se desarrolla el tercer tiempo en el cual el adulto comienza a caminar expresando a la par la frase: “Mirá que me voy”. La amenaza ya no recae sobre un objeto, sino sobre el sujeto. Sucede que el adulto no tan astuto, de a ratos tuerce su cabeza de coté deseando “tener” al niño/a casi detrás suyo y sintiendo por un instante que domina la situación.

¡No! El niño/a, fue capaz de percibir el movimiento de coté, que el adulto realizó deteniendo incluso un poco su marcha, y entonces cuando ya volteó su cabeza en noventa grados, el grito del niño es aún mayor.

Ya agotados los tiempos de espera, el adulto toma al pequeño/a en brazos y ruega que no patalee (palabra de la cual deriva pataleta). El niño/a aumenta la sonoridad de su llanto, el cual en segundos se transforma en grito, y la percepción de otros adultos observando la escena es una pura y triste realidad. Las miradas de los espectadores varían entre la sonrisa compasiva de algunos y aquella más sarcástica de otros.

Dichos semejantes llevan a sus hijos de la mano (fundamental para poder mirar). Entonces comienza el tiempo verborrágico: “Mirá a ese nene, que bien se porta”; “Viste, qué nene bueno”; “Mirá cómo hace caso”; “Cuando lleguemos a casa”. Y de ahora en más va a depender de la creatividad y originalidad de cada cual.

Parece que atravesarnos la idea de que en la actualidad los niños son más caprichosos que décadas atrás. En la vida moderna nos rodean excesos: de juguetes, de televisión, de imágenes y propuestas. Imposible hacer todo lo que se ofrece. ¿Demasiada oferta, tal vez? Los niños actuales demandan todo el tiempo. Frases más que escuchadas: “Tienen mucho”; “Nada les alcanza”.

Si hay excesos y se produce una renuncia, se origina allí un encuentro-desencuentro con aquello que teníamos y no tenemos, o con lo que se quiere obtener y no se puede. En ambos casos hablamos de perder.

Para poder jugar, desear, es necesaria la falta. Como dice Daniel Calmels en su libro Fugas: “El exceso, la abundancia, van en contra del proceso de creación, o al menos lo lentifican y lo empobrecen”.

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