Ciudad

Las famosas catacumbas rosarinas

Lo que vive debajo del teatro El Círculo: la fosa con una muestra de las obras del escultor Barnes

El emblemático espacio cultural inaugurado en 1904 escondía en el subsuelo su caldera original. El artista trabajó un año para retirar la capa de metro y medio de cenizas que cubría el suelo de tierra y lo convirtió en el Museo de Arte Sacro


Foto: Franco Trovato Fuoco

Es difícil desprender el Museo de Artes Sacro de la ciudad con el teatro El Círculo y es que vive y se ubica debajo del mismo. Por eso sus historias están entrelazadas y para acceder al recinto hay que atravesar el corazón del escenario más emblemático de la ciudad.

Para conocer el Museo de Artes Sacro hay que adentrarse en las famosas catacumbas. El nombre hace referencia a las catacumbas romanas, aunque su construcción no tuvo el mismo objetivo. Es por ello que el mismo Eduardo Barnes y la gente de la museo lo llaman fosos.

Claudia Sabatini, directora del proyecto de visitas guiadas de El Círculo, recibió a El Ciudadano en su “casa”, el edificio de Laprida y Mendoza diseñado en 1903 por el ingeniero y arquitecto alemán George Goldammer que se inauguró un año después. Comunicadora Social, amante del arte, hija de músico, recreó la historia el teatro. Y, en particular, el Museo de Arte Sacro.

Al llegar al patio, la sensación es que no parece ser parte del teatro, con sus escaleras de mármol con diseño europeo, que podría estar en cualquier parte del mundo. Es un patio normal, con aspecto húmedo favorecido por el clima y con una escalera que conduce a las profundidades. Son poco más de una decena de escalones los que hay que descender para acceder al Museo de Artes Sacro, donde están las obras del escultor Eduardo Barnes.

Foto: Franco Trovato Fuoco

 

De caldera a museo

Claudia explica que el museo es la parte de abajo del teatro. Mira al techo y muestra unos agujeros: son los respiraderos de las plateas. Y señala unas estructuras en el techo del foso, mucho más recientes, que son parte del sistema de aire acondicionado construido para el Congreso de la Lengua de 2004. Está diseñado para no afectar la celebrada acústica dela sala principal –obra de un especialista alemán– ni la estética del lugar.

Sigue existiendo la antigua caldera. Al lado una nueva caldera que se compró hace unos años
Foto: Franco Trovato Fuoco

 

Lo que hoy es el museo antes era el foso donde funcionaba la caldera. “Cerca de los años 50, Barnes pidió a la asociación el teatro un lugar para depositar sus obras y trabajar en ellas. Le habían otorgado un espacio en una sala por calle Mendoza, que después solicitó el coro. Entonces, le ofrecieron habilitar el espacio donde estaba la caldera”, cuenta Sabatini. No fue una mudanza sencilla: explica que llevó más de un año de trabajo junto a bomberos locales limpiar la capa de metro y medio de cenizas que cubría el suelo. “La caldera se alimentaba con madera, con carbón y con residuos de la Yerbatera Martín”, señala.

Eduarno Barnes, un escultor autodidacta, centró muchas de sus obras en lo religioso. Sostenía que el artista tenía un don otorgado por Dios. Era contador, fue docente de dibujo del Superior de Comercio, del Liceo de Señoritas, profesor de la cátedra de modelaje y maqueta en la carrera de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario. Nació en Rosario en 1901 y murió en 1977. Entre otras de sus obras, se cuentan dos de los bajorrelieves del Monumento a la Bandera y un mural del Vía Crucis en la Catedral de Rosario. Sabatini destaca su humanidad, su voluntad permanente de aprendizaje y una humildad que lo hacía sorprenderse ante los halagos.

El retiro de las cenizas en el subsuelo dejó un suelo de tierra particular, en el que se hundían los tacos de los zapatos de mujer. Para condicionarlo, se usaron las lajas usadas como lastre por los barcos que llegaban sin carga al puerto de Rosario. “Las pidieron al antiguo mercado de Mendoza y 1° de Mayo. Solicitó autorización de la Asociación Cultual de Teatro y se logró poner un suelo donde pisar firme”, relata con entusiasmo Claudia.

Muestra de las obras

En el Museo se pueden ver las obras en yeso de Barnes, quien también trabajaba con bronce y madera. Están los vía crucis, los moldes y el  yeso usados para las obras de bronce que embellecen la Catedral de Rosario. La impronta del escultor pude rastrearse incluso fuera de Rosario. Sus creaciones están también, por ejemplo, en Santa Rosa de La Pampa, en La Plata, Mar del Plata y la capilla del Barrio Somisa de San Nicolás.

Foto: Franco Trovato Fuoco
Foto: Franco Trovato Fuoco

 

Foto: Franco Trovato Fuoco

 

Sus obras han ganado premios. Y tenía un gran poder de síntesis para mostrar y relatar una historia: por ejemplo su obra de la Última Cena, donde Dios está retratado con un triángulo en la cabeza y Judas mirando para otro lado. Las manos jugaban un rol muy importante en sus trabajos, eran protagonistas.

Foto: Franco Trovato Fuoco
Foto: Franco Trovato Fuoco
Su firma

Barns firmaba de una forma muy particular. Tenía su propio logo. Había jugado con formas geométricas y letras. En un mismo dibujo, está su nombre: la E de Eduardo, la B de Barnes, la A de su segundo nombre, Amancio, y la inicial del nombre de su esposa Amelia más el de su hijo Ayax Barnes.

Dos teatros

Paralelamente al teatro El Circulo se construyó el Teatro Colón en Rosario. Ubicado en Corrientes y Urquiza. Se inauguró unos 20 días antes que el teatro La Opera (como se llamó El Círculo hasta 1943).

El teatro Colón fue demolido en 1958 y en su lugar se construyó un edificio. El Círculo sorteó la piqueta. Desde su inauguración, fue escenario de las más importantes compañías líricas del mundo. “Muchas europeas llegaban por barco directamente a Rosario antes de presentarse en Buenos Aires, Chile o Nueva York. No había internet, los recorridos eran programados con mucha antelación y la familia entera se iba de gira”, cuenta Sabatini.

Todo el teatro era ocupado por los artistas y sus familias, por lo que el foso, hoy Museo de Arte Sacro, fue espacio de panadería (subían los panes y facturas a los camerinos por un ascensor) y de peluquería. Son los recuerdos transmitidos a lo largo de los años, boca a boca, en el teatro.

En la web del teatro hay un resumen de su historia: “En 1888, la Sociedad Anónima Teatro La Opera decide la construcción de un gran teatro lírico mediante un concurso de anteproyectos. Se otorga la obra a los Ingenieros arquitectos Cremona y Contri. Se inicia el edificio pero, por problemas económicos, se interrumpe cuando la construcción estaba en el primer piso. Abandonado. Sin destino preciso. Refugio de menesterosos (NdR: se lo conocía entonces como “Cueva de los Ladrones”). De sus laberintos y fosos nacerían historias misteriosas. En 1889, el empresario Emilio O. Schiffner, con visión clara y objetivos comerciales, compra la Sociedad y concluye las obras contratando al ingeniero alemán George Goldammer, especialista en acústica, quien rectifica los planos originales. La ejecución de la obra la lleva a cabo la empresa constructora Bianchi, Vila y Cía”, reza la página.

El portal de El Círculo repasa algunos de los hacedores del edificio. Artistas de la talla de Luis Levoni y Beloti trabajaron en la yesería interior y exterior, y en los frescos de la boca de escenario. Los magníficos frescos de la cúpula de la sala principal y el telón fueron obra de Giuseppe Carmignani, artista italiano que llegó a trabajar a la Argentina a fines del siglo XIX. Como curiosidad, el telón pintado con imágenes de la mitología griega tiene idéntica iconografía que la del Teatro Regio de Parma, aunque con distintos colores.

En 1943, fue salvado a último momento de una demolición segura gracias a la acción de la Asociación Cultural El Círculo, institución creada en 1912 en la Biblioteca Argentina. “Organizaban cosas muy importantes, eran pioneros, fueron los que impulsaron la creación del Museo de Bellas Artes y es por ello que arriba del mismo hay una placa que dice El Círculo”, explica Claudia. Y agrega más ilustres: “Las tapas de las revistas de la asociación Cultural El Círculo contaban con imágenes realizadas por Antonio Berni y Alfredo Guido”.

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