Espectáculos

Latidos de un clima emocional

En su quinto libro de relatos, Inés Fernández Moreno, hija de César y nieta de Baldomero, dos ilustres de las letras nativas, describe la explosión y la génesis de ciertos sentimientos a partir de la experiencia concreta de lo que vivió o escuchó.


LITERATURA
Malos sentimientos. Inés Fernández Moreno
Alfaguara Random House. 176 páginas / 2015

Inés Fernández Moreno porta un apellido de memorable estirpe literaria, ya que es hija de César y nieta de Baldomero, pero esa filiación, que en la mayoría de los casos comporta una mochila difícil de cargar si se deciden seguir los mismos pasos, en ella, tardíamente conformada la vocación, delineó un territorio propio que tendría su máxima expresión en el cuento y en la novela, a cierta distancia de la poesía y el ensayo, inestimables prácticas de su padre y abuelo.
Autora de cuatro libros de cuentos y tres novelas, Inés Fernández Moreno reconoce “una línea en común con Baldomero” en lo que atañe a un tipo de literatura vivencial, basada en la experiencia y en la observación del contexto en el que le toca moverse en diferentes circunstancias, y de donde va recogiendo palabras, frases, actitudes que luego utilizará en sus ficciones como disparadores. “…No me quiero comparar con ellos (con su padre y abuelo) en términos de calidad, pero sí en términos de esta vinculación con respecto a la realidad; la poesía de Baldomero era el sencillismo, pasaba por mirar lo que había alrededor; mi viejo escribía poesía coloquial, existencial, en algún punto hay un vínculo estético con ellos”, arriesga sobre el posible hilo invisible que la conecta con los escritores que la preceden en la familia.
Malos sentimientos es su reciente libro de cuentos, una serie de textos plagados de pensamientos y acciones fogueados en el caldo de la envidia, la venganza, el desplante y toda suerte de sentimientos tendientes a reparar alguna herida o deuda pendiente que ha mellado a quien los experimenta. Pero se trata de sentimientos en dimensiones ínfimas, brasas siempre encendidas y avivadas por algún viento inoportuno.

Sentimientos más módicos

“En principio, quiero decir que no son malos sentimientos tremebundos, son malos sentimientos más cotidianos, como pequeñas envidias, o venganzas, porque no hay nada del orden de lo trágico, son cosas más sutiles con las que convivimos diariamente; cuando uno piensa en los malos sentimientos tiende a pensar en sentimientos de odio, de traición, pero en este caso son sentimientos más módicos. Esto tiene que ver con cómo nació esta colección de cuentos; yo tenía un primer relato que se llamaba «Malos sentimientos», que nunca terminó de plasmar: era sobre una mujer que tenía que vivir con la suegra vieja y enferma, que es algo que en verdad me sucedió a mí, que estaba muy pegado a mi experiencia; ese cuento lo dejé y un poco a su sombra fueron apareciendo otros vinculados con esa idea de los malos sentimientos”, apunta Fernández Moreno sobre la génesis de su quinto libro de relatos.

Violencia explícita

En el cuento titulado “Oxímoron”, dos mujeres desean un tapado que porta “una rubia” a la que le habían echado el ojo. Luego de un par de peripecias terminarán quitándoselo mediante cierta violencia. Es el único donde la violencia que podrían despertar los malos sentimientos se hace explícita. La autora coincide y apunta: “Ese cuento se dispara hacia la violencia y es un poco fantástico, empieza en un tono realista y va deslizándose hacia una zona más fantástica; ahí sí el final es más violento y más inesperado, y en ese sentido creo que funciona más como un cuento tradicional; después hay otros que llamé fábulas, pero todos están vinculados con el clima emocional de los momentos por los que fui pasando cuando los escribía, que en mi caso es lo que marca una colección de cuentos”.

Los pies en la tierra

Este aspecto lleva a preguntarse cuánto hay de las vivencias de Fernández Moreno en sus cuentos. Ella señala: “En la mayoría; hay mucho de mis vivencias; creo que trabajo con lo que me resulta cercano, familiar, inmediato, con lo que observo en mis movimientos por la ciudad; por supuesto que esto es un punto de partida y luego una empieza a imaginar cosas y a volverlas materia literaria, pero creo que soy una escritora que me manejo más a partir de mi experiencia concreta que del mundo de las ideas, me siento con los pies mucho más pegados a la tierra”.

Formas de hablar

Hay en Fernández Moreno una gran capacidad de observación para la descripción del habla en la mayoría de los relatos, lo que termina constituyendo su esencia. “No es algo que yo busque deliberadamente, sino que se constituye con mi escritura a partir de lo que veo y me interesa por algún motivo; por ejemplo esto de estar parada esperando un colectivo y un tipo que me dice (en el cuento «Queridos gatitos»): «Vio cómo tardan, después vienen todos juntos, en cardumen», son cosas que tienen que ver con las palabras, con la fascinación que ejercen sobre mí; que el tipo me diga que los colectivos vienen en cardumen me hace mucha gracia; ese tipo de observaciones cargadas de humor y vinculadas con el lenguaje me parecen prodigiosas: estoy atenta a las formas de hablar, me gusta el mundo de las palabras y sus usos y esa trama entre la personalidad de la gente y su forma de hablar”, menciona al respecto.

Clima sentimental

Si los malos sentimientos están dentro de cada uno y tienen un origen, en algún momento tienen que adoptar alguna forma de expresión. Los de Fernández Moreno ocurrieron de esta forma: “En mi caso, un libro de cuentos nace de una época mía, signada por algo; yo estuve en España viviendo tres años después de 2001, golpeada por la cuestión económica, y un poco todo lo que escribí en ese período estuvo teñido por el tema del exilio, de la dificultad de empezar en otro lugar; entonces mi producción de aquel momento estaba vinculada con ese clima sentimental que me rodeaba; después de eso volví a la Argentina, me enfrenté con una serie de problemas familiares, mi suegra estaba enferma, mi madre estaba muy vieja y entré en una especie de túnel vinculado con la edad, la enfermedad y la muerte; estos cuentos están dentro de ese clima emocional, de mirar para atrás y saldar cuentas”.

Cuestión de dosis

Una particularidad de los cuentos que integran este volumen es la diversidad de vínculos donde afloran esos sentimientos. “Eso es mirar un poco hacia atrás: ver a una amiga que hace 30 años que no ves es contar lo que pasó y lo que pasa ahora; lo mismo con una pareja que hace mucho tiempo que está junta; es como saldar las cuentas en esas relaciones entre amigas, entre un hombre y una mujer. En todas las relaciones hay malos sentimientos; no creo que haya relaciones donde sólo haya buenos sentimientos; es una cuestión de dosis: cuando la dosis sube mucho entrás en la categoría de la relación que no funciona, del odio”, grafica la autora sobre las dosis de los sentimientos en las relaciones.

El zapping del cuento

Con más libros de cuentos que novelas, Inés Fernández Moreno señala cómo ve el presente y el futuro del género en el país. “Nosotros tenemos una tradición cuentística muy importante, Borges no escribió novelas, Cortázar es mejor cuentista que novelista, yo creo que el cuento es un género que no desaparece; en una época hubo una preeminencia, desde el punto de vista editorial, de la novela como negocio; la gente tiende a leer más novelas que cuentos porque en la novela uno se sumerge y te quedás navegando un rato largo, mientras que el cuento te obliga a meterte en un mundo donde entrás y salís muy rápidamente. También condice en cómo uno se maneja hoy con los tiempos: tiene más que ver con el zapping, con el tiempo corto. Desde este punto de vista es más funcional el cuento que la novela”.

Un mundo que metía miedo

Hija y nieta de grandes escritores, de poetas sobre todo, Fernández Moreno vivió ese universo con cierta aprehensión por el carácter crítico y exigente que portaban sus miembros. Pese a ello, Inés reconoce que ese fue el caldo de cultivo donde nacería su vocación. Lo explica de este modo: “Comencé a escribir ya siendo grande, cerca de los 36 años, antes ni se me ocurría; en mi caso, que mi padre y mi abuelo escribieran, me resultó una barrera. Antes estudié medicina, abogacía, hice danza, no sabía qué hacer con mi vida y para ganarme la vida trabajé como redactora publicitaria, es decir, escribía todo el tiempo y me salía naturalmente bien pero nunca tuve un proyecto de escribir literariamente; no era sólo que ellos escribieran, sino que eran críticos muy feroces; había grupos poéticos que estaban enfrentados y había algunos que eran entronizados y otros que eran criticados terriblemente, un mundo que a mí me metía un poco de miedo; por otro lado también es cierto que era el caldo donde yo me movía, donde escuchaba cosas todo el tiempo, había conversaciones muy interesantes y los chistes verbales circulaban como el agua. Si lo pienso, seguro que hay una línea en común con Baldomero; no me quiero comparar con ellos en términos de calidad pero sí en términos de esta vinculación con respecto a la realidad, la poesía de Baldomero era el sencillismo, pasaba por mirar lo que había alrededor; mi viejo escribía poesía coloquial, existencia: en algún punto hay un vínculo estético con ellos”.

Comentarios