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La revolución es un debate eterno

Historiador francés pone en discusión un aspecto menguado por la historiografía de la Revolución dominada por la izquierda, el Terror. Relaciona los procesos de 1789 y 1917 señalando que allí se encuentra el germen del Estado totalitario.


HISTORIA
La Revolución Francesa en debate. De la utopía liberadora
al desencanto en las democracias contemporáneas.
Francois Furet
Siglo XXI, 176 páginas

Acto uno. Después de una fuerte discusión en la que se mezclan temas ideológicos, las acciones a seguir, temas personales e incluso la desaprobación de los manjares que le propone Georges-Jacques Danton, Maximilien Robespierre llega a la reunión del Comité de Salvación (también traducido por Salud) Pública donde deciden el arresto y rápida ejecución de su amigo y compañero, ahora rival y líder de los Cordeleros. Un tiempo más tarde, el 9 termidor, será el turno del propio “incorruptible”. ¿El Terror se devora a la Revolución?

Acto dos. Según se transmitió oralmente, los bolcheviques entonan “La Marsellesa” luego de haber tomado el Palacio de Invierno, el momento de inicio de la Revolución de Octubre. Es evidente que la Revolución Francesa es el modelo de las siguientes revoluciones, a pesar de que la primera fue señalada como “burguesa”.

Acto tres. A sesenta años de la Revolución Bolchevique, Francois Furet escribe La Revolución Francesa en debate y mete el dedo en la llaga poniendo en discusión un aspecto que había sido menguado por la historiografía de la Revolución dominada por la izquierda, el Terror. El historiador se vuelca sobre el plano político y relaciona a los procesos históricos nacidos en 1789 y 1917 clavando un puñal en el corazón del sentimiento revolucionario al señalar que en el propio ADN revolucionario, se halla el germen del terror, del Estado totalitario. Ese no fue el único punto que trastoca Furet en la historiografía de la Revolución de 1789, sino que en un ajuste de cuentas con los historiadores de izquierda. También cuestiona a aquellos que la escribieron desde una perspectiva conservadora. A casi cuarenta años de la aparición del libro en Francia y casi 30 años de la caída del Muro de Berlín, la editorial Siglo XXI reedita el texto en nuestro país y se vuelven a despertar algunos fantasmas. Incluso, disuelta la Unión Soviética y con Donald Trump gobernando Estados Unidos, parece ser que el planteo incómodo se vuelve sobre el rostro del ya fallecido Furet y la democracia burguesa. Al mismo tiempo, a cien años del Octubre rojo, el texto es una buena oportunidad para volver a debatir la revolución social.

Con historiografía propia

La Revolución Francesa debe ser uno de los acontecimientos y procesos históricos más debatidos en la disciplina que analiza el pasado humano. Nacido en el fragor de la propia lucha revolucionaria, el proceso que se inició en 1789 tuvo tempranamente sus ensayistas e historiadores. La característica principal de éstos fue su posicionamiento reaccionario, conservador, en oposición a los sucesos franceses. El pionero de esta corriente fue Edmund Burke quien consideró que el “ancien régime” no era para nada desagradable y que la revolución no era más que un golpe dado por una camarilla de oportunistas, asesinos y macabros políticos encabezados por Robespierre. Los que fueron seguidos por una “sucia multitud” hambrienta por el botín. Es lamentable que la gran mayoría del material producido en Hollywood mantenga esta perspectiva, la más antigua y reaccionaria. Esta tesis de conspiración de abogados fracasados y literatos fue seguida por otros historiadores a lo largo del siglo XIX, incluso en 1920 por Auguste Cochin. Siguiendo la línea aristocrática, aunque apoyando a la ideología liberal, Alexis de Tocqueville señaló el sentido oportuno de la revolución pero no dudó en señalar que fue preparada por las clases civilizadas pero ejecutada por las más bárbaras y toscas.

En la vereda de enfrente se fue generando otra versión de la Revolución francesa. Jules Michelet, el gran historiador romántico del siglo XIX, simpatizó con los revolucionarios de 1789 y expresó que la revolución fue producto del levantamiento de la nación contra el despotismo, la injusticia y la pobreza del gobierno monárquico. Para Michelet, el pueblo común no fue manipulado y actuó de forma colérica contra la opresión. Esa había sido la punta de un hilo rojo que fundó la historiografía socialista, luego marxista, que cobró vuelo en los primeros años del siglo XX con La historia socialista de la Revolución Francesa, de Jean Jaurés. Con este texto se desplazaba el foco hacia la economía y la sociedad, hacia los sans-culottes y los campesinos que desde abajo habían desencadenado la revolución. Esa línea historiográfica logró asentarse e inclinarse hacia el marxismo con profesionales de la historia, académicos, e incluso se generó una ortodoxia. Albert Mathiez, Georges Lefebvre y Albert Soboul fueron los principales referentes, nada menos que en la cátedra de La Revolución Francesa de la universidad de La Sorbona.

Reacción de la reacción

Se hace pertinente aclarar que, a diferencia de otras latitudes, la derecha francesa cuenta con muy buenos intelectuales. Furet fue uno de ellos. Nacido y criado políticamente en el seno del Partido Comunista (PC) francés a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando gran parte del conservadurismo francés apoyaba al mariscal Philippe Petain, que aceptaba la ocupación de Francia por Hitler. Allí Furet conoció a Emmanuel Le Roy Ladurie, quien lo introdujo al PC francés. Así fue que el joven historiador se forjó en categorías y conceptos que luego cuestionará. En 1965, junto a Denis Richet escribió La Revolución francesa, un libro en el que sin muchos sobresaltos se exponen aspectos novedosos a tener en cuenta a la hora de analizar el proceso revolucionario. Allí  incluyen una diferenciación entre “las tres revoluciones del verano de 1789”, la de los diputados, la de los campesinos y la de los “sans-culottes urbanos”. Muy importante, fue el concepto de “derapage”, en el sentido que la revolución “perdió su rumbo” cuando se hizo evidente el terror.

Acto seguido, Furet se lanza a un ataque feroz a la ortodoxia marxista que hegemonizaba el estudio revolucionario, con la doble vara de atacar a 1789 y 1917. Sin embargo, en 1978 lanzó el libro del que aquí se habla, con mucho menos veneno y con aspectos que renovaron la historiografía de la Revolución Francesa. En un primer momento, Furet acepta que es posible hallar varias interpretaciones del proceso revolucionario, tanto de derecha como de izquierda, también como de un intérprete de “lo social”. En este último sentido cuestiona la mirada de los conservadores que cerraron los ojos a los orígenes sociales de la revolución. En cuanto a los historiadores de la izquierda, les recriminó haberse ceñido al año 1789, un foco inmediato, y no haber analizado en mayor medida un enfoque económico y social de largo plazo, según expone en el libro La Revolución Francesa, George Rudé. Desde una perspectiva conservadora, el planteo allí es acerca de qué cambió después. Sumado a esto, los acusó de haberse ligado demasiado a los protagonistas de la Revolución, además de ligar a jacobinos con bolcheviques.

En el fondo de la olla quedó la cuestión del terror, que fue un argumento retomado por los conservadores para cuestionar cualquier otro proceso revolucionario; incluso se extiende a otras experiencias que para los marxistas no tienen nada de revolucionarias. En este sentido, vale preguntarse a qué apuntan las políticas que realizan las derechas en el mundo.

La Revolución Rusa 100 años después

“En el año 1917, Rusia pasaba por la mayor crisis social de su historia. Sin embargo, puede decirse que si no hubiese existido el partido Bolchevique, la energía revolucionaria de las masas obreras habría sido infructuosamente gastada en explosiones esporádicas y las grandes perturbaciones habrían terminado en la más severa dictadura contrarrevolucionaria. La lucha de clases es la principal impulsora de la historia. Necesita un programa correcto, un partido firme, un liderazgo fiable y valeroso, no los héroes de salón y las frases parlamentarias, sino revolucionarios, listos para ir hasta el final. Esta es la lección más importante de la revolución de octubre”, expresó Alan Woods en el sitio web In defense of Marxism. El intelectual galés que se ocupa de la historia del marxismo y de la Revolución Rusa visitará Rosario para participar en el Congreso internacional de historia A cien años de la Revolución Rusa. Además de Woods, contará con la participación de destacados intelectuales como el brasileño Ricardo Antunes, los argentinos Nicolás Iñigo Carrera, Aldo Casas, Alejandro Horowitz, Eduardo Mancini y Jorge Saborido, entre otras figuras. El encuentro tendrá lugar en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (Entre Ríos 758) y se desarrollará entre el jueves 28 y el sábado 30 del corriente mes. Entre las temáticas abordadas se discutirán temas como la historia de la Revolución Rusa, su relación con el arte y la literatura, el impacto de esos acontecimientos y desarrollos históricos tanto en Argentina como en América latina. También tendrán lugar los debates teóricos sobre la militancia política y social que generó el proceso revolucionario; la relación que tuvo y tiene la Revolución de Octubre con el feminismo y se realizarán talleres con entidades gremiales y paneles de debate sobre género.