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Esto que nos ocurrió

La obra maestra del Intocable

Se cumplieron 46 años de la consagración de Nicolino Locche como campeón mundial welter junior de boxeo en Tokio.


Ayer se cumplieron 46 años de una de las más grandes hazañas del deporte argentino: la consagración del mendocino Nicolino Locche como campeón mundial en la categoría welter junior de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) tras vencer por nocaut técnico en el décimo round al hasta entonces monarca, el hawaiano Paul Takeshi Fuji, en Tokio.

Aquel jueves 12 de diciembre de 1968 era de noche y llovía a mares en la capital de Japón. Mientras, del otro lado del mundo, también llovía en buena parte de la Argentina y la actividad laboral matutina se paralizó en las principales ciudades para que la gente pudiera seguir por radio las alternativas del combate que se desarrollaría en el estadio Kuramae Sumo.

Por entonces, no existía internet, ni la televisión en colores, ni las transmisiones satelitales. Sólo había canales de TV de aire, que emitían su señal en blanco y negro, después de las cinco de la tarde. Por eso, el único medio para seguir las alternativas del combate en las lejanas tierras del sol naciente era la radio. La emisora porteña LS5 Radio Rivadavia había enviado a Tokio al equipo integrado por Osvaldo Caffarelli como relator, Ernesto Cherquis Bialo como comentarista y Jorge “Cacho” Fontana como locutor comercial.

La mañana previa al combate, Locche sorprendió a Cacho Fontana en el bar del hotel donde se hospedaba la delegación argentina repasando los textos comerciales que debía leer a la noche y descubrió que había un guión para el cierre de la transmisión reservado para un posible triunfo suyo y otro por si perdía. “Dame eso”, le dijo Locche tomando el papel que aludía a la eventual derrota y, rompiéndolo, aclaró: “A éste no lo vas a necesitar”. Tal era la confianza que se tenía Nicolino que esa noche le daría una sorpresa a sus acompañantes: tras una sesión de masajes se quedó dormido en una camilla de los vestuarios del estadio mientras en el ring se desarrollaban las peleas preliminares. Ninguno de los que formaban parte de su pequeño entorno lo podía creer: el entrenador Francisco “Paco” Bermúdez, el promotor Juan Carlos “Tito” Lectoure, el sparring Juan Aguilar y el anunciador del Luna Park, Roberto Fiorentino. Luego de esa siestita, Nicolino se hizo tiempo para fumar un cigarrillo a escondidas de don Paco Bermúdez. Luego subió al cuadrilátero y brindó un emocionante y perfecto concierto, una obra maestra de precisión y técnica boxística.

Sabía que esa era su noche y no la iba a dejar pasar. Veterano de mil batallas, tenía 29 años y había esperado más de la cuenta para tener la chance de pelear por el cinturón de campeón mundial. Era un gladiador de más de 200 peleas –como amateur y profesional– al que nadie había noqueado. Un boxeador de técnica exquisita que mantenía intactas sus ilusiones pese a que ya había enfrentado a cinco campeones mundiales que no se animaron a poner en juego sus coronas –derrotó por puntos a tres de ellos y empató con los otros dos–.

Bautizado por los periodistas deportivos como “el Intocable” –apodo puesto por Piri García de la revista El Gráfico, en alusión a la exitosa serie de TV “Los Intocables”, sobre las aventuras de Elliot Ness– por su singular maestría para eludir los golpes del rival, el arte de Nicolino atraía incluso a quienes detestaban el boxeo.

Pícaro y escurridizo, era un maestro de la no violencia que prefería ganar las peleas eludiendo golpes antes que pegándolos. Un torero que ridiculizaba al toro pero no lo mataba. Sin embargo, aquella noche, a su andar chaplinesco –que los detractores decían que no era propio de un boxeador– Locche le agregó certeros golpes que minaron la resistencia física y mental de Fuji, un campeón de aspecto marcial que había nacido en Honolulu, Hawai, Estados Unidos –ex infante de marina estadounidense–, pero que estaba radicado en Tokio desde hacía años, había hecho toda su campaña en Japón y por eso peleaba con el respaldo del público local. Fuji tenía un récord de 32 peleas ganadas, 26 de ellas por nocaut, y 2 perdidas. Locche había ganado 89 peleas profesionales, 12 de ellas por nocaut, tenía 2 perdidas por puntos y 14 empates.

La noche consagratoria, el Intocable no se dejó pegar y pegó. Entre un amague, una zurda; tras un bloqueo, un cross; después de un paso al costado, un gancho. Impotente, lastimado, quebrado en sus reservas anímicas, meneando la cabeza, Fuji –con los ojos prácticamente cerrados por la hinchazón de su rostro– decidió quedarse en su rincón cuando sonaba el timbre para el inicio del décimo round de una pelea que estaba pactada a 15 asaltos.

Desde la esquina opuesta, el único que lo notó fue Nicolino, quien interrumpió las instrucciones de Paco Bermúdez: “No, maestro, no hace falta… no sale… ¡No sale!”. Al otro lado del planeta, la voz de Caffarelli pareció hacer cobrar vida a millones de radios por las que llegaban las alternativas del combate: “Fuji no sale… ¡Nicolino campeón del mundo!”.

Nick Pope, el mismo árbitro que había proclamado el triunfo del peso mosca Horacio Enrique Accavallo como campeón mundial dos años antes, le levantó la diestra a Locche, quien se transformó así en el tercer boxeador argentino en lograr el título de campeón del mundo. Y tal como había ocurrido con los pesos mosca Pascual Pérez (en 1954 ante Yoshio Shirai) y Horacio Accavallo (en 1966 ante Katsugoshi Takayama), la consagración de Nicolino también ocurrió en Tokio. “¡Nisei, nisei! (maestro, en japonés)”, coreó el público nipón, rendido y admirado ante semejante cátedra de boxeo por parte de aquel pequeño coloso del ring, que le ponía una sonrisa a un rudo deporte.

El maestro nacido el sábado 2 de septiembre de 1939 –un día después del estallido de la Segunda Guerra Mundial– en Tunuyán, Mendoza, había cumplido su demorado sueño. Aquel que le había prometido a sus viejos, don Felipe –quien no llegó a verlo campeón– y doña Nicolina, oriundos de Messina, Italia. Después, vino la llegada a Ezeiza y el delirio. Y la leyenda del Intocable agrandándose pelea tras pelea. Así, aquel poeta de la nariz chata, aquel artista que jugaba a que boxeaba y que se consagró en Tokio, se recibió de ídolo en el mítico Luna Park de Buenos Aires, ante tanto “¡Oleeeeee!, ¡Oleeeeee!”, de las tribunas.

No faltaba un guiño pícaro al relator Caffarelli en plena pelea, mientras aferraba al rival y le pegaba con la otra mano, ni los brazos bajos y luego el meneo de cabeza como diciendo “qué lástima, hermano” al rival que ya estaba cansado de tanto pegarle piñas al aire. Lo auspiciaba Peñaflor y usaba una bata de lamé. Tras las peleas y llegando a los vestuarios se encerraba en el baño… no sólo para bañarse, sino para fumar un fugaz cigarrillo. Así era Locche, y nada podía cambiarlo. En el gimnasio trabajaba más su preparador físico, Patricio Russo, que él.

Así y todo, defendió el título con éxito ante Morocho Hernández, Joao Enrique, Adolph Pruitt, Domingo Barrera Corpas y Kid Pambelé. El 10 de marzo de 1972, y por una bolsa de 80.000 dólares, subió a un ring de Panamá con Alfonso “Peppermint” Frazer. Pero Nicolino era una sombra. Tuvo que bajar cuatro kilos en dos días. Y perdió el título mundial en su sexta defensa. Fue el comienzo del fin.

En marzo de 1973, en Maracay, tuvo una nueva oportunidad ante Kid Pambelé, pero una fiera herida obligó a Tito Lectoure y a Osvaldo Cavillón a tirar la toalla. Ese año ingresó al Salón Internacional de la Fama del Boxeo, junto al estadounidense George Foreman y al jamaiquino Mike McCallum.

Después, reapareció, colgó los guantes, reapareció. El 7 de agosto de 1976 hizo su última pelea oficial en el hotel Llao Llao de San Carlos de Bariloche, ganándole por puntos al chileno Ricardo Molina Ortiz. Dejó un récord de 103 victorias por puntos y 14 antes del límite, 14 empates, 3 derrotas por puntos, una antes del límite y una sin decisión. Su última aparición pública fue el 24 de agosto de 2004.

El gran Nicolino Locche murió en Las Heras, Mendoza, el miércoles 7 de septiembre de 2005. Pero la leyenda del Intocable sigue viva, esquivándole piñas al olvido.

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