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Paradigmas

La libertad empieza por clase

La palabra tiene tantos significados como corrientes de pensamiento que la definan. ¿Cómo puede transitar así por la educación? Es parte de los nuevos desafíos que atraviesan las escuelas y los docentes en el marco de la llamada “modernidad”.


Los docentes y las escuelas fueron atravesados en las últimas décadas por nuevos paradigmas. La modernidad ya no daba respuestas a la complejidad del mundo que comenzaba a perfilarse. Los educadores se vieron envueltos en nuevos conceptos, y otros no tanto, que pusieron a la escuela en el centro de los debates filosóficos, sociológicos, psicológicos, etc.

Las instituciones se atestaron de conceptos, muchos de los cuales aún no han sido definidos en su complejidad. Las plenarias se habitaron de palabras nóveles como: alteridad, inmanencia, re-subjetivación, inclusión, re-ciudadanización y libertad, entre tantas otras.

Los docentes se vieron envueltos en una resignificación de su tarea. La pura razón de la trasmisión de conceptos se mezcló con la pasión por la enseñanza y, en esta, la necesidad de ser portadores de un fuerte compromiso social y político. “La neutralidad –decía Paulo Freire– no es posible en el arte educativo y en el acto educativo”.

En este contexto, palabras como “libertad” adquieren un nuevo sentido en las escuelas actuales; ya no depende de su enunciación conceptual, sino de su ejercicio y sus límites en el marco de una escuela compleja inserta en una comunidad que poco a poco se ha corrido de los “valores universales”.

El concepto de libertad ha sido definido desde muchos lugares y las escuelas son cajas de resonancia de estas proposiciones. El que más se ha instalado en nuestra sociedad es el vinculado con las teorías liberales que hablan de libertad como un “valor individual”, relacionado con la autonomía de mercado. En este sentido, los límites (regulaciones) han sido siempre interpretados como un atentado. Esta concepción sostiene un sujeto egoísta totalmente ajeno a su comunidad.

Rousseau comienza su contrato social afirmando que el hombre ha nacido libre pero la sociedad lo aprisiona. La civilización se debate entre un progreso de las facultades y conocimientos que es propio del sujeto pero, por otro lado, en una pérdida de la libertad que lleva a la ignominia de la vida social y política.

La educación se plantea en Rousseau, por un lado, desde la comprensión de la libertad como autonomía; por otro, desde el convencimiento de que la realización de la democracia, en el sentido fuerte de este concepto, resulta imposible. La educación se muestra así, en cierto modo, como una actividad compensatoria de la imposibilidad de que pueda realizarse la democracia.

Los debates que hoy se instalan en las escuelas, a través de capacitaciones docentes, sostienen que la libertad no se ejerce en sí misma, sino en relación con otros individuos; somos libres en la medida en que otros sujetos también puedan ejercer su derecho. En este sentido, el establecimiento de límites es parte del ejercicio de libertad y la democracia no resulta imposible a ello como sostenía Rousseau.

En este esquema, el concepto de libertad se inserta en la escuela lleno de contradicciones y de planteos individualistas que enfrentan esta noción con la necesidad de un ejercicio de ciudadanía en comunión con otros. En otras palabras: la autonomía de un sujeto se da en el marco de relaciones concretas de existencia donde la presencia del otro condiciona, no sólo mi emancipación, sino también mi propia existencia.

En este sentido, la escuela se vio obligada a redefinir otro concepto: el de subjetivación, vinculado con la formación de un sujeto para la socialización, para actuar con otros. La producción de subjetividad ha sido regulada a través de la historia por los medios de poder, y la escuela fue trasmisora de esos paradigmas. Pero siempre hay grietas por donde filtrar nuevas contradicciones y hoy la escuela comienza a definirse a partir de modelos discursivos que entienden la singularidad de un sujeto en relación con la sociedad en la cual se inserta.

La libertad se ejerce con límites, con determinaciones que indican qué es lo que se puede hacer y qué no está permitido. Lo que durante mucho tiempo se entendió era un cercenamiento de la libertad, se transforma en una realidad que acompaña el desarrollo histórico del hombre.

El tema no es sencillo. El problema que enfrentan los maestros en las aulas está vinculado con las posibilidades de mantener el equilibrio entre el permitir y el prohibir. Como dijéramos, no es un problema que atraviese sólo a la escuela, porque la sociedad en su conjunto debate permanentemente al filo de esta delgada línea.

La licenciada Arminda Aberastury sostiene que es fundamental en la educación establecer los límites de la libertad. “Dar libertad de acción –dice– a un niño de acuerdo con la edad, las condiciones de vida, las posibilidades y el mundo de valores de los padres y de la sociedad en que se desarrolla”. Menuda tarea para los educadores en un contexto donde los adultos van perdiendo el monopolio de los límites.

Nuestra historia reciente, de autoritarismo y coerción, abrió una perspectiva de permisibilidad donde los límites se corrieron lo suficiente como para caer en un mundo de “libertad ficticia”. “Educar para la libertad” no se contrapone con la instalación de límites, que permitan un desarrollo autónomo del sujeto en el marco de una sociedad (en este caso el aula) en la que otros también despliegan su soberanía.

La “libertad instintiva” en la educación, señala Aberastury, demostró no sólo su ineficacia, sino que además dio cuenta de que los niños educados en tal forma se mostraron insatisfechos y abandonados.

La licenciada Ana María Montero Pedrera sostiene: “La libertad es fundamentalmente una energía interior que me permite comunicarme con las personas para servirlas y al mundo de las cosas para dominarlas mediante el saber; no es la libertad de cualquier modo sino condicionada. Es una libertad para ayudar a las demás personas y no para dominarlas”.

Freire entendió la educación como “liberadora”, que toma en cuenta al hombre verdadero y real, que parte de él y busca llevarlo a su plena humanización. “El hombre no se libera solo –decía– ni es liberado por otro, sino que se libera en comunión y partiendo desde su realidad”. En Educación como práctica de la libertad plantea que la educación puede ser vía de cambio, camino de libertad para excluidos y oprimidos, herramienta, por tanto, de liberación en la que la ciudadanía no se construye sólo con la educación, pero tampoco sin ella.

La escuela siempre dio más de lo que se le ofreció, la modernidad dejó grietas que se han transformado en espacios y oportunidad de debates; por otra parte, la escuela es una de las pocas instituciones que puede trasmitir la cultura y el conocimiento en el marco de lazos sociales. La antropóloga María Laura Méndez sostiene: “Lo que tenemos que hacer hoy en la escuela es volver a dejarle espacio a la pasión. La pasión por el conocimiento, pero también la pasión por lo que significa el aprendizaje permanente de las relaciones con otro”.