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Sociedad

La importancia del nombre

En la localidad de Timbúes está en marcha la Central Termoeléctrica “Vuelta de Obligado”. Vecinos e historiadores prefieren que la obra lleve el nombre de “Punta Quebracho”, que reivindica la batalla que se realizó en la zona.


El nombre que una sociedad confiere a cosas que son del dominio público, como ser calles, plazas, edificios, bibliotecas, por designar quizás las más significativas, constituye un modo indirecto, o inconciente, de enseñar la historia. Algunos ejemplos ayudan a entender que, por otra parte, tales nombres no son un ejercicio académico circunscrito a pocos entendidos o interesados en el tema, sino que suelen ir acompañados de no poca participación ciudadana. El emplazamiento de una estatua en proximidades de la Casa Rosada es indudablemente un lugar de privilegio. Por esa razón, el retiro de la estatua en homenaje a Cristóbal Colón y el anuncio de su reemplazo por el de la heroína de la Independencia Juana Azurduy, no puede observarse como fruto de la casualidad sino como deliberado cambio de paradigmas.

Años atrás, conforme finalizaba la construcción de la conexión vial Rosario – Victoria, la sociedad asistió a debates de los más interesantes sobre la denominación que se daría al puente principal de dicha obra, el que cruza precisamente el río Paraná. Algunos, con visión más entrerriana, proponían bautizarlo “Justo José de Urquiza”, otros más conciliadores, “Unidad Nacional” y los nombres se sucedían. Al tiempo llegó la aclaración ministerial según la cual el apelativo ya existía y era “Nuestra Señora del Rosario”, y había sido establecido muchos años antes sólo que sin que trascendiera a la opinión pública. Un cartel colocado a ambos lados del puente así lo atestigua.

Recuerdo asimismo cuando en la década de los años 80, en plena “Primavera democrática” el Concejo Deliberante de la ciudad de Rosario dispuso, precedido de acalorados debates, cambiar el nombre de la calle hasta entonces llamada 25 de Diciembre, por el de Juan Manuel de Rosas. Mi profesor de Historia en el colegio secundario, Luis D’Aloisio, rosista convencido pero al mismo tiempo poco afecto a cambiar los nombres de plazas y calles según los entusiasmos del momento, dijo a sus alumnos que ese cambio era un acto de justicia. Y lo razonaba de este modo: en Rosario tenemos muchas calles “antirrosistas”, deliberadamente elegidos para opacar la figura de Rosas.

En efecto, 25 de diciembre se llamaba así no por la Navidad (lo que aún suponen equivocadamente muchos rosarinos) sino porque ese día, de 1851, el Ejército comandado por Urquiza que se dirigía a Buenos Aires a derrocar a Rosas, pasó por Rosario. Pero también tenemos una calle Urquiza, y otra que se llama 3 de Febrero (de 1852, por la Batalla de Caseros) y otra Caseros. Por tanto, cambiar un solo nombre era un acto de equilibrio y de justicia.

Pero en ocasiones sucede algo distinto con la denominación que se coloca a una nueva obra pública y que no se sitúa tanto en las lógicas disputas ideológicas, sino a un mal que parece ser endémico entre nosotros: el unitarismo, esto es, que todas las decisiones, incluso las que tocan detalles que, en comparación con la obra en sí misma parecen hasta nimios y menores, se toman desde un escritorio capitalino.

Es acaso lo acontecido con el nombre puesto a la Central Termoeléctrica “Vuelta de Obligado” ubicada, curiosamente, no en San Pedro, Ramallo, San Nicolás o alguna otra ciudad del noroeste bonaerense, es decir, próximas al lugar donde tuvo lugar la histórica Batalla de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, sino en proximidades de Timbúes, provincia de Santa Fe.

Por tal motivo, con el objetivo de enaltecer y resguardar la historia nacional en general, y santafesina en particular, sería más lógico y razonable que el nombre de esa obra fuera “Batalla de Punta Quebracho”. El 4 de junio de 1846, en las barrancas sobre el río Paraná a la altura del paraje conocido con ese nombre, cerca de la actual ciudad de Puerto General San Martín, tropas argentinas al mando del general Lucio Mansilla, asestaron un duro golpe a la escuadra anglo-francesa a su paso por el lugar. Fue, en cierto sentido, la contracara victoriosa para nuestras armas de la derrota militar protagonizada meses antes, sobre el mismo río, pero a la altura de la Vuelta de Obligado, en la provincia de Buenos Aires.

Como dice José María Rosa: “La posición de la batería en lo alto de la barranca y fuera del tiro directo desde el río, hizo que el cruce resultase un desastre a los aliados [los invasores]. Los estragos de los cañones argentinos en los buques del convoy resultaron definitivos: dos fueron a pique y otros debieron tirar su carga para aligerarse. … Los vapores eran el blanco preferido de los artilleros argentinos: el Harpy quedó inutilizado y el Gordon con serias averías; los demás con más o menos impactos”.

Por su parte, el historiador Sierra nos dice que “después de dos horas de combate, los buques de guerra Firebrand, Gazendi, Gordon, Harpy y Alecto retrocedieron para tratar de cubrir a los mercantes, pero tras una hora de encarnizado combate incendiaron los navíos y con los restantes bajaron el río precipitadamente”.

Como saldo del combate, Adolfo Saldías sintetizó diciendo que Quebracho fue una auténtica derrota para el enemigo “no sólo porque sufrieron pérdidas más considerables que en Obligado, sin inferirlas de su parte a los argentinos, sino [porque] se convencieron de que no podían navegar impunemente por la fuerza las aguas interiores de la Confederación. Contaron cerca de 60 muertos fuera de combate y perdieron una barca, tres goletas y pailebotes cargados con mercaderías valoradas en cien mil duros, una parte de la cual salvó Mansilla.”

En síntesis, una obra pública situada en proximidades del lugar donde tuvo lugar, el 4 de junio de 1846 la batalla de Punta Quebracho, debería llevar ese nombre, que haría justicia a los patriotas que dieron lo mejor de sí en aquella jornada gloriosa para el pueblo argentino.

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