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La otra historia de Pedro Damián Monzón

Por Pablo Soria.- El actual técnico de Tiro Federal brilló en la selección de Bilardo y fue actor de la fallida final del Mundial 1990. Antes fue albañil y changarín, y había pasado fugazmente por inferiores de Central.


Hay otra historia en la vida de Pedro Damián Monzón. Una historia que se remonta a treinta y pico de años, que permanece oculta a simple vista y que lo relaciona directamente con Rosario. En tiempos de anónima juventud, un paso por la ciudad marcó un punto de inflexión en el destino personal y profesional del actual DT de Tiro Federal. Y que le sirvió para tomar impulso hacia nuevos horizontes.

La historia subyacente de un tipo que, años antes de su experiencia mundialista en Italia 90, se la rebuscaba como albañil y otros oficios cuando aún el fútbol profesional no figuraba entre su objetivo de máxima. De alguien que las vivió todas: una infancia de extrema pobreza, con irreparable dolor familiar; una adolescencia forzosa de trabajo de changarín; una carrera futbolística signada por éxitos, fama y dinero; una época de adicciones y autodestrucción a la que nunca desea volver; y una etapa de reinvención a sí mismo bajo el designio de Dios.

He aquí la otra historia del Moncho Monzón. Aquel que con 15 años decidió irse de su Goya natal hacia Buenos Aires para rebuscárselas de albañil o plomero, cuando el fútbol apenas era un pasatiempo. Aquel que con 17 llegó a Rosario para jugar en la cuarta división de Central, y que limpiaba vidrieras comerciales para ganarse el mango y así poder viajar en bondi para entrenar en la ciudad deportiva de Granadero Baigorria. El mismo que, un año después y tras la insistencia de un primo, se probó en Independiente y empezó a escribir la otra parte de su vida, la que todos conocen. Y que once años después lo encontró jugando la final de la Copa del Mundo en Italia 90.

“A fines del 79, cuando me dijeron que tenía que irme de Central, regresé desahuciado a mi pueblo. Era el fracasado y el peor de todos”, contó Monzón en una charla íntima con El Hincha. “Había llegado en marzo a Rosario a través de un amigo de Goya, Juan Miguel Pires, que jugó en la reserva. Y vivíamos en la pensión de calle Mendoza con (Mario) Cornaglia, (Pedro) Argota, (José) Celiz y (Jorge) Balbis, entre otros chicos. Era una lucha constante porque mi viejo no podía darme guita y en la pensión teníamos almuerzo y cena. Y para viajar a Baigorria tenía que hacer unos mangos limpiando vidrieras de una casa de deportes”, confió el ex defensor mundialista.

La estadía de Monzón en Rosario formó parte de la búsqueda de un mejor porvenir, que por entonces se alternaba entre el fútbol y el trabajo. “Yo jugaba en Huracán de Goya. Hasta que en el 77 decidí irme a trabajar a Buenos Aires. ¿De qué laburaba? De albañil, entre otros oficios. Tenía 15 años cuando me fui a vivir de una tía que había quedado viuda. Era vecino del Turco (Claudio) García en Villa Lugano. Yo vivía en el block 140 y el Turco en el 63. Me fui a laburar, a buscar el mango. Y los fines de semana jugábamos al fútbol en las canchas del autódromo. Ahí el marido de mi prima me incentivó para que vaya a probarme a algún club. Fui a hacer una prueba a Huracán y quedé, pero me pedían que fuera a buscar el pase a Goya. Lo mismo que en All Boys. Entonces decidí seguir trabajando”, narró el actual DT de Tiro Federal.

Luego de aquel paso trunco por las inferiores de Central, el fútbol le tenía deparada una nueva oportunidad, que no desaprovechó. “En el 80 volví a Buenos Aires para trabajar en albañilería. Y a fines de marzo fui a la última prueba que hacía Independiente. Mi primo Alberto me insistió hasta que decidí ir. Me vio Nito Veiga, jugué veinte minutos y quedé. Me pagaron todo para que vaya a buscar el pase a Goya. Y a cambio, Independiente pagó los costos de una tribuna para cinco mil personas a mi club. En dos meses jugué en quinta, tercera y reserva. Y en el 81 ya estaba jugando en primera división”, se jactó.

Monzón no reniega de sus orígenes de extrema pobreza en Goya. Y recuerda un dolor le quedó grabado a fuego en aquella infancia. “Yo venía de una familia extremadamente pobre. Somos tres hermanos pero éramos cinco. Fallecieron dos hermanitas en el camino de nuestra niñez, casi de mi misma edad, algo tremendamente triste. Lo que te duele mucho te va a doler siempre. Y es irremplazable para el corazón”, lamentó.

—¿Y en qué otro momento de tu vida te sentiste infeliz?
—Yo la pasé mal. Muchos saben que padecí una enfermedad. Y haber estado enfermo no me dio felicidad sino tristeza. Aún teniendo dinero y creyendo que tenía un millón de amigos. Después de ese momento difícil, en el que Dios me dio la mano y me levantó, no podía desaprovecharlo. Busco ser feliz día a día y tratar de hacer feliz a la gente que quiero. Obviamente administrando la vida de la mejor manera posible. Todo tiene un por qué y tiene consecuencias. Eso no quita que cuando te dan un cachetazo, tengas que defenderte. Y no es cuestión de arrodillarse por arrodillarse. Por el sólo hecho de que otro piensa distinto. Sí está bien actuar de frente y con sinceridad. Y como técnico de fútbol estoy convencido que obro, cuando hablo con un jugador, con un dirigente o con un periodista, desde el fondo de mi corazón.

—¿En qué momento sentiste que habías tocado fondo?
—Muchas veces. Uno busca las cosas porque quiere buscarlas. Y quizás lo malo lo encontrás más rápido. Es la vida. Y los hombres tenemos eso de buscar cosas sin saber lo que queremos encontrar. Hoy tengo una vida por administrar y por valorar pequeñas cosas que engrandecen el corazón. Prefiero recordar lo que soy y lo que siento. Dieciséis años atrás me presenté en un programa de televisión y confesé que estaba enfermo. Y a partir de allí se me empezaron a cerrar todas las puertas. No era un asesino sino alguien que tenía una enfermedad. Pero a veces hay que mirarse y reconocerse a uno mismo para criticar al otro.

“El Tolo le pedía a mis jugadores que bajaran un cambio”

La amistad entre las hinchadas de Newell’s e Independiente se rompió tras aquel recordado partido del Apertura 2004 en Avellaneda, que consagró campeón al equipo dirigido por Américo Gallego a pesar de la derrota frente al elenco que precisamente conducía Pedro Monzón.

A ocho años de dicho acontecimiento, el DT de Tiro Federal reconoció la existencia de amenazas por parte de los barras de Independiente para que su equipo fuera a menos frente a Newell’s. Un apriete que, a la luz del resultado, no influyó en el rendimiento del Rojo.

“Sí, hubo inconvenientes con los jugadores. Algunos fueron amenazados y a mí también me dijeron cosas. Con armas inclusive”, admitió Monzón. “Para mí, ese apriete de los barras no tenía validez. Yo por Independiente hubiese dado la vida y me tendrían que haber matado. Algunos dirigentes también querían que ganara Newell’s. No son hinchas porque no sienten amor por la institución. Nosotros trabajamos toda la semana para defender el prestigio de Independiente y así lo hicimos”, afirmó.

A Monzón le molestó el comportamiento del Tolo Gallego en aquel partido. “Se cansó de decir boludeces. La verdad, mucho no me interesó. No soy amigo, ni nunca lo fui, ni nunca lo seré. Les pedía a mis jugadores que bajaran un cambio. Y a mí me decía que me iba a echar cuando vuelva al club. Igual yo ya sabía que me tenía que ir. Con (el presidente Julio) Comparada había discutido porque yo creía que el Kun Agüero tenía que jugar de titular. Ir de frente me jugó en contra”, consideró.

La amistad con Codesal a pesar de aquella expulsión

La relación de Pedro Monzón con la selección argentina no sólo se reduce a su participación en el Mundial de Italia 90. El correntino fue soldado de Carlos Bilardo desde el torneo “Esperanzas de Toulon” del 83. Y por más que su experiencia con la albiceleste haya sido empañada por aquella expulsión frente Alemania, doce años después supo ganarse la amistad del mismísimo árbitro que le mostró la tarjeta roja y que sancionó un polémico penal en la final: el mexicano Edgardo Codesal.

“La expulsión me dio bronca en el momento y durante un tiempo más. Después pasó. Si a (Jurgen) Klinsmann lo hubiera agarrado de lleno, me hubiesen dado diez años de prisión en Italia. Me dolió por mis compañeros. Por no haberlos podido ayudar de otra manera”, lamentó.

Y en su paso como DT en el fútbol mexicano, la paradoja del destino volvió a cruzarlo con Codesal. “Fue director de árbitros durante mi paso por México. Fui en 2001 y en 2002 me invitó a conocer la Federación. Todos los meses íbamos a tomar café y hablábamos. Siempre me dio una mano para que siguiera trabajando en otros clubes. Pero nunca hablamos de aquella final. Jamás. Y eso que nos encontramos un montón de veces y guardo los mejores recuerdos. Once y doce años después me pasaron cosas lindas después de haber vivido una situación horrible”, aceptó Monzón.

Quedó dicho: la historia del ex defensor con la selección había comenzado con apenas 21 años y en Francia. “En el 83 fuimos a jugar en Toulon con el Tata Martino, (Oscar) Ruggeri, (Nery) Pumpido, (Rubén) Insúa, Ramón Centurión… El fútbol me dio esas cosas. Todo muy rápido. Y Bilardo tuvo el mérito de juntar a jugadores de Estudiantes e Independiente, dos equipos con mucha rivalidad en la época: (Claudio) Marangoni y (Miguel) Russo, o (Enzo) Trossero y el Tata (José Luis) Brown. Inclusive que haya amistad entre ellos”, destacó sobre los primeros trabajos del ciclo del Narigón.

Eso sí, Monzón estaba convencido de que iba a recibir el llamado para asistir al Mundial 90. “Yo siempre pensé que me iba a llevar porque era el mejor defensor del país. Yo estaba segurísimo. Veníamos de hacer una gran campaña con Jorge Solari en Independiente (NdR: campeón en la temporada 88/89). Yo sobresalía en defensa al igual que el paraguayo Rogelio Delgado. Estaba seguro de que iba a ir a Italia. Bilardo me conocía desde hacía siete años e incluso había ido a la Copa América de Brasil 89 y a los Juegos Olímpicos de Seul con (Carlos) Pachamé”, recordó.

Haber tenido el privilegio de compartir momentos con Diego Maradona, el mejor jugador de todos los tiempos, permanece en la memoria de Monzón. “Es una gran persona. Como compañero, excelente. Recuerdo lo lindo que fue haber jugado al lado del número uno del mundo. Y de compartir esos lindos momentos, como una charla de sobremesa o una ronda de mate. No todo giraba detrás de una pelota. Con Diego podíamos tomar mate con biscochitos de grasa o ir a comer caviar al mejor restorán. Lo llevo en mi corazón y lo quiero muchísimo. Y le deseo que le vaya bien en su vida”, procuró.

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