Espectáculos

Crítica teatro

La frustración por no pertenecer

Carla Saccani dirige a un atractivo elenco en la comedia agrotescada “Tenerlo todo”, de Sebastián Villar Rojas y Vanesa Gómez, que cuenta el ascenso social de una familia humilde que, de un día para otro, se muda a un piso con vista al río.


La frustración golpea la puerta. La frustración, acaso uno de los signos más potentes del grotesco criollo, es decir el hecho de no pertenecer, de no poder ser, de quedar afuera, la marginalidad, los escindidos de un sistema que se arma en función de un poder económico que normaliza la idea de que muchos “no pertenecen” a un mundo y sus lógicas al que otros “sí pertenecen”, aparece reflejada con inusitada potencia en la comedia Tenerlo todo, que unió en un proyecto a dos artistas que dialogan con su obra desde hace tiempo: Sebastián Villar Rojas en la dramaturgia (aquí junto a Vanesa Gómez) y Carla Saccani en la dirección.
Es así como en todo grotesco, o bien en una relectura posmoderna de ese género que tiene en Armando Discépolo a su mayor referente, la frustración adquiere un protagonismo insoslayable. En el grotesco, a diferencia de un sainete, el género argentino que lo antecede y que plantea problemáticas que se pueden “sociabilizar”, lo que se devela es del ámbito de lo privado, lo que urge es una problemática intrafamiliar, puertas adentro que, claramente, “no debe” salir a la luz porque, se supone, puede volverse algo humillante. Y en el grotesco, también, más allá de esas máscaras que radicalizan las muecas de sus personajes, que se edifican a partir de una poética de cierta ferocidad, suele haber una víctima, alguien que carga con las culpas de los demás, alguien que “se hace cargo”, del mismo modo que algún secreto que ya no podrá ocultarse. Todo eso aparece fuertemente reflejado en Tenerlo todo, acaso la respuesta más contundente que ha dado el teatro local en el último tiempo frente a “la necesidad” de llevar público “masivamente” a la salas, porque desde el humor, el montaje asume un compromiso político, y si bien se acerca al público como lo hacen otros espectáculos locales, no se queda en la risa banal, distante y meramente especulativa, sino que utiliza la problemática que genera esa risa como recurso para bajar línea.
Los Giovanetti, una familia matriarcal, humilde y de barrio, se mudan a un departamento frente al río que les regala su hijo Brian devenido de manera repentina en supuesto “empresario gastronómico”. La familia en cuestión, integrada por Mabel, una madre singular, enfrascada en las banalidades de la televisión y corrida del registro de una realidad que prefiere negar, y Héctor, un padre casi ausente, prepara la recepción inaugural del nuevo hogar. Brian llegará en cualquier momento con su mujer Sol (en realidad Sheila) y su pequeño hijo. Antes, estarán allí Marichu, la hija mayor que todo lo puede y siempre colabora (antagónica de Brian), y Rita una vecina que, como en todo grotesco, será juez y parte, testigo inquisidor de un pasado que golpea la puerta para, finalmente, entrar sin permiso.
Algunos aspectos de la rosarinidad se desnudan en Tenerlo todo, y ése es el mayor logro del montaje. Por un lado, el boom inmobiliario aparece en primer plano de cara a una familia que con tal de pertenecer a un status quo que le es ajeno no se pregunta de dónde viene el dinero que le permite subir los escalones que la separan de un nuevo sector de pertenencia social. Allí, el material encierra una feroz crítica a ese emergente que, lejos de estar forzada, fluye de manera orgánica en el desarrollo de una trama simple con un final sorpresivo pero atinadísimo.
Para abordar ese recorrido, Saccani se vale de algunos actores probados y otros debutantes que alcanzan algunos buenos momentos, pero la puesta pivotea entre dos presencias insoslayables: la de Marita Vitta, una actriz de vasta trayectoria, como la desfachatada vecina, y sobre todo, en el gran hallazgo que implica Macu Mascía en su debut teatral profesional, porque asume un protagónico absoluto y sale más que airosa del desafío.
Saccani, fiel a su particular manera de entender y de desmenuzar el teatro, con una pata en la tradición y en lo popular pero con otra del mismo peso en la experimentación constante, atraviesa con certeza esta comedia agrotescada a partir del inteligente texto escrito por Villar Rojas y Gómez que, como pasa con otros grotescos contemporáneos como Esperando la carroza, se sustenta en los lugares comunes de la cotidianeidad pero, al mismo tiempo y de manera despiadada, pone en tensión la miserabilidad, la contradicción de un supuesto canon estético, lo rancio de ciertos vínculos familiares, la desazón de estar pero no pertenecer y la imposibilidad de ver todo eso casi hasta el desenlace. Pero además, Saccani vuelve sobre algunas de sus obsesiones en escena: por un lado las cuestiones intrafamiliares (El Malentendido, Amarás a tu padre por sobre todas las cosas) y por otro, el uso del travestismo como un recurso que potencia la acción dramática (Fraternidad, Caperucita).
De hecho, Tenerlo todo, que está en condiciones de dar un salto a una sala tradicional y a la italiana donde todo (en particular el dispositivo escénico) se luciría de otro modo, pone en tensión a un teatro del presente frente a las contradicciones de un teatro realista de un supuesto pasado: la escenografía de paneles, concreta y desmetaforizada, y la saturación del color y de las formas en un espacio escénico de una profusión que por momentos se satura, sumando algunos condimentos disparatados, disponen al espectador para ver no más allá de una comedia, pero el texto y las actuaciones plantean claramente otra cosa.
Pero por encima de todo, el montaje, que se resignificó tras el cambio de gobierno, se vuelve ahora una caja de resonancia de una política presente claramente neogrotesca, de un sector de la sociedad que, desconforme con el lugar que tenía, quiso correrse pretendiendo escalar, subir, ascender, aunque ese ascenso implique una subida tan estrepitosa que la caída se vuelve, como en Tenerlo todo, un destino doloroso pero inevitable.

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