Edición Impresa

Sociedad

La fidelidad al juramento y la epopeya del Coronel Bogado

Luego del Combate de San Lorenzo en 1813, Bogado se sumó como soldado al Regimiento de Granaderos a Caballos.


Si fuera posible personificar el sacrificio más abnegado por la Patria, o lo que para un soldado puede llegar a significar el juramento de dar la propia vida por la bandera que defiende, tal posibilidad desembocaría en la figura de José Félix Bogado, nacido en lo más profundo de las Misiones Guaraníticas (actual República del Paraguay) y fallecido el 21 de noviembre de 1829 en San Nicolás, provincia de Buenos Aires.

Como nos dice López Aranda: “Nada se sabe de su vida civil; su actuación militar se inicia después del Combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813), en que se hizo el canje de prisioneros. El jefe español entregó al general San Martín al teniente Díaz Vélez y a tres marineros paraguayos que habían sido tomados en una chalana, en el Arroyo de las Vacas; dos de éstos sentaron plaza de soldados rasos, con fecha 5 de febrero de 1813, y uno de ellos se llamaba José Félix Bogado, a quien se le dio funciones de trompa”.

Desde su incorporación al Regimiento de Granaderos a Caballo creado por el Libertador San Martín tras el Combate de San Lorenzo, Bogado no abandonaría jamás el cuerpo, ascendiendo con todos los honores hasta llegar al grado de Coronel, dando muestras permanente de valentía y arrojo. Su condición de mestizo de ascendencia guarani y su procedencia del interior profundo del extinto virreinato, circunstancia que compartía con otros hombres que integraron la fuerza libertadora comenzando por el propio José de San Martín, son prueba de que el Ejército que cruzaría los Andes y liberaría a Chile, Perú y Ecuador no distinguía según “nacionalidades” conforme la acepción con la cual, con cierta estrechez de miras, tendría con posterioridad dicho término. Esos gauchos que se batirían en Chacabuco, Maipú, Pisco, El Callao, Cancha Rayada, Junín y, finalmente, Ayacucho, siguiendo los ideales de San Martín y Bolívar, no tendrían más nacionalidad que la americana. Por eso no se percibían a sí mismos como extranjeros, ni las poblaciones que los recibían los contemplaban como foráneos.

Producida la entrevista de Guayaquil en la que San Martín pasó la posta del proyecto geopolítico en marcha al único que podía continuarlo, Simón Bolívar, que contaba con el respaldo político de toda la Gran Colombia que al héroe le retaceaban los “directoriales” del puerto de Buenos Aires, y luego Bernardino Rivadavia, le tocaría a Bogado participar con los restos del glorioso Regimiento de Granaderos en la estocada final a las fuerzas españolas en la batalla de Ayacucho en 1824.

Nos cuenta el autor citado que “el Libertador Simón Bolívar lo ascendió a coronel sobre el campo de batalla como lo acredita el siguiente documento: ‘República Peruana – Simón Bolívar, libertador Presidente de la República de Colombia, libertador de la de Perú y encargado del supremo mando de ella … Atendiendo a los méritos y servicios de Don Félix Bogado, teniente coronel de caballería, he venido en ascenderlo a coronel efectivo de la misma arma”.

Y así llegó nuestro personaje, al mando de ciento veinte hombres sobrevivientes del Regimiento que había partido trece años antes desde el cuartel de adiestramiento en inmediaciones de la actual Plaza San Martín, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, devolviendo las armas y uniformes que le habían sido confiados. ¿Existe acaso la posibilidad de comprender, para la mentalidad propia de nuestra época signada por la falta de compromisos perdurables y de esfuerzos compartidos, lo que significó una obra colectiva de semejante duración y que derrotó al enemigo cruzando la línea del Ecuador?

En palabras de Alejandro Pandra, “el modesto soldado, ya ascendido a coronel, volvió al Plata casi desnudo después de Ayacucho, trayendo la bandera hecha andrajos del regimiento de Granaderos, al frente de los últimos restos del Ejército de los Andes. Las armas fueron guardadas en el Retiro, en una caja de cedro con una inscripción en una chapa de bronce que dice: «Armas de los libertadores de Chile, Perú, y Colombia». Sí, Colombia también, puesto que habían triunfado en Riobamba, Pichincha, Junín y Ayacucho.” (“Origen y destino de la Patria”, pág. 197).

Disuelto por decreto del gobierno el cuerpo militar que había dado sentido a su vida, Bogado se afincó en la ciudad de San Nicolás, provincia de Buenos Aires. Como buena parte de los veteranos de las guerras de la Independencia, sufrió los avatares de las luchas civiles que se cernían sobre nuestro suelo. Así fue como participaría en el levantamiento protagonizado por Juan Lavalle, a quien conocía personalmente por haber luchado bajo su mando, contra el gobernador Manuel Dorrego, siendo testigo de su posterior fusilamiento en Navarro, el 13 de diciembre de 1828.

El 19 de mayo de 1829 fue nombrado comandante militar de San Nicolás, ciudad en donde lo sorprendió la muerte el 21 de noviembre de ese mismo año. Como era común en la época, fue enterrado en el cementerio situado al lado de la Iglesia Catedral, siendo posteriormente trasladados sus restos, junto al de los otros difuntos, al nuevo camposanto de dicha ciudad.

Al despedirse de sus camaradas del Regimiento de Granaderos expresó, entre otras cosas, que “la subordinación, valor, disciplina y confianza con que habéis excitado la admiración en todas partes, es lo único que os recomienda vuestro antiguo camarada”.

Comentarios