Espectáculos

La especificidad del deseo en una noche desaforada

Gustavo Di Pinto, al frente de Esse Est Percipi, dirige la efectiva comedia “Quiero que gustes de mí”, que se puede ver en La Morada, los viernes a las 22.


Dramaturgia y dirección: Gustavo  Di Pinto  Actúan: Aimé Fehleisen, Hernan  Olazagoitía, Damián Sanabria,  Rolando Tabares, Cristhian  Ledesma, Santiago D’Agostino Sala: La Morada, San Martín 771,  viernes a las 22
Dramaturgia y dirección: Gustavo Pinto. Actúan: Aimé Fehleisen, Hernán Olazagoitía, Damián Sanabria, Rolando Tabares, Cristhian Ledesma, Santiago D’Agostino 

Por Miguel Passarini

“Encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares; pero de esos centenares, no amo sino uno. El otro del que estoy enamorado me designa la especificidad de mi deseo. Esta elección, tan rigurosa que no retiene más que lo único, constituye, digamos, la diferencia entre la transferencia analítica y la transferencia amorosa; una es universal, la otra específica”. De este modo, en la profundidad del análisis del campo del deseo y el amor (entre “lo universal y lo específico”), el ensayista y crítico francés Roland Barthes intenta entender por qué se desea o se ama a otro, y tan brillante es su conclusión que, ya en 1977, cuando publica el luminoso Fragmentos de un discurso amoroso que comprende el texto que antecede, deja de lado los géneros y elabora un sentido unívoco al referirse a los seres humanos y sus relaciones interpersonales.
Apelando a un humor vital, por momentos irreverente y hasta algo procaz, pero siempre manteniendo como premisas la inteligencia y profundidad que ha caracterizado en su largo recorrido al grupo teatral Esse Est Percipi, el actor y director Gustavo Di Pinto, quien entre otros lleva adelante ese equipo de trabajo desde 1995, partió de una serie de textos escritos por Leandro Barticevic en colaboración con Gonzalo Ortiz para dar forma a la comedia de enredos Quiero que gustes de mí, uno de los éxitos de la presente temporada.
Un grupo de amigos gays se reúne en un departamento. Se trata de la casa de Inés (interesante trabajo de Aimé Fehleisen), la amiga de todos con la que la mayoría mantiene un vínculo particular, que por momentos va del amor al odio dejando traslucir cierta maldad. De todos modos, sin renegar de algunos efectos edulcorados, y con la intención de propiciar el reencuentro entre Marcos (Santiago D’Agostino) y Augusto (Damián Sanabria), Inés arma una fiesta sorpresa que se vuelve un fiasco. Augusto invitó esa noche a su casa a Tobías (Hernan Olazagoitía), su nueva conquista, cuya irrupción desata una disparatada serie de situaciones vodevilescas en las que también se verán involucrados Benja (Rolando Tabares), un vecino que llegó del interior, y Gino (Cristhian Ledesma), otro particular vecino, rara mezcla de heroína de telenovela y figura trasnochada de un viejo cabaret.
Apelando a cierto morbo en el espectador con una inteligente campaña publicitaria previa al estreno que continúa en la red social Facebook, la propuesta dosifica el humor con algunos pasajes en los cuales los personajes logran filtrar en sus discursos quiénes son, qué hacen allí, pero sobre todo por qué están solos. La soledad es, más allá de cierta sujeción a la concreción del deseo por la que transita todo el espectáculo, un punto en común a todos los personajes, y es allí donde acierta en su temática. La soledad y la necesidad de ser amados es común a los seres humanos, del mismo modo que la deseo de gustar, agradar y complacer.
Elíptico a nivel dramatúrgico, con algunos pasajes que fractalizan la acción dramática, la propuesta juega en un espacio escénico múltiple inteligentemente resuelto, con una nostalgia que, desde sus primeros trabajos, Percipi pareciera ir reciclando, aunque ahora aparece mixturada con un humor que busca acercarse al público, eligiendo correr el riesgo de trabajar sobre cuestiones de género en un tiempo donde la diversidad es, por suerte, tema de tratamiento cotidiano.
Para la concreción del espectáculo, el director y puestista se rodeó de un variopinto elenco en el que suma actores con mayor o menor recorrido, dentro del cual se destacan Hernan Olazagoitía (actor y cantante), quien logra con su incuestionable presencia escénica convertirse en el objeto de deseo en el contexto de una trama que se apropia de la ya transitada coloratura almodovariana, al tiempo que, como toda una revelación, se roba por momentos la mirada y la complicidad con el espectador Cristhian Ledesma, quien lejos de temerle al lugar común de un personaje gay afectado y plagado de ticks (esos que la televisión ha mostrado hasta el hartazgo) se juega y sale airoso del desafío.
De todos modos, en algunos pasajes, el espectáculo incurre en un lugar común a este tipo de propuestas: más allá de que todo lo contado o narrado consigue abordar un verosímil aceptable, y que los desniveles en los registros de actuación no terminan de hacer mella en el contexto dramático-narrativo, las historias (lo que se ve o lo que se cuenta) no terminan de llegar a lo profundo, se quedan en lo tragicómico y parecen temerle a cierta hondura dramática que los actores, por momentos, logran abordar, del mismo modo que una permanente necesidad de sugerir y provocar que se vuelve algo remanida.
Por lo demás, el trabajo tiene a favor el hecho de ser uno de los primeros en abordar la cuestión de género en el teatro local a partir de una propuesta abierta, dinámica, alejada de posibles guetos, donde prevalecen la autocrítica y cierta ironía, pero sobre todo un humor irreverente y al mismo tiempo algo ingenuo, que hace honor al viejo vodevil que a modo de matriz conjuga los entretelones de esta comedia que del mismo modo que sostiene que “el establishment del ambiente gay cansa” muestra que los anhelos, frustraciones, deseos ocultos y la necesidad de encontrarse están por encima de todos los géneros.

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