Espectáculos

CRÍTICA TEATRO

La ausencia de las cosas queridas

La talentoso Edgardo Dib dirige “(esto no es) Calígula” en la ciudad de Santa Fe


Nada es lo que parece, todo es ficción y al mismo tiempo realidad. Un hecho trágico de la historia puede convertirse en un irresistible melodrama, que remeda en su imaginario la crueldad dolorosa del emperador romano Calígula mezclada con la “Canción de las simples cosas” o el recuerdo de los amores infantiles en los descoloridos fotogramas del recordado film Melody, lo que de inmediato remite a los comienzos de la década del 70.

Sucede que hay pocas instancias poéticas en el teatro contemporáneo en las que un creador logre llevar a su propio territorio las palabras o las ideas de otros, sin traicionar sus búsquedas de sentido (las propias y las del otro), y sobre todo, sus múltiples miradas en relación con un arte que pareciera hablar siempre de los mismos temas: el amor, la muerte, la familia o la sexualidad, entre otros.

El actor y director santafesino Edgardo Dib, una vez más, entabla un diálogo con un texto o personaje clásico (ya lo hizo con Chéjov en sus recordadas versiones de Tío Vania y El jardín de los cerezos). En realidad, lo hace con el imaginario que despliega Calígula, de Albert Camus, pero aclarando de antemano: Esto no es Calígula, obra que por estos días se presenta en la ciudad de Santa Fe, en Latreinta Sesentayocho.

Claramente, el bellamente desmesurado universo poético de Dib, en la actualidad entre los directores más notables de esta provincia y del país, excede (enhorabuena) todos los límites de un texto (también de un personaje histórico revisado por la literatura y el cine) para abrir mundos, puertas, ventanas, recodos. Es decir: los ineludibles intersticios de la memoria (la propia, la colectiva) y un viaje de regreso a la infancia, y a partir de allí jugar en escena con un seleccionado de actores santafesinos, integrado por Sergio Abbate, Luchi Gaido, Raúl Kreig, Silvana Montemurri, Lucas Ruscitti y Rubén Von Der Thüsen, radicalmente dispuestos (como lo hacen siempre frente a este director) a atravesar el magma lúdico que propone Dib que, como pocos, reescribe, reconstruye, reelabora, disecciona y materializa.

Claramente, volver al hogar a instancias de una muerte, un hecho que marca el comienzo de la obra y de la historia, trasciende a Calígula y se vuelve una instancia universal. Se trata de la muerte de Drusila, hermana y amante de Calígula. Allí está su velatorio eterno, y también, ése es el inevitable lugar de encuentro de una “deformidad familiar” donde todo es aceptado con cierto rango de normalidad, porque en definitiva “son familia”. De hecho, Livia, hermana del emperador; Casio Querea, marido de Drusila y cuñado de Calígula; Gemellus, hijo de Querea y Drusila, y Cesonia, prostituta histórica de la casa imperial, están allí junto al fantasma de Tiberio (descomunal trabajo de Kreig, quien también juega a ser Helicón), que regresa de la muerte y mitifica su ambigüedad y oscuridad.

Pero ese es sólo el comienzo, porque como suele hacer, Dib lleva su discurso y sus ideas más allá, incluso, de los cuerpos de los actores para encontrar siempre la belleza hasta en lo más terrible, dejando en el espectador ese sabor agridulce que implica ver la vida y la muerte tan en primer plano, tan verdaderamente actuada, atravesando el relato entre humor y nostalgia hasta llegar a la congoja, y abordando momentos inolvidables como la desopilante escena “orgiástica”, o en el otro extremo a Cesonia (la estupenda Silvana Montemurri), llorando a todos sus muertos, en un pasaje de inmensa consternación.

Pero hay en este material, en el que Dib vuelve a depositar toda su confianza en sus maravillosos actores (todos tienen grandes momentos), un trabajo destacado: Rubén Von Der Thüsen pone a su Calígula (por momentos un alter ego del director) en la intersección exacta que amerita el clima de tragedia, junto a la comedia, el  drama e incluso el disparate, llevando al personaje de la conmoción a la confusión y de allí a la nostalgia, sobre todo cuando toma conciencia de la finitud de la vida (su génesis), que lo posiciona entre el juicio irremediable y la compasión.

Todos estos elementos, a instancias de una puesta que pareciera mantener un tono de ensayo o “entre casa” donde no se reniega de cierto aire doméstico e incluso kitsch, hacen de >(esto no es) Calígula> un melodrama de pura cepa, una canción desesperada, el volver a empezar eterno del teatro en el nuevo regreso de Calígula en otro cuerpo (uno más joven). Todos están allí, y volverán a estar las veces que sean necesarias, porque ellos actúan para seguir vivos frente a las inevitables ausencias de las cosas queridas.