Espectáculos

La “anomalía” del primer peronismo

La Alianza Libertadora Nacionalista, el católico y anticomunista “grupo de choque” peronista, fue retratada con rigor por el periodista Rubén Furman, quien intentó develar por qué parte de sus miembros fueron luego destacados militantes de izquierda.


HISTORIA
Puños y pistolas. La extraña historia de la Alianza Libertadora Nacionalista, el grupo de choque de Perón
Rubén Furman
Sudamericana 2014, 352 páginas

“Allí enfrente estaba la Alianza. Yo estuve dentro de ese edificio en el año 44, tal vez el 45. La Alianza fue la mejor creación del nazismo en la Argentina. Hoy me parece indudable pensar que sus jefes estaban a sueldo de la embajada alemana”, afirma Rodolfo Walsh al recordar su paso por la agrupación de derecha que fue convocada por Juan Domingo Perón. Años más tarde, ese mismo intelectual era perseguido y abatido por la última dictadura militar, precisamente por ser considerado un hombre de izquierda. ¿Qué sucedió en esos años?, ¿Por qué de un grupo surgen hombres como Sebastián Borro, un combativo dirigente obrero, y Patricio Kelly, un matón ligado a las fuerzas de seguridad? ¿Qué puede decir la historia de una agrupación de tan singulares características?
Con estos preceptos, entre otros, Rubén Furman (periodista pionero de Página/12) escribió Puños y pistolas. La extraña historia de la Alianza Libertadora Nacionalista, el grupo de choque de Perón, un libro que analiza el surgimiento, el desarrollo y la caída de esa agrupación a partir de una trama con tintes de policial, a la vez que con herramientas de las ciencias sociales. A continuación describe el entramado cautivante de su libro que ilumina un fragmento de la historia argentina poco visitado.
—¿Por qué hacer la historia de la Alianza Libertadora Nacionalista?
—Mi intención era explicar por qué un grupo nacionalista de origen conservador y católico, cuya principal motivación era la lucha contra el comunismo, los judíos y el orden político liberal, había sido el grupo de origen del primer guerrillero guevarista de la Argentina y América, Jorge Ricardo Masetti, y de Rodolfo Walsh, el cuadro montonero más célebre. Se trataba de explicar por qué a comienzos de los 40 militaban en el mismo lugar una gama de personajes diversos, que tomaron luego rumbos tan diferentes. Intelectuales católicos, matones sinuosos, comandos civiles de la Libertadora y cuadros de la Resistencia Peronista ¿Qué los contenía? Para dilucidar esa “anomalía” entrevisté a protagonistas de aquella organización en las diversas etapas durante los 18 años que existió. El último fundador vivo, Emilio Gutiérrez Herrero, me aseguró que además de la fundación hubo dos “refundaciones”: Tacuara, originado en los jóvenes aliancistas que no querían entrar en la pelea de Perón con la Iglesia católica, y Montoneros, cuyo caldo original eran muchachos católicos virados al peronismo. En todos los casos, se refería a una “tradición política y cultural” eslabonada por la Iglesia católica a través de diferentes épocas. Y en todos los casos había jóvenes católicos provenientes de los colegios de clase media alta. La propia “sensibilidad social” de los aliancistas, cuyo programa prefiguró el Estatuto del Peón Rural, se vincula a las ideas católicas de la época, al igual que la Tercera Posición, contraria al comunismo y al capitalismo.
—¿Por qué Perón confió en un grupo filofascista?
—Perón no confió en un grupo filofascista sino que procedió con los nacionalistas de la misma manera que con otros sectores políticos previos que se dividieron frente a su liderazgo: logró articularlos bajo su control. A la dirigencia sindical socialista la ganó con sus “principios sociales” que consagraron viejas reivindicaciones y creó, al mismo tiempo, un sindicalismo de Estado que excluyó a los comunistas. A sectores nacionalistas del radicalismo, dividido desde la Década Infame, los cooptó con cargos. Al nacionalismo “de acción” lo despreciaba por “piantavotos” y por su extremismo ideológico, pero les asignó una tarea que conocían bien: mantener el control de calle en la pelea contra sus históricos enemigos: la izquierda. Hay que recordar que la Alianza era hija de la Legión Cívica Argentina creada por el dictador José Félix Uriburu y aunque ya no era una milicia formal se había especializado en el “combate callejero”. La Alianza respaldó muchas medidas de los militares del 43, en especial el ascenso del nacionalcatolicismo que impuso la educación católica obligatoria en la escuela pública, que se mantuvo durante casi todo el peronismo. Yo digo en el libro que el respaldo aliancista al peronismo inicial fue “por default”, por compartir los mismos enemigos. Perón les asignó recursos estatales y cooperación policial para su tarea de apretar a los opositores. Pero cuando poco después de asumir, en agosto de 1946, Perón plegó a la Argentina al sistema de seguridad hemisférico bajo hegemonía norteamericana al ratificar las Actas de Chapultepec, muchos nacionalistas pasaron a considerar a Perón un traidor, como fue el caso de Masetti, Walsh o García Lupo, quien dijo: “Perón hizo la política de Braden”. Luego se fueron los católicos, mientras ingresaban a la Alianza proletarios que veían al aliancismo como una forma firme de ser peronista. Pero el sesgo de la organización lo dio Patricio Kelly y su grupo de tareas en tándem con los servicios.
—¿Cómo explicar ese giro de militantes de derecha en los máximos cuadros de izquierda, como Rodolfo Walsh, por ejemplo?
—No hay que verlo como un giro global de un grupo facho a la izquierda sino como etapas de un nacionalismo muy influenciado por la situación internacional. A fines de los 30, el modelo eran los nacionalismos extremos expresados en los regímenes fascistas que ascendieron al poder en una docena de países europeos. A esos nacionalismos miraban los muchachos aliancistas, que fueron antiimperialistas anglosajones pero veían al imperialismo del Eje (la alianza entre la Alemania nazi y la Italia fascista) como un aliado natural. No eran paganos y no fueron nazis, sino católicos y por eso evocan al falangismo español (de allí el título del libro, que es una frase de Primo de Rivera). Pero en los 60, el modelo de nacionalismo ya era la Revolución Cubana, los movimientos de liberación nacional y las propias modificaciones en la Iglesia católica a partir del Concilio Vaticano II y la Teología de la Liberación. Esa mutación explica el viraje de un sector a la izquierda, encarnado en ese núcleo de ex aliancistas que viaja a Cuba y queda encandilado con la Revolución y su jefe, un hombre de acción formado por los jesuitas, que encarna otro tipo de nacionalismo, cuya agenda no es el anticomunismo ni el antisemitismo sino el enfrentamiento contra el imperialismo norteamericano. El fenómeno se expresa en los Tacuaras revolucionarios a partir de 1963. En Brasil se registró un fenómeno parecido de giro a la izquierda con ex integrantes de un grupo facho que secundó a Getulio Vargas, los “camisas verdes” de la Acción Integralista Brasileña, que habían combatido el levantamiento de Luis Carlos Prestes en 1935. Uno de los integrantes del grupo fue el luego obispo de Recife, Helder Cámara, un prócer de la iglesia de los pobres y los derechos humanos. Pero insisto: no hay que verlo como un giro total. Otros grupos aliancistas, acaso mayoritarios, viraron a formaciones de ultraderecha peronista y antiperonista, como CNU, GRN, Sindicato de Derecho y algunos de los ex matones aliancistas terminaron en los aparatos sindicales que cooperaron con la Triple A. Las ideas ultracatólicas y anticomunistas del aliancismo desembocaron también en la Revolución Argentina de Juan Carlos Onganía y en la dictadura criminal de 1976, ya pasadas por el tamiz de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
—¿Se puede pensar que fue un fenómeno de su época, es decir, de entreguerras?
—La Alianza se funda en 1937 y la precede la Unión Nacional de Estudiantes Secundarios (Unes) en 1935. Vale decir: es coetánea con el despliegue de la Guerra Civil Española, el ensayo general de la Segunda Guerra Mundial. Los aliancistas se identificaron con el bando nacional como católicos y anticomunistas. Lo que es fenómeno de entreguerras es el desarrollo del fascismo, tanto en el mundo como acá. Uriburu quiso reemplazar el sistema representativo de voto popular por la representación corporativa, que regía en Italia y luego se impuso en España. Lo que es un fenómeno de época, pero no de entreguerras, es el sesgo del nacionalismo, no de la Alianza.
—¿Qué legado dejó esa agrupación, en el presente alguien retoma sus elementos políticos?
—No, ese nacionalismo facho, brutalmente antisemita, anticomunista y antiliberal no tiene más herederos que algunos grupos de ex “carapintadas”. Algunas de sus consignas originales, como “Patria sí, colonia no” sobrevivieron pero tienen otros contenidos. Ya no expresa el antiimperialismo anglosajón de la Segunda Guerra Mundial y favorable al Eje. “Alpargatas sí, libros no”, fue superada por el “Cordobazo”, que alumbró “obreros y estudiantes, unidos adelante”. Pese a la fe religiosa mayoritaria, el catolicismo ya no es una fuerza organizadora de toda la cultura y el nacionalismo no es xenófobo sino que ha sido reemplazado por el ideal de Patria Grande latinoamericana, en oposición al hegemonismo norteamericano, pero de raigambre democrática.

Comentarios