Edición Impresa

Focus blanco

Justicia por Cachi pidieron su familia y compañeros de escuela

Alberto Ruíz Díaz fue asesinado mientras jugaba al fútbol en barrio Municipal; parientes y allegados se movilizaron frente a Fiscalía.


Al Cachi Ruiz Díaz lo mataron un sábado a la tarde, mientras jugaba a la pelota en barrio Municipal. Era un pibe humilde, que se esforzaba por zafar de una realidad que otorga más condenas que posibilidades. Sus allegados saben que si no visibilizan su caso es muy probable que los asesinos nunca paguen por sus acciones; que es muy posible que el caso quede tabulado como un ajuste de cuentas, el término de moda para justificar la muerte de los pibes pobres. Por eso ayer cortaron la calle frente a las oficinas de Ministerio Público de la Acusación y exigieron a fuerza de bombo y lágrimas que la fiscal Marisol Fabbro tome cartas en el asunto.

Se llamaba Alberto, pero todos le decían Cachi o Cachín. Vivía en barrio Triángulo con sus papás y sus dos hermanos y cursaba cuarto año de la secundaria en la escuela Madres de Plaza 25 de Mayo, que está ubicada en Lejarza al 5400. Guillermo, su profesor de historia, lo recuerda como un chico cariñoso que se sentaba en la primera fila de banco y siempre tenía una sonrisa o un chiste para compartir. Tal vez la materia que él dicta no era la que más le gustaba, pero se esforzaba e intentaba estar al día. Porque al Cachi le encantaba correr, que le pegara el aire fresco y patear la pelota, con los dos pies, como pocos saben. “Hace cuatro años, jugando en un recreo me metió un caño y desde ese momento, cada vez que me veía me hacía un chiste con eso”, recordó Guillermo, el profe al que se le caen las lágrimas cada vez que, pasando lista, cruza su mirada por la letra R.

A Cachi le encantaba ir a pescar. Iba con su viejo, sus hermanos y sus amigos. “Siempre insistía para ir. Una vez sacó un dorado tan grande que casi se cae al agua. Él después se volvía contento con lo que había pescado, era un pibe muy alegre y cariñoso”, contó un adolescente que dijo que lo conocía “de toda la vida”. Su amigo siempre decía que iba a ser policía y mandaba a todos los chicos de su grupo a la escuela: “Nos decía que nos pongamos las pilas y terminemos de estudiar; porque él se iba a meter de policía y si nos agarraba haciendo quilombo nos iba a llevar a todos presos”.

Sus compañeros de la escuela Madres de Plaza 25 de Mayo se miran y se sonríen entre ellos cuando les consultan por Cachi; se acuerdan de cómo le gustaba hacer lujos con la pelota o de su facilidad para afrontar los problemas con un chiste. “Una vez yendo a la casa de su abuela le afanaron las zapatillas y él llegó cagándose de risa”, contó uno de sus amigos, al que Alberto se cansó de hacerle goles en los recreos.

Para sus familiares y sus amigos, Cachi era un pibe bárbaro, que se bajaba de una bicicleta para ayudar a un ciego a cruzar la calle, que le encantaba ir al Gigante de Arroyito a gritar los goles de Marco Ruben  y pelear a su hermano de Newell’s los días de Clásico. Pero todos esos placeres –suyos y de los suyos– quedaron truncos el pasado domingo 2, cuando un Ford Focus blanco pasó por Grandoli y Gutiérrez mientras el pibe jugaba a la pelota con sus amigos y les disparó a mansalva. El Cachi recibió dos tiros de los que no se pudo recuperar.

Sus asesinos siguieron con su raíd. Según una hipótesis de la pesquisa, una hora después mataron a Érica Reynoso en la zona sudoeste. Luego fueron a bailar a un boliche céntrico y, con las primeras luces del día, tirotearon a Walter Mena y Jeremías Muñoz en Montevideo y Mitre. Tres días después, el miércoles 5, un vehículo similar al utilizado por los asesinos apareció quemado en Lola Mora y Lorenzini, a pocas cuadras del barrio Municipal, zona que ha sido escenario de una saga de una decena de asesinatos este año.

Comentarios