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Sociedad

Isabel la Católica y su legado

Los reyes españoles personificaron la culminación de una empresa colectiva como fue la Reconquista de la península Ibérica, invadida por los musulmanes, y el descubrimiento de América y el consecuente cambio histórico.


A pesar de que la expresión “Reyes Católicos” resulta suficientemente conocida en geografías hispanoparlantes, al meditar sobre sus protagonistas, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, monarcas de una España que unificada como el primer Estado-Nación salía del feudalismo para aventurarse de lleno en el Renacimiento, la persona y figura de la reina pareciera condenada a un desconocimiento sobre su vida y su obra.

Acaso tal olvido sea consecuencia previsible del descrédito que desde poderosos ámbitos culturales se viene desarrollando sin atenuantes ni pudores sobre lo que significó la conquista de nuestra América, pese a su orfandad empírica y documentada.

La reina murió el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo, sitio en el que pocas semanas antes dictó su testamento y un codicilo, esto es, un anexo del documento principal. Su cuerpo fue posteriormente enterrado en la capilla real de su amada ciudad de Granada. No se respetó su deseo expreso de que no se levantara mausoleo alguno, ya que su nieto y futuro rey Carlos I mandó construir más tarde uno que aún se conserva.

Testamento y función pública

Es posible que Isabel la Católica pueda ser mejor comprendida a través de su testamento, documento de relativa extensión en el que se combinan disposiciones vinculadas con la función pública, como aspectos de su vida privada y familiar. Pero es necesario entender, siguiendo al historiador Luis Suárez Fernández, que la lectura del documento “…exige tener en cuenta las circunstancias en que fue redactado, tan distintas a las de hoy. Isabel, de fe católica profunda, era consciente de que se hallaba próxima a ‘aquel terrible día del juicio y estrecha examinación’, ‘más terrible para los poderosos’ que para las gentes sencillas. Daba, pues, una cuenta cabal de su existencia, de lo que a su juicio había hecho bien y de lo que había hecho mal.”

Previo a emitir cualquier juicio sobre el reinado de Fernando e Isabel debe considerarse que ambos personifican, por un lado, la culminación de una empresa colectiva y nacional cual fue la reconquista de la península ibérica que había sido invadida por los musulmanes siete siglos antes, pero al mismo tiempo, el inicio de otro proceso no menos impresionante que el anterior, como fue el descubrimiento de América y el consecuente cambio de la historia de la humanidad. La reconquista (¡a lo largo de siete largos siglos!) se vio facilitada por los ideales comunes de una fe compartida. Tras la toma de Granada, el papa Inocencio VIII otorgó a sus majestades el título de Reyes Católicos, ratificado por su sucesor Alejandro VI mediante la bula Si Convenit.

Dado que por entonces, 1504, la sucesión al trono no estaba reglada por una ley sino por la costumbre, parte del testamento refiere a esta delicada cuestión dinástica. La hija de los reyes, la princesa Juana, estaba casada con Felipe de Habsburgo quien, siendo de origen flamenco (la actual Bélgica) según opinión del citado autor “demostró que no sentía por su esposa y por los reinos de ésta el menor aprecio: lo único que quería era el poder desbancando a su padre Maximiliano y a su suegro Fernando…”. Está debidamente acreditado que Juana, a quien luego se apodaría La Loca, sufría efectivamente de serios desequilibrios en su conducta. Pero los reyes tenían una obsesión: que no se hiciera del trono de la España unificada un príncipe nacido en cualquier otro sitio de Europa. De ahí que se optara por una fórmula original.

Documentos e Iglesia

La heredera al trono sería Juana, pero ante su incapacidad, gobernaría, en carácter de regente, el rey Fernando hasta su muerte, ocurrida en 1516.

También se hallan en el documento que se analiza directivas de la reina Isabel encaminadas a vigorizar la Iglesia dentro de sus dominios, continuando la obra que en ese sentido iniciara junto con su esposo el rey. Es bastante extendida la opinión de que fueron tales medidas de saneamiento de la vida eclesiástica peninsular las que evitarían en los años siguientes que en España arraigaran las ideas de Lutero, convirtiéndose de hecho en baluarte del catolicismo en su resistencia contra el protestantismo que se extendió a media Europa.

Con todo, como dice Suárez Fernández, el capítulo más importante por las grandes consecuencias que de él se derivaron “figura en el codicilo, no en el testamento, y es el que reconoce en los habitantes de las islas y tierra firme (todavía no se utilizaba el nombre América) recién descubiertas la condición de súbditos y, con ella, los derechos humanos de vida, propiedad y libertad”. En efecto, los dilemas teológicos y jurídicos respecto del trato a dispensar a los naturales de América tenía como antecedentes los previos descubrimientos de las islas Canarias en el Océano Atlántico. La reina promovió desde sus inicios un trato humano y benevolente para los naturales, prohibiendo expresamente que se los sometiera a esclavitud, por ser personas libres. De hecho, por intervención suya, se evitó que se vendieran como esclavos los indios que el mismo Colón llevó a España tras su primer viaje al Nuevo Mundo.

Como expresión de su última voluntad dice el Codicilo: “Por ende suplico al rey … y encargo y mando a la dicha princesa mi hija y al dicho príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su principal fin y que en ello pongan mucha diligencia y no consientan ni den lugar a que los indios vecinos y moradores de dichas islas y tierra firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas y bienes, sino que manden que sean bien y justamente tratados, y que si algún agravio han recibido, que lo remedien…”.

En 1958 se inició en la diócesis de Valladolid, España, el proceso de canonización de la reina Isabel I de Castilla. La fase diocesana culminó satisfactoriamente en 1990, remitiéndose entonces la causa a la Congregación para la Causa de los Santos, en Roma.

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