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Conversaciones

Historias de curas embarrados bajo la mirada de María Elena Barral

María Elena Barral reconstruye los perfiles de sacerdotes desde la época colonial en adelante que participaron activamente en política, tanto a favor como en pugna con las autoridades, siempre desde el llano y ninguneados por la historia oficial.


En sus más de 2000 años de existencia, la Iglesia católica apostólica Romana adoptó una forma ligada al poder que le valió críticas. En particular, desde el momento en que el emperador Constantino tuvo una “visión” y se volvió la religión oficial del Imperio Romano con el aportando fueron funcionarios de esa estructura política. Luego, fue tejiendo una alianza con las monarquías y otras formas de gobierno en Occidente y sosteniendo las formas de dominación. En ese esquema, el bajo clero fue visto como una capa de meros funcionarios que sostenían las políticas que dictaba el dogma institucional. Sin embargo, eso no siempre fue así. María Elena Barral en su libro Curas con los pies en la tierra. Una historia de la Iglesia en la Argentina contada desde abajo, reconstruye los perfiles de vida de sacerdotes que tuvieron una participación activa en política, tanto a favor como en pugna con las autoridades de su época. En oposición a los relatos de vida de santos, con énfasis en sus actos heroicos, el libro muestra a personas que estaban convencidas de su fe pero apoyaban las ideas de su época. En este sentido, no aparecen los curas de Opción Por los Pobres (OPP), ni los tercermundistas, sino historias de párrocos de la época de la Colonia, como Fernando Quiroga y Taboada; de la Revolución de Mayo, como Julián Navarro; del periodo de los gobiernos oligárquicos, como el Cura Brochero, y hasta algunos de la época del surgimiento del peronismo. Barral habló de las líneas de trabajo que transitó en su libro del modo que sigue.

—¿Por qué hacer “historia de la Iglesia católica desde abajo” reconstruyendo las vidas de curas que estuvieron en el llano y no fueron reconocidos por la historia oficial?

—Me interesa este enfoque porque pienso que analizar la historia de la Iglesia católica desde estos curas anónimos modifica nuestras nociones acerca de lo que fue y es la Iglesia, la sociedad y la dinámica de sus interacciones. Esta mirada “desde abajo” nos devuelve una imagen más compleja y enriquecida de este sector del clero, sumamente dependiente de sus feligreses, quienes acompañan a sus curas o se les enfrentan. Una aproximación de estas características tampoco desconoce la influencia de los poderes superiores –religiosos o civiles– pero los “hace pasar” por quienes “con los pies en la tierra” no se comportan como meros ejecutores de supuestas políticas definidas en esas esferas, sino que en el ejercicio del sacerdocio ponen en juego sus propios intereses y los de sus feligreses.

—¿Existe una identificación de pensamiento y actitudes entre el alto y el bajo clero?

—En estas historias aparecen algunas de las figuras principales, como los obispos de la época colonial o los del siglo XIX; los que avalaron la dictadura del 76  o quienes fueron sus víctimas como Enrique Angelelli. También aparece el papa Francisco cuando se desempeñaba como provincial de los jesuitas o arzobispo de Buenos Aires. Esta propuesta no los ignora, pero ellos se encuentran en un segundo plano, porque el libro se interesa más por otros actores menos tomados en cuenta en las reconstrucciones históricas. En la mayoría de los casos sus contactos con las autoridades fueron muy esporádicos y por ello estos curas tenían gran margen de acción en sus tareas pastorales. En determinados contextos, se puede pensar que dependían más de sus feligreses que de sus superiores, entre otras razones porque su sustento diario estaba sujeto a lo que ellos les pagaran por los servicios religiosos. Estos curas confrontaron con sus superiores dentro de la Iglesia, con los gobernantes o con sus feligreses, pero las razones fueron mucho menos sacramentales que políticas.

—¿Existe un modo de actuar entre estos personajes a lo largo de la historia argentina?

—Una de las constantes en estas historias es la íntima relación que establecieron con la política. Estos curas hacen política y el libro propone comprender algunas de las intervenciones menos conocidas. Sin embargo, no hicieron política siempre de la misma manera, y a lo largo de los más de doscientos años que recorre el libro se modificaron las armas que empuñaron y las ideas que guiaron su acción. En la época colonial los curas eran quienes debían sostener y legitimar el orden social y político. Eran el “rostro de la monarquía” en muchos lugares conde las autoridades civiles prácticamente no existían. Durante los años de la Revolución de Mayo y de las guerras de independencia se esperaba que los curas lucharan a favor de las mismas desde la prensa, en el púlpito, como capellanes, en la organización de los procesos electorales, en los tumultos en calles y plazas. Unitarios y federales quisieron contar con el clero para sus proyectos políticos. Durante la época de las “leyes laicas”, los curas desarrollaron estrategias para hacerse un lugar en ese contexto adverso. Brochero, lejos de imaginar su fama de santidad de comienzos del siglo XXI, recurría a sus amigos liberales, responsables de esas leyes, para lograr sus objetivos. Y Jorge María Salvaire –otro candidato a santo– impulsaba la construcción de la Basílica (de Luján) como el monumento que se levantaba contra la avanzada laicista. Muy cerca de la Basílica un empresario católico belga logró que una comunidad –la de Villa Flandria– viviera el significado de una encíclica: la Rerum Novarum. Como su contenido lo indicaba, los laicos –junto a sus sacerdotes– emprendían la tarea de “recristianizar” la sociedad frente a los “peligros” del liberalismo y el comunismo. Las armas cambiaban y durante el peronismo se desataron pasiones entre el clero: los hubo peronistas –como Hernán Benítez– y antiperonistas furibundos. Los sacerdotes tercermundistas organizaron un movimiento que le dio un marco netamente político a su acción que heredaron, con algunos cambios, los del grupo de curas en la Opción Por los Pobres, quienes a través de sus quincenales Cartas al Pueblo de Dios asumen posiciones ante los acontecimientos de la vida política del país.

—¿La Iglesia católica está dejando de influir en la cultura popular? ¿qué lugar ocupan hoy las iglesias evangélicas entre los fieles de sectores más humildes?

—Desde la primera de estas historias, las comunidades a las cuales los curas dirigían su acción pastoral se modificaron y aprendieron a construir un lazo elástico con la Iglesia, con sus curas y con el catolicismo. Fueron ellas y los poderes políticos quienes les señalaron sus límites, a través de las reformas “rivadavianas” de la década de 1820, las “leyes laicas” de finales del siglo XIX o, de manera más brutal para algunos sacerdotes, la dictadura que se inició en 1976. Estas comunidades encontraron en la religión católica distintas soluciones para sus problemas cotidianos y de vínculos sociales y la búsqueda de la salvación no se contó entre las primeras motivaciones para formar parte de este mundo. El catolicismo se encontraba entre las opciones más familiares para la mayoría de la población desde el siglo XVIII, cuando la adopción de una identidad católica era una obligación como súbdito de la monarquía. Esto cambió, y en la actualidad una porción importante de habitantes de Argentina encuentran referentes en otras religiones o en distinto tipo de colectivos que les permiten encauzar sus ánimos de participación, militancia o trascendencia. La vuelta de la democracia implicó la multiplicación de espacios para desplegarlos. El catolicismo perdió peso como fuente única de identidad cultural y como actor exclusivo del campo religioso y aprendió a convivir con otras religiones como el pentecostalismo evangélico. La mayoría de los católicos se relacionan con sus creencias sin un tipo de mediación de la institución de carácter permanente: entran y salen de las instituciones en función de sus necesidades.

Navarro, el contestatario

Entre las historias de vida que reconstruye Barral, hay una que es interesante para los rosarinos, como la del cura Julián Navarro, que oficiaba en la capilla de lo que aún no era Villa del Rosario. El párroco fue un político ferviente y tuvo una disputa importante con el alcalde de Santa Fe, Isidro Noguera, encargado de imponer el orden en Rosario. Apenas había pasado la fiesta de Reyes de 1810 cuando el cura mandó a que quitaran la silla del alcalde del templo. El funcionario informó a su superior, el virrey Baltasar de Cisneros, con críticas al párroco al que calificó de “borracho, mulato y muy dado al juego”. La cuestión no quedó allí, sino que Navarro intentó proteger a la amante de Noguera cuando la esposa del alcalde estalló de ira contra la mujer. Manuela Pedraza era conocida como “La tucumanesa” porque era originaria de Tucumán, pero fue más conocida por su heroica participación en la defensa de Buenos Aires durante las invasiones inglesas. Cuando llegó a Rosario, se hizo amante del alcalde hasta que un día la esposa de éste la insultó en público. La tucumanesa respondió pero Noguera la castigó brutalmente. El cura buscó protegerla pero se vio imposibilitado y terminó recomendándole el exilio. Navarro también eligió otro, destino: se hizo capellán de la causa revolucionaria y se alistó en el Ejército de los Andes, liderado por José de San Martín.

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