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Hasta el más genial es falible: Messi nunca genera indiferencia


Los genios del fútbol son así. Despiertan sentimientos tan fuertes y extremos que los diferencian de cualquier personalidad destacada del mundo del espectáculo, de la política o de los negocios. Admiración, idolatría, fanatismo y hasta rechazo. En Rosario, la ciudad futbolera más pasional del país, dividida y atravesada por una grieta cultural cada vez más ensanchada por la difícil convivencia entre leprosos y canallas, la figura de Lionel Messi nunca ha pasado inadvertida.

Lo que haga o deje de hacer con la pelotita en los pies, siempre aparece como tema de conversación en mesas de café y en redes sociales. Ni siquiera los 12 mil kilómetros de distancia que lo separan de su ciudad natal, mientras desarrolla una extraordinaria carrera en el Barcelona de España, impide que Rosario viva pendiente de Messi. Aquí, nada resulta indiferente y menos cuando se trata de fútbol. Casi todos lo respetan. Muchos lo idolatran -aunque algunos no se animen a reconocerlo-. Y otros lo rechazan o decididamente lo estigmatizan colocándolo por debajo de Diego Maradona, sopesando laureles en la Selección Argentina por esa antipática comparación entre los futbolistas más geniales de la historia contemporánea. No existen los clones en el fútbol, señores.

Newell’s es la segunda casa de Messi en Rosario. Por la huella imborrable que dejó desde que se raspaba las rodillas en las canchitas de tierra de la escuela de fútbol infantil de Malvinas, en donde arrancó la historia en el año 93. Precisamente en el día que Maradona fue presentado en el Parque, la Pulga tenía 6 años y se encargó de hacer jueguitos para mitigar la espera y entretener al público que desbordó el viejo estadio de Newell’s, al que todavía no se le habían construido las dos tribunas superiores y ni siquiera se lo denominaba Coloso.

Seis años atrás, y a más de una década de haberse radicado en España, Messi jugó por primera y única vez en el Coloso. Fue un 12 junio de 2011, en ocasión de un partido a beneficio entre los equipos conformados por Los Amigos de Maxi (Rodríguez) y Los Amigos de Pupi (Zanetti). Aquel domingo soleado, Lionel se reencontró con el Newell’s de sus amores y se olvidó de aquel desprecio dirigencial cuando era un pibe diminuto en estatura y el ex presidente Eduardo López se negó a costearle un tratamiento para estimular su crecimiento físico prescripto por el médico endocrino Diego Schwarzstein.

Aquel domingo soleado de junio de 2011, Messi fue despedido con aplausos y ovaciones por parte de los 30 mil hinchas que asistieron al Coloso, cuando fue reemplazado en el segundo tiempo. Lionel se sacó fotos con todos que lo requirieron. Autografió ciento de camisetas en el entretiempo, que le arrojaban desde la platea de la visera. Durante el partido solidario se divirtió como cualquier niño que corre detrás de una pelota. Y se retiró aclamado como ninguno.

Miró hacia los cuatro costados, retribuyó con aplausos, detuvo la marcha, quizás queriendo quedarse un ratito más en la cancha, y volvió a aplaudir. Antes, Messi sobresalió entre las figuras que participaron de la movida solidaria. Primero defendiendo la camiseta albiceleste del equipo de Zanetti. Le cambió el palo a Peratta en un penal, con una definición sutil. Y después convirtió un golazo, entrando por izquierda y picando la pelota por encima del entonces arquero rojinegro.

Metió un par de apiladas típicas de derecha al centro. Y hasta se animó a encarar con pelota dominada al Flaco Schiavi. En el segundo tiempo jugó para los Amigos de Maxi. Se dio el gusto de asociarse con el Gato Formica y la Fiera Rodríguez. Y cuando promediaba la etapa se fue reemplazado, directo a vestuarios, para salir escoltado por una fuerte seguridad del Parque. Hay una historia anterior de Messi en el fútbol grande de Rosario. Que se remonta a dos años atrás de aquella presentación de 2011 en el Coloso. Fue el 5 de septiembre de 2009, cuando Maradona hizo fuerza para que la Selección Argentina salga del Monumental y mude su localía en el Gigante de Arroyito. Ni más ni menos que en el clásico contra Brasil, en un partido decisivo por las Eliminatorias rumbo al Mundial de Sudáfrica 2010. Lionel hizo ilusionar con destellos de calidad; pero luego se encaprichó en querer resolver los avances albicelestes de manera individual y terminó siendo rehén de la marca del equipo de Dunga.

Aquella noche, Messi compartió equipo de Selección con el Gringo Heinze, Sebastián Domínguez, Maxi Rodríguez y Mascherano. Conformó dupla de ataque con Tevez pero no hubo caso. No se lo vio en su plenitud futbolística a pesar de cordial recibimiento de los hinchas. Brasil se impuso por 3-1 con dos goles de Luis Fabiano y uno de Luisao. Y en el final no se escucharon ni silbidos ni aplausos. Indiferencia lapidaria. El camino hacia Sudáfrica se había tornado más dificultoso.

El exitismo futbolero de los hinchas -excluyendo a los que fanatizan por Newell’s- le enrostra a Messi las frustraciones en las finales con la Selección Mayor. Cuatro veces subcampeón: Copa América de Venezuela 2007, Mundial de Brasil 2014, Copa América de Chile 2015 y Copa América de Estados Unidos 2016. Desbordado por tantos intentos fallidos de consagración, debieron convencerlo a Lionel para que revea su decisión de retirarse del equipo nacional tras aquella adversa definición por penales ante Chile en Nueva Jersey.

Cuenta pendiente de Messi en la Selección. Adversidad del destino para un futbolista genial, multicampeón en Barcelona, que se cansó de batir récords (le quitó la marca de máximo goleador histórico con la camiseta argentina a Batistuta) y de levantar trofeos en campeonatos de clubes. El fútbol es un juego en equipo. Y hasta el más genial de los futbolistas es falible e imperfecto. Eso sí, indiferencia sentimental jamás generará Messi en su querida Rosario.

“Simple y educado”

Antonio Enrique Domínguez, entrenador de Lionel Messi en las inferiores de Newell’s, destacó ayer que el crack rosarino “sigue siendo la misma persona” que cuando dejó Rosario, su ciudad natal, para enrolarse en la Masía de Barcelona. “Sigo viendo al mismo chico simple, educado, con la misma forma de jugar, y por supuesto con la misma capacidad de marcar diferencia como en aquellas épocas”, expresó. Domínguez, que además es el padre de Sebastián, intuyó que Messi sería un futbolista fuera de serie cuando lo entrenó por primera vez. “Siempre creí que iba a llegar lejos si superaba su problema de salud, el sueño de llegar donde llegó lo tuvo siempre, pese a que no lo manifestara, se notaba”, comentó. Sobre la personalidad de Messi durante su paso por inferiores, Domínguez lo recordó como “un chico muy dócil, buen compañero de sus pares. Sin que se lo propusiera terminaba siendo un líder natural”. Por último, Domínguez opinó sobre aquellos que cuestionan al jugador en el seleccionado argentino. “Lionel no jugó nunca en la Primera División de Argentina, se fue muy chiquito y a la gente le costó identificarse con él, pero es tan argentino como cualquiera”.

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