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Sociedad

Günter Kusch, filósofo de la antropología latinoamericana

Nacido en Buenos Aires en 1922, asumió la identidad americana y siguió la huella del pensamiento precolombino.


“De un tiempo a esta parte, ya no tengo que explicar cómo se escribe mi apellido…”.

Con esas palabras inicia su presentación biográfica la antropóloga Florencia Kusch, hija del filósofo argentino Günter Rodolfo Kusch. La recuperación póstuma de ciertos “pensadores malditos” da cuenta de una búsqueda colectiva por ubicar el sentido de nuestras prácticas y experiencias actuales. Porque un pensar declarado como “maldito” encarna la incómoda voz de un inconsciente que nos interpela permanentemente como sujetos sociales.

Hijo de un matrimonio alemán, Günter Rodolfo Kusch nació en Buenos Aires el 25 de junio de 1922. Recibido de profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires en 1948 –sin renegar de su sólida formación en el ámbito de la filosofía occidental– decidió abrirse un camino propio indagando el trasfondo existencial de América.

La posibilidad de establecer una filosofía auténtica en nuestro continente ha sido un tema en sí mismo, al menos desde que el mexicano Leopoldo Zea y el peruano Augusto Zalazar Bondy debatieran en torno de dicho eje, allá por finales de la década del 60. Sin embargo, mucho antes de que estos debates tuvieran lugar, Rodolfo Kusch asumió el desafío de articular categorías propias, forjadas en lo vital de lo americano, buscando situarse en el reverso de una realidad unívoca impuesta por la modernidad.

Nos encontramos frente a un pensador homogéneo, que asumió la identidad americana como guía excluyente de su indagación. Esta inquietud lo condujo desde la filosofía al terreno de lo antropológico, y de allí de vuelta a la filosofía, o en todo caso a la antropología filosófica. Con su grabador y su cámara fotográfica recorrió el noroeste argentino rumbo al altiplano, siguiendo la huella del pensamiento precolombino, presente aún en la base de las matrices populares contemporáneas. Asumió entonces la tarea de desocultar aquella filosofía seminal, poniéndola en diálogo con las corrientes tradicionales, conjugando, por ejemplo, el Ser y tiempo de Martin Heidegger, con los manuscritos del indio letrado Joan Santa Cruz Pachacuti. Así, en 1953 inauguró una prolífica bibliografía con La seducción de la barbarie, una obra fundamental, de un intenso contenido filosófico-ontológico.

Tras el golpe de Estado de 1955, comenzó a vincular el sentido de sus reflexiones con la base existencial del peronismo. Sin embargo, a diferencia de otros exponentes del pensamiento nacional, sus textos no están signados por la urgencia de la coyuntura política. En ese sentido, su identificación partidaria no aparece a modo de proclama panfletaria, sino que es expresada naturalmente –como al pasar– en medio de una variada gama de realidades americanas, como pueden ser una copla o un ritual religioso.

Su crítica nos interpela en tanto buscamos causas que expliquen nuestros aparentes fracasos. Intentamos afirmarnos a través de objetos, y en ese afán por ser lo que no somos nos volvemos más anónimos, como individuos y como sociedad. Este particular modo de entender la filosofía obligó a Kusch a transitar por los márgenes de la academia.

Al irrumpir en escena los filósofos de la liberación, Kusch encontró un nuevo marco de referencia para expresar desde una propuesta no dialéctica las contradicciones constitutivas de lo humano. El “hedor” como manifestación existencial de la otredad, el “mero estar nomás” como contratara del ser, y la “negación” como fundamento epistemológico para afirmar lo vivencial, fueron categorías que enriquecieron algunos de los debates que aún hoy resuenan en un presente que reclama ser decodificado.

A pesar de lo dicho hasta aquí, sería erróneo etiquetar a Rodolfo Kusch como un filósofo meramente americanista. Su inquietud, americana sin dudas, apuntó inconfundiblemente hacia a lo universal. El filósofo intentó así recuperar aspectos vivenciales de un mundo que muchos creyeron vencido bajo el cemento de los grandes conglomerados urbanos, pero que aún conserva el poder de explicarnos como pueblo, incluso ahí donde parece haberse extinguido el último vestigio de la América vegetal.

Toda cultura en la cumbre de su desarrollo se enfrenta a un abismo, que en Europa se manifestó en el malestar expresado por la filosofía existencialista. Pero dicho malestar, originado en la tensión entre el ser y la nada, fue relativizado por Kusch. En América, pensar la nada como lo opuesto al ser resulta inapropiado, porque en la contracara del ser yace aún la dimensión del “estar”, atravesada a su vez por el demonismo de lo natural.

En plena evolución de estas ideas se hallaba Rodolfo Kusch, cuando en 1976 la dictadura cívico-militar lo expulsó de la Universidad Nacional del Salta, donde además de ejercer la docencia dirigía la carrera de Filosofía y el Servicio de Relaciones Latinoamericanas. A partir de allí se recluyó en Maimará, en el corazón de la quebrada de Humahuaca.

Elizabeth Lanata, su segunda esposa, lo acompañó en aquel tramo final de su vida, conservando hasta hoy su extraordinaria biblioteca. Con inusual hospitalidad, Elizabeth recibe a los peregrinos que tocan a su puerta siguiendo la huella del notable filósofo, ansiosos por sumergirse en aquella América profunda que supo interpretar.

Rodolfo Kusch falleció en Buenos Aires el 30 de septiembre de 1979. Entre 1998 y 2003, la Editorial Fundación Ross reunió en cuatro tomos la mayor parte de su obra, entre las que se destacan piezas como América profunda (1962), distinguida con la faja de honor de la Sade, Indios, porteños y dioses (1966), El pensamiento indígena y popular en América (1970), acreedor al primer premio nacional de ensayo Juan B.

Alberdi, La negación en el pensamiento popular (1975), Geocultura del hombre americano (1976) y Esbozo de una antropología filosófica americana (1978).

Además de su vasta producción filosófica, escribió obras teatrales como La leyenda de Juan Moreira, Credo Rante o La muerte del Chacho, entre otras. Al cumplirse 10 años de su muerte, fue homenajeado por la Cámara de Diputados de la Nación. En 2012, el realizador Jorge Falcone estrenó el documental Hombre bebiendo luz, del que participaron familiares, amigos y colegas del filósofo.

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