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historias de boxeo

Gottifredi vs Paladino: una pelea con el peor de los finales

El 30 de julio de 1969, Víctor Gottifredi noqueó de muerte a su colega y amigo Mario “El Indio” Paladino.


La noche muy fría. Helada. El invierno hacía sentir su presencia. La velada era una de las habituales de los días miércoles en el Luna Park. Televisada en directo por Canal 13 de Buenos Aires, presentaba una esperada pelea estelar. El pampeano Mario Héctor “El Indio” Paladino, enfrentaba al bonaerense Víctor Omar Gottifredi. Los dos se conocían muy bien. Se habían enfrentado tanto como amateurs, como en el profesionalismo. Entre ambos reinaba un fuerte vínculo de amistad y llegaron a esa instancia por caminos diferentes.

Paladino, gracias a su padre, comenzó a boxear a los 14 años en el gimnasio Fortín Roca de Santa Rosa de La Pampa. Gottifredi, huérfano, criado en institutos para menores de Brandsen y San Nicolás en la provincia de Buenos Aires, subió por primera vez a un ring a los 18 por una casualidad.

En un festival faltó un boxeador. Sin experiencia y con  ropa prestada, decidió reemplazarlo. Un zurdazo tremendo le dio la victoria por nocaut ante un rival que iba invicto en 12 peleas. Fue en el club  porteño Sacachispas de Villa Luro. Este suceso lo introdujo definitivamente en el mundo de los guantes y las narices chatas.

Los dos coincidentemente desarrollaron sus campañas en escenarios del interior argentino. Mario Paladino, ídolo en La Pampa, llenaba estadios, en especial el Fortín Roca de la capital provincial. Víctor Gottifredi se lució especialmente en Mendoza. Se ganó el respeto y consideración con peleas de buen nivel. En especial, cuando mandó a la lona a Nicolino Locche, en un combate donde fue perjudicado en la decisión final, con un fallo  a favor del Intocable. Eran dos viejos conocidos.

“Nuestra primera pelea fue en La Pampa. Éramos amateurs. Le gané ampliamente”, dijo Gottifredi. En la revancha empataron. Luego vino el duelo profesional. Ganó Paladino por nocaut técnico, ya que Gottifredi se lesionó el hombro izquierdo. La revancha quedó en el aire. Tito Lectoure la programó para el 30 de julio de 1969.

Miguel Ángel Campanino, notable boxeador de aquellos momentos, comentó en rueda de café: “Yo entrenaba hacía rato en el gimnasio del Luna Park y tenía buena relación con Gottifredi. Cada vez que lo veía le decía `no se te ocurra pelear con el Indio, es pampeano como yo y te va a matar´”. Una broma que encerraba presagios.

Dos días antes del combate, Paladino se instaló con su manager y entrenador, José Adhemar “Chito” Teves, en un hotel de Plaza Once. Había llegado con su bolso cargado de ilusiones. Abrirse camino y lograr un espacio en la consideración del público porteño. También pensaba en consolidarse económicamente, para mejorar su sueldo de ordenanza en el Ministerio de Bienestar Social de Santa Rosa.

Mario Paladino, contrario a su estilo agresivo y ante el conocido poder de los puños de Gottifredi, optó por bailotear, entrar y salir velozmente de la línea de fuego. Víctor Gottifredi buscando el golpe, la mano…la zurda con la que definía tantas peleas.

El combate era favorable a Paladino. Cinco o seis puntos de ventaja llevaba en las tarjetas, según testigos de la noche.

La campana sonó anunciando el inicio del décimo round. Su sonido fue el de siempre, lo que ocurrió, no.  “Toca y salí. No te quedés parado”, le recordó Teves a su boxeador.

Quizás impulsado por el temperamento. Quizás imaginando un nocaut consagratorio. Quizás olvidándose que el error y el acierto son dos grandes impostores. La cosa es que Paladino salió tirando golpes desde todos los ángulos. Le imprimió a su ofensiva un intenso ritmo. Busco la definición.

Víctor Gottifredi, viejo zorro de los encordados, pasó revista a todos sus recursos y esperó la ocasión. Necesitaba un blanco fijo. Como el capitán de un submarino inglés mirando por el periscopio al acorazado alemán: aguardó.

Paladino se detuvo en el medio del cuadrilátero. Parado, miraba a su rival. Fueron segundos eternos. Una zurda con megatones impactó en su frente. Le siguió otra cruzada al mentón. Paladino cayó hacia adelante. Las rodillas flojas; las piernas ingobernables. Completamente nocaut y contra toda lógica, torció su rumbo y con él, su destino.

Se fue de espaldas. La cabeza pasó por debajo de la tercera cuerda y rebotó seca, violentamente, contra el borde del ring. El silencio, la angustia, los ademanes exagerados en busca de auxilio poblaron el escenario. Chito Teves abrazando a Paladino, estremecía el cuadro en una postal dramática.

Mi querido amigo y colega Horacio García Blanco recordó: “Estaba justo donde cayó Paladino. Golpeó con la nuca. Instintivamente tiré mis brazos para atajarlo. La cabeza pasó entre mis manos. Le saqué el protector y se lo dí al árbitro Juan Notari. El golpe fue tremendo. Me invadió una angustia desoladora”.

Mario Paladino fue trasladado inconsciente al vestuario. El doctor Juan Carlos Guccione, de la Federación Argentina de Box, le practicó una traqueotomía. No había tiempo de esperare inmediatamente lo llevaron al Sanatorio Güemes.

El prestigioso neurocirujano Jorge Reparaz estaba viendo la pelea por televisión. Amante del boxeo, intuyó el desenlace. Llamó al Luna Park y se puso a disposición de las autoridades del Sanatorio. En su primer diagnóstico dijo: “Las lesiones son profundas, graves y en el tronco cerebral. No creo que fuera producto de los golpes de puño. El impacto de la nuca contra el piso provocó el cuadro”.

El triste final llegó a las 11.45 de la mañana del jueves 31 de julio. Mario Paladino llegó a su fin. El mismo día su cuerpo fue trasladado a Santa Rosa. El velorio se realizó en Fortín Roca. Una multitud acompañó los restos. El pueblo despedía a su querido hijo.

Campanino revivió esos momentos: “Todos lloraban. Yo no pude. Estaba turbado. Cuando se lo llevaron del Luna Park, el estadio estaba a oscuras y sonaba la sirena. Fui al vestuario, metí toda su ropa en unA bolsa. Nunca me sentí tanto solo y triste”.

Víctor Omar Gottifredi estaba en un buen momento de su carrera profesional. No pudo eludir los efectos posteriores. Hizo algunas peleas y se retiró.

“Nunca me sobrepuse. No acepté lo del golpe contra el borde del ring. Seguro contaron esa historia de la nuca y la soga, para atenuar la cosa. Un doctor en el sanatorio me dijo: `Víctor, quieren salvar el boxeo´. Quedé muy mal. No pude sacarme la idea que mis piñas fueron la real causa. Me resonaba en mi cabeza: hay que salvar al boxeo y nadie salvó al pobre Paladino. Con el tiempo acepté que fue un accidente”.

Gottifredi dejó el boxeo. Sus días transcurren como hombre de bien y de familia. Sabe que el pasado no se va. Que le gusta esconderse en los lugares más extraños. Que aparece sorpresivamente en una calle, en una melodía, en un sueño. Quizás cuando ve caer una hoja y es transportada por el viento, piense que es su amigo Paladino que se está despidiendo…

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