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Reflexiones

Evita y Cámpora se sacan chispas en clave de sucesión

Las huestes cercanas al kirchnerismo conviven en tenso equilibrio: el Movimiento Evita y Unidos y Organizados se posicionan.


La heredera que no fue y el sucesor fallido, Eva Perón y Héctor Cámpora, son, por un antojo de la historia, actores nominales de una de las disputas más ásperas del universo K: la riña entre La Cámpora de Máximo Kirchner y el Movimiento Evita (ME) de Emilio Pérsico.

Hay episodios puntuales que en estos días reavivaron una tensión que late hace tiempo y tiene como matriz el control global que el neocamporismo, apadrinado por Cristina de Kirchner, quiso ejercer sobre el resto de universo K a través de Unidos y Organizados (UyO), desde donde impulsó la absorción de los demás clanes kirchneristas.

El ME encarnó la resistencia a la megafusión y se rebeló contra el mando vertical de la mesa camporista, que operó a través de su secretario general, Andrés “Cuervo” Larroque. Por los chispazos, el Evita casi se ausentó de las cumbres de UyO en la sede de Pueyrredón 19, donde sentó en solitario a Gildo Onorato, protocolarmente, para que la ruptura no sea explícita y unilateral.

En los últimos meses, la distorsión se potenció frente a un esquema de supervivencia que diseñó y empezó a ejecutar el ME, y que tiene varios ítems. Por un lado, instalar candidatos propios, con más o menos chances electorales, contra el mandato neocamporista de que no hay que apoyar a nadie hasta tanto no haya una orden de la presidenta. El Evita, sin embargo, lanzó a Jorge Taiana como presidencial.

Por otro, separado de lo que hace UyO e, incluso, de la Corriente de la Militancia, reunió a referentes que forman parte del dispositivo K pero que no integran el esquema de La Cámpora, desde Arnaldo Bocco a Enrique Martínez, en una frontera sutil en la que el debate de lo que vendrá en 2015 dispara, inevitablemente, la crítica a lo que falta hacer y lo pendiente, un status político que el neocamporismo equipara a la traición.

Subyace una tesis más delicada: el ME, como otras agrupaciones más chicas, adivina un posible escenario de acuerdo entre el kirchnerismo de Olivos y el peronismo en el que el dedo mágico de Cristina se activaría para contener al primer anillo de leales, La Cámpora, y podría dejar a la deriva y silvestres a los demás, entre ellos, los Evita.

Hay antecedentes. En los cierres de listas de los últimos años, tanto de cargos electivos como de espacios en el PJ, la Casa Rosada intervino casi exclusivamente para reservar o defender casilleros en las boletas para exponentes ultra-K de La Cámpora.

La reacción del Evita, que genera malestar en el neocamporismo, es de manual: moverse, armar y ganar visibilidad con la intención de tener una identidad y un juego propio que lo posicione, por las suyas, para sobrevivir al 2015 que, con más o menos kirchnerismo, se perfila como una etapa en la que el planeta K no tendrá la potencia ni la centralidad que tuvo en la última década.

La cinchada es asunto de cada día. Desde La Cámpora se pidió que el Evita suspenda la Asamblea Popular que montó el sábado en la Universidad de Lanús, que se hizo en simultáneo con un encuentro de UyO en Córdoba adonde, para marcar el lugar en el que estaba el kirchnerismo de paladar negro, viajó Carlos Zannini para recitar la poesía de la épica posdefault.

El Evita se negó al pedido con el argumento de que el encuentro cordobés era más chico, en otra provincia y, sobre todo, con un fundamento histórico: desde sus orígenes como MTD, el ME repite el ritual de homenajear con un acto o actividades a Eva Perón, de quien toman, justamente, su nombre como identidad política. Lo de Lanús repitió esa lógica.

En ese show, además, se terminó de presentar a Taiana como precandidato presidencial y despuntaron otros acuerdos como el acercamiento con Pablo Ferreyra, el hermano de Mariano Ferreyra, el asesinado militante del PO a quien el neocamporismo patrocinó el año pasado como una colectora K enfrentada a la boleta oficial de legisladores del FpV que encabezó Taiana. Ferreyra desliza ahora su respaldo al ex canciller a cambio de que el Evita lo respalde para su intentona, germinal y quizá ficticia, de entrar en la carrera por la Jefatura de Gobierno porteño.

A los pactos y rebeldías, el Evita sumó declaracionismo y tumulto. En una parrafada que no tiene una pizca de ingenuidad, Fernando “Chino” Navarro, que comanda el ME en tándem con Pérsico, sugirió que Amado Boudou debería pedir licencia a la vicepresidencia ante las sospechas en su contra por el caso Ciccone. Ni Daniel Scioli, experto en desmarques, se animó a tanto.

El bonaerense es, en los entreveros intestinos entre La Cámpora y el Evita, un factor recurrente: los primeros les imputan a los segundos tener un pacto de convivencia, regado por beneficios y contratos, con Scioli, ante lo cual desde el ME se zambullen en proclamas antisciolistas que, luego, en privado, no son tan efervescentes ni terminales.

En agosto, el 22, en la cancha de Ferro, el Evita hará otra jugada: planea reunir a 50 mil militantes para demostrar que es el clan K que tiene, por sí solo, poder de convocatoria. El mensaje no será para afuera, para los opositores ni para los buitres, sino para el peronismo amigo y para Olivos. Otro capítulo de la novela Evita versus Cámpora.

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