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Del aula al trabajo

Escuela y mundo laboral

La relación entre etapa de formación e inserción en un puesto es compleja. El sistema educativo suele desvincularse de responsabilidad a la hora de la salida laboral. La cultura empresaria y un vínculo no siempre sano con la escuela.


La relación entre la escuela y el mundo laboral es una vinculación que no siempre fue bien entendida. Es habitual escuchar que la escuela prepara para el trabajo, pero esta afirmación no siempre se plasma en hechos concretos. Es posible que la histórica contradicción entre trabajo intelectual y manual haya producido el alejamiento entre la escuela y el mundo del trabajo. El tema no es nuevo: ya la cultura grecorromana consideraba como “viles” los trabajos manuales y reservaba estas artes para esclavos, mientras que los ciudadanos “con derechos” gozaban la posibilidad de “cultivar el espíritu”.

Los artesanos del medioevo lo entendieron de otra manera. Se comprometían durante años, muchas veces mediante contratos, a educar a los aprendices en conocimientos vinculados con su arte, tenían una organización curricular que le permitía ir avanzando intelectualmente en la medida que su práctica se hacía más experta.

Si bien la historia no se detiene, ciertos cambios se toman su tiempo para avanzar. Inés Dussel sostiene: “La escuela común que se organiza en el siglo XIX, la que hoy conocemos, no consideró que este tipo de saberes para el trabajo eran importantes. Sí era fundamental disciplinar a los futuros trabajadores, enseñarles el valor de la organización del tiempo y de la obediencia para que fueran sujetos productivos; pero en los conocimientos básicos que debían tener los ciudadanos, los saberes del mundo del trabajo ocupaban un lugar marginal tanto en el tiempo dedicado como en su consideración respecto a los saberes académicos”.

Las escuelas industriales que en Argentina tuvieron un desarrollo importante a partir de la década del cuarenta, y que fueron devastadas por las políticas neoliberales de los noventa, comenzaron a educar para el mundo del trabajo, a través de la implementación de pasantías, prácticas pre-profesionales y los conocidos sistemas duales. No eran de artes y oficios sino que apuntaban a la capacitación de un sector de trabajadores técnicos que comenzaban a insertarse en las industrias que comenzaban a sustituir productos importados por producción nacional.

La relación educación–trabajo quedó circunscripta casi exclusivamente a las escuelas industriales, pero éstas eran sólo una parte del universo escolar. Pareciera que las que estaban fuera de este ámbito no tenían responsabilidad frente a la salida laboral, al menos como política de Estado, más allá de la impronta de algunas instituciones y la inquietud de los docentes.

La socióloga Claudia Jacinto sostiene: “En primer lugar, se reconoce que la escuela secundaria es, en el mejor de los casos, el último nivel que tiene posibilidades de terminar la amplia mayoría de los jóvenes. Ellos enfrentan el mercado laboral y siguen desarrollando sus trayectorias laborales sobre esa base de formación, mas allá de que posteriormente puedan acceder a otras instancias educativas. Muchos jóvenes sólo podrán seguir estudios superiores si al mismo tiempo trabajan. Por estos motivos, enseñar a moverse en un mundo laboral incierto y cambiante, que ofrece a los jóvenes fundamentalmente empleos de baja calidad, debería ser un objetivo de enseñanza y aprendizajes en la escuela secundaria general”.

En este contexto pareciera que las aulas han sido creadas sólo para la transmisión de conocimientos, muchas veces abstractos, y que el mundo laboral pasa a ser una responsabilidad que deberá enfrentar el egresado una vez que obtenga su título habilitante. Esta situación, en la que muchas veces los diseños curriculares no contemplan materias que orienten en la búsqueda laboral, deja en el desamparo a miles de estudiantes que años tras años intentan sumar su fuerza de trabajo.

Pero el problema no es sólo del secundario, el nivel Superior Técnico recién comienza el debate acerca de un reglamento de práctica profesionalizante que permita a los estudiantes terciarios realizar prácticas formativas que amplíen sus capacidades profesionales. Paralelamente, se avanza en el cambio de diseños curriculares que incorporarán un 10 por ciento del total de la carga horaria destinada a prácticas pre-profesionales.

Desde esta perspectiva, el trabajo también será un problema de los Institutos de Educación Superior. En este sentido, los nuevos diseños tendrán que incorporar docentes que puedan articular desarrollos académicos con prácticas profesionalizantes. No es una tarea sencilla puesto que el sistema educativo Técnico Superior no tiene creada una figura docente con esas características. Independientemente de la nueva reglamentación, muchos institutos técnicos implementan prácticas y pasantías en el marco de la ley Nacional de Pasantías como parte de la impronta de gestiones institucionales.

En el marco de estas prácticas, se podrán implementar desde proyectos didácticos productivos institucionales, orientados a satisfacer demandas específicas de determinada producción de bienes y servicios, hasta emprendimientos a cargo de los estudiantes y desarrollo de actividades y proyectos demandadas por la comunidad.

Pero a poco de andar aparecen las tensiones entre la educación y el mundo del trabajo.

Una de las dudas de estas nuevas instancias formativas es cómo definir las prácticas en clave de producción. Los institutos terciarios, principalmente públicos, debaten si van a formar profesionales según las demandas del mercado o en función de los objetivos y misiones institucionales, que en muchos casos, están orientados a entender la producción de bienes y servicios desde perspectivas sociales y comunitarias más que productivistas.

El planteo no es menor, más aún, si entendemos que la educación, es además de transmisión de conocimientos, trasmisión de valores que trasversalizan, no sólo los contenidos curriculares sino también la conformación de un sujeto responsable y comprometida con su entorno cultural, social y comunitario. La educación tiene funciones sociales mucho más abarcativas que no pueden quedar reducidas a las de un proveedor de los requerimientos del mercado laboral. Enseñar acerca del mundo del trabajo y sus implicancias sociales y comunitarias es también un posicionamiento ético sobre el significado de trabajo y su calidad.

Por otra parte, el mercado de trabajo no siempre estableció un vínculo sano con la escuela. El doctor en economía Guillermo Labarca sostiene en referencia a las escuelas secundarias técnicas que “las causas no hay que buscarlas en las orientaciones u organización de esta modalidad, sino en el entorno: en la baja cultura de aprendizaje de las empresas, en prácticas laborales disociadas de carreras profesionales, en la precariedad del empleo, a veces sancionada por la legislación laboral, en prácticas depredadoras de recursos humanos que dominan el ambiente empresarial”.

Reconociendo la importancia y el carácter necesario de la “empleabilidad” en los procesos educativos, no hay que perder de vista que la educación es mucho más que instruir para un puesto de trabajo. El sociólogo Emilio Tenti Fanfani sostiene: “Los sectores consideran que la educación es apetecible no sólo para conseguir mejores oportunidades de empleo e ingreso, sino también “para ser alguien en la vida”. Ser una persona educada es casi sinónimo de ser persona. El dominio de capacidades expresivas (lenguaje oral y escrito) de ciertas habilidades para el cálculo de una lógica de resolución de problemas, son cualidades constitutivas de la persona de la sociedad moderna. Pensar la apropiación del saber en función de una racionalidad únicamente concentrada en el empleo y el ingreso material supone desconocer las otras ventajas y valores asociados a la posesión de este recurso tan estratégico”.

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