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Sociedad

En memoria de una pehuenche

Dos siglos después, un libro rescata la historia de la cacica María Josefa Roco, quien trabajó por la paz entre las comunidades indígenas y los españoles, y logró la construcción del fuerte de San Rafael para proteger a las tribus cuyanas.


Tras 210 años de historia, una escritora mendocina revisó archivos nacionales y rescató en un libro la valiente labor de la cacica María Josefa Roco, originaria pehuenche que con gran valentía e inteligencia trabajó por la paz entre los españoles y los indígenas y logró la construcción del fuerte de San Rafael para proteger a las tribus del sur de Mendoza.

“La cacica María Josefa Roco fue promotora de la paz y gestora del fuerte de San Rafael ya que viajó a caballo hasta Buenos Aires en 1804 para pedir la fundación de un fuerte para que hubiera paz, una paz duradera con los huincas (conquistadores españoles en idioma Mapuche) y una paz entre las tribus que se estaban desangrando”, reveló la escritora mendocina María Elena Izuel.

Autora del reciente libro Una Mujer entre dos mundos, Izuel se propuso sacar del anonimato a esta mujer indígena que supo cumplir un importante rol político y social entre los siglos XVII y XIX, con los problemas de integración y menosprecio y en medio de guerras permanentes como las que existían en aquellos años.

“Cuando comencé a revisar documentos, a introducirme en el pasado histórico y el de los pueblos originarios comencé a maravillarme de lo que esta noble mujer, desde su humilde lugar en la sociedad mendocina de la época colonial, había hecho”, dijo la investigadora.

Una mujer entre dos mundos fue recientemente presentado e indaga en la vida de la cacica, designada así ya desde sus diez años por su abuelo, quien vio en ella dotes especiales, aunque seis años después, en 1780, fue capturada por los blancos y llevada al norte de Mendoza, donde vivió siete años como rehén en la casa del comandante José Amigorena, donde supo ganarse “una libertad extraña para un prisionero”.

Según comprobó la historiadora, Roco era una persona especial y así fue que se convirtió en la primer mujer indígena en ser bautizada por los católicos, religión que aceptó al poco tiempo de ser raptada y que luego la ayudaría a relacionarse entre los dos mundos al ser liberada.

Ya en libertad y junto a los principales caciques Pehuenches, ella viajó a caballo hasta el consulado en Buenos Aires donde habló con el virrey Rafael de Sobremonte y hasta con Manuel Belgrano, que en aquel momento era el secretario, y los convenció de la importancia de construir un fuerte y contribuir así a la paz entre tribus y españoles.

Con datos certeros de archivos y un toque de imaginación para novelar la historia, Izuel decidió rescatar la vida de esta valiente mujer de los pueblos originarios, para lo cual tomó como base un libro de don Luis de la Cruz, contemporáneo de la cacica, que supo relatar el modo de vida de lo indígenas de aquellas épocas.

“Cada nuevo dato que encontraba aumentaba más la admiración por la cacica, por lo que ella se convirtió para mí en el motor de mis investigaciones, me movilizó a conocer todo lo posible sobre su existencia, hacer relucir su vida y la de su pueblo”, confesó la investigadora.

Izuel leyó durante años todo lo que encontró sobre la Mendoza colonial, que fue la época en que la cacica estuvo allí y así logró que los datos volcados en su último libro fueran ciertos, dado que existen documentos y bibliografía que los avalan, “sobre todo en Memoria Chilena y en Leonardo León Solís”, mencionó.

Asimismo, se sirvió de un diccionario mapuche y agregó algunas palabras del mapudungun, que también traduce en el libro, para que se conozca un poco la lengua que hablaba la cacica.

“Los diálogos los inventé y de a poco hice que se entendieran españoles con pehuenches, quizás no ocurrió de manera tan sencilla o natural, pero estoy segura de que todos se esforzaron por entenderse y al final lo lograban”, comentó.

Los pehuenches se establecieron en el departamento de Malargüe, en zonas montañosas al sur de Mendoza donde había valles fértiles para dedicarse a la ganadería trashumante.

Los gobernaba un cacique, pero el cargo no era hereditario y cualquier hombre por valor, riqueza o sabiduría podía aspirar a ese puesto que logró Roco.

Odiaban la guerra, aunque con frecuencia caían de sorpresa sobre un toldería enemiga para robar ganado, mujeres y niños, y también eran grandes comerciantes, para lo cual iban a los conchabos hacia el norte de Mendoza para el truque con los españoles.

En Argentina casi no quedan descendientes pehuenches, excepto en algunos puestos de Malargüe donde viven descendientes mestizados que conservan ciertas tradiciones como el trabajo en cuero y el tejido de ponchos en rústicos telares, en tanto en Chile, aún si son muy numerosos.

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