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¿En cuál de los dos sistemas usted puede funcionar mejor?

Por Raúl G. Koffman*. Sobre las personas que oscilan entre momentos de cierre y de apertura, y entre la estabilidad y la inestabilidad.


¿Sistema cerrado o abierto? ¿Esfera perfecta y perfectamente cerrada o material poroso? El ser humano puede funcionar con cualquiera de estos dos modelos.

Es sabido que las personas oscilan entre momentos y procesos de cierre y de apertura, como también oscilan entre momentos de estabilidad y de inestabilidad. Pero hay que diferenciar, para este caso puntual, entre momentos de cierre en el interior de esta oscilación y momentos de cierre como muestra de posibilidad de una psicopatología. Este último es el que interesa.

Los dos modelos

En el caso del cierre es una voz que sólo se escucha a sí misma: alguien que sólo monologa mientras cree que se trata de un diálogo consigo mismo. No hay entradas ni salidas, todo circula insistente y repetidamente en su “interior” producto de su cierre. Es un eco que no deja de repetirse: un murmullo o griterío que no puede no escucharse. Es una melodía perfecta pero ensordecedora. Finalmente, una persona convencidísima de su opinión. Es alguien convencido del fundamento de sus celos o alguien convencido de la mala intención de la otra persona. Es cuando alguien siente que no hay lugar para dos en el mismo espacio. Es cuando alguien sólo puede escuchar su propia necesidad o cuando se vive creyendo en la autosuficiencia. Es cuando se tira a alguien de un puente por el solo hecho de que molesta. Es la vieja imagen del perro que se muerde la cola. Es, también, el campo de la una y única verdad. ¡Pobre Martin Buber, soñador del par Yo-Tú como iguales!

En la versión de apertura es tierra fértil y porosa. Es una melodía inconclusa y con final abierto. Es una película con un final con diferentes interpretaciones. Es una danza sin movimientos predeterminados. Es la incertidumbre productiva. Finalmente, una persona que duda de los fundamentos con los que discute. Alguien que sabe que le queda mucho por saber y no sabe cuánto. Alguien que aprovecha sus dos oídos para pensar dos veces antes de opinar. Alguien que prefiere pactar antes que fusilar.

Modelos cotidianos

Cotidianamente, el amor propio herido funciona con el modelo cerrado. Es que el dolor del amor propio herido es el peor de los dolores conocidos. Sólo se lo siente y no permite pensar. Y cuando permite pensar se lo hace con términos absolutos. Se piensa en venganza, en devolver la agresión pero duplicada. Se piensa y siente la necesidad de una autorreivindicación que si puede ser inmediata es más efectiva. Quizás sólo se trate de un error descubierto, pero tiene el valor suficiente como para desencadenar una guerra.

En síntesis, el enojo y los celos cierran las compuertas del entendimiento y el amor propio herido completa la obra colocando los cerrojos inviolables. Y, una vez dentro, reina la seguridad.

Al modelo cerrado se lo suele encontrar también en las discusiones acaloradas. El calor que no permite esperar que el otro termine de argumentar para ya pulverizar sus opiniones. El calor que hace abrir la boca y cerrar los oídos. El que acelera los pensamientos tanto como el ritmo cardíaco. El extenso campo de la psicopatología es el territorio en donde se hace fuerte buscando pertrechos y recursos. Hay casos extremos, los ya conocidos de delirios que no remiten, en las que las personas se arman para mantenerse estables pero con ideas muy difíciles de compartir.

A nivel social el modelo cerrado se alimenta y refuerza con las intolerancias y las prepotencias de diferentes colores, plumajes y disfraces.

Hay quienes reivindican el modelo cerrado porque lo relacionan (¿o confunden?) con “mantenerse firme”, con “no ceder”. Rasgo ciertamente muy valorado. Pero aquí la inmovilidad que genera y que lo caracteriza pasa a sentirse y pensarse como un signo de fortaleza. Cuando paradójicamente sabemos que, además, terquedad y firmeza suelen confundirse. ¿Conoce usted a alguna persona terca que no valore este rasgo de su personalidad?

¿Se reconoce usted en estos modos y momentos? Tenga en cuenta su lenguaje, su gestualidad, su emocionalidad y su modo de pensar y actuar. En el mundo cerrado las reacciones son casi básicas, fisiológicas, de poca complejidad. La persona funciona como si fuese de una sola pieza. Hay buenos y malos tanto como aliados y enemigos. Hay opciones que llevan al abismo pero se ven como caminos a la salvación. Y esto, sinceramente, seduce al pensamiento porque se presenta sin fallas ni dudas. ¿Qué más puede pedirse que no tener dudas? ¿Qué otra opción da la sensación de tanta seguridad?

“Si te gusta, bien; y si no, lo lamento”. Esta frase, muy escuchada, ¿es signo de intolerancia o de hartazgo? Clara descripción de un límite, de un “hasta aquí llego”. En ambos casos los oídos se cierran por incomprensión. En el caso de la intolerancia, la incomprensión es propia; y en el caso del hartazgo ocurre por la incomprensión de la otra parte.

En cambio, en el modelo abierto ponerse en el lugar del otro, relativizar la propia verdad o postergar una decisión; se convierte, contrariamente al otro modelo en un rompecabezas. Y en los dos sentidos de la palabra. Porque allí es donde surge la incertidumbre, porque no todas las piezas encajan perfectamente y el cierre para nada perfecto. A esto se lo conoce en Psicología como “flexibilidad cognitiva”.

Apertura e inestabilidad

Cierre y apertura, estabilidad e inestabilidad son parte del proceso de desarrollo personal. Los cierres rígidos aseguran orden y tranquilidad, pero también aseguran inmovilidad. Las aperturas e inestabilidades aseguran un malestar transitorio, pero también que haya movimiento. ¿Tomaría usted agua que reconoce como estancada? ¿O prefiere la que corre por los arroyos?

 

(*) Psicólogo raulkoffman@gmail.com

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