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Historias de boxeo

Emile Griffith: homofobia y muerte


Sonó la campana poniendo punto final al sexto round. Emile Griffith se sentó en su esquina. “Cuando vuelvas a la pelea, quiero que no dejes de pegarle a Paret hasta que caiga sobre tu hombro o el árbitro te frene. Seguí pegando hasta que te paren”, fueron las palabras directas de un experimentado Gil Clancy. Griffith cerró los ojos. Respiró profundamente. Salió tirando golpes. Nunca dejó de pegar. Nadie lo detuvo. El cubano Benny Kid Paret no reaccionaba, cerca de las cuerdas.

Las piernas temblorosas y los brazos caídos no impidieron el intenso castigo. El árbitro, un ex destacado boxeador, Rudy Goldstein, estaba ausente. Apoyado en la punta de sus pies miraba atónito sin intervenir. El rincón del cubano era socio de la impiadosa escena. Cuando Paret quedó inmóvil con el brazo derecho colgado sobre la segunda cuerda, se detuvo la masacre. Ya era tarde. Corría el duodécimo capítulo del combate por el título mundial welter en el Madison Squere Garden de Nueva York, un 24 de marzo de 1962.

Un día antes, durante la ceremonia del pesaje oficial, Paret con mirada agresiva le dijo a Griffith: “Tu eres un maricón”. Los separaron ante una inminente pelea callejera. El agredido descargó su bronca e impotencia acumulada la noche de la pelea. Era una fiera herida.

Ambos boxeadores habían combatido anteriormente entre ellos. Un triunfo para cada uno le daba un plus de emoción adicional al choque. Benny Paret murió diez días despúes. Nunca salió del coma, en el Hospital del Bronx en Nueva York.

Paret no estaba en condiciones de salir a disputar el 12º asalto. Casi no tenía guardia y ofrecía una postura clásica del boxeador que está en las puertas del derrumbe. Para este lance no pudo reponerse íntegramente de la brutal pelea y los golpes recibidos ante Gene Fulmer, en su anterior presentación, donde también cayó noqueado. Estaba en malas condiciones físicas. El negocio decidió una vez más, pasando por alto cualquier advertencia.

El periodista cubano Julio Ferreiro Mora recuerda el suceso en su libro “Historia del boxeo cubano”. Y así lo contaba: “Paret fue empujado a la muerte en plena juventud por la inhumana aspiración de sus promotores de forzarlo a consecutivas peleas con rivales de primera línea. Griffith lo convirtió en un guiñapo humano, sin que su propia esquina suspendiera las acciones letales hasta que fue demasiado tarde”.

Sin dudas, el incidente del pesaje cobró calor y trascendencia en los medios periodísticos, bajo el eufemismo de que Griffith había sido calificado de “no ser hombre”. Hasta la novia de Griffith llegó a cuestionarlo públicamente en esas horas confusas. Años más tarde, el campeón se declaró abiertamente gay y bisexual. La mesa había quedado tendida para que resultara una pelea de odio más que de una supremacía deportiva.

Luego del fallecimiento de Benny Paret, la vida de Emile Griffith fue un calvario emocional. Batalló con el estigma de la muerte y la demencia. “Nunca fui el mismo boxeador después de esa noche. Tenía miedo de lastimar. Hacía lo suficiente para ganar. Usaba jabs  y no cruzaba golpes. Me hubiese retirado, pero no sabía hacer otra cosa”, confesó el angustiado pugilista. Ganó sólo nueve peleas de las últimas veintitres.

Bernardo “Benny Kid” Paret nació en el pueblo de Santa Clara, en Cuba. Combatió en  welter, mediano y medio pesado. Estas dos últimas categorías por necesidad y manejos inescrupulosos  de sus empresarios. Como welter logró excelentes triunfos que lo pusieron en primera fila internacional.

Tuvo su gran oportunidad y no la desaprovechó. Derrotó a Don Jordan el 27 de mayo de 1960, ganando el título mundial. Le decían “El ídolo de los carniceros”, dado que su principal patrocinador era dueño de una famosa carnicería.

Siempre de bata de seda amarilla, pantalón y botas blancas. Llegó a Estados Unidos con la promesa de un promisorio futuro profesional. Atrás quedaban el comunismo y la obsesión de Fidel Castro de suprimir el boxeo profesional en la isla. Dejó un récord de treinta y cinco peleas ganadas con diez nocauts, doce derrotas y tres empates.

Emile Alponshe Griffith nació en Saint Thomas, en las Islas Vírgenes. Campeón mundial welter y mediano. Fue boxeador por casualidad. Se hizo profesional luego de ganar el tradicional certamen “Golden Gloves” en Nueva York en 1958.

Combatió dos veces con Carlos Monzón. Cayó en las dos oportunidades. La única vez en mi carrera que tuve la ocasión de conversar a solas con el santafesino, me dijo en Mar del Plata, respondiendo a mi pregunta sobre sus rivales: “De todos los que enfrenté defendiendo el título, el más dificil fue Emile Griffith. Me decían que estaba viejo y terminado. Menos mal, no sabés que duro pegaba. Conocía todos los secretos del ring. Era un zorro”.

Aprendió a boxear en las calles. Su estilo se modeló cambiando golpes en lucha franca. Su ofensiva era temeraria. Voltear o caer era su ley. Con el tiempo, recibió la factura de enormes batallas. Cruzó guantes con los mejores de la época: José “Mantequilla” Nápoles, Denny Moyer, Nino Benvenutti y Dick Tiger. Cumplió dieciocho años en el campo rentado y se retiró con ochenta y cinco victorias y veinticinco nocauts;  veinticuatro derrotas y dos empates.

El escritor Ron Ross escribió su biografía en el año 2008. “Nine…ten…and out. The two Worlds of Emile Griffith” se tituló (NdR: “Nueve…diez…y fuera. Los dos mundos de Emile Griffith”). Allí declaró: “Sigo preguntándome que extraño es todo esto. Nunca fui a la cárcel, pero vivo en prisión desde hace años”.

Murió en Hampstead, Nueva York, a los 75 años, un 27 de julio de 2013. Recibía cuidados permanentemente debido a una encefalopatía que padecía.

Pasaron los años. Seguirán pasando. Quedó flotando esa perversa rivalidad instalada entre estos dos hombres, que pasó los límites estrictamente deportivos. Fueron caldo de cultivo de un enfrentamiento que desembocó en uno de los más lacerantes desafíos del boxeo. Fue materia prima para concebir la tragedia más recordada. El final aún estremece y conmueve con la misma intensa desolación de hace 55 años.

Sabemos que el ser humano al nacer, es besado simultáneamente por la fortuna y la tragedia. Emile  Alponshe Griffith, a muchos años de esa tremenda noche, instaló esta duda: “Que rara es la humanidad. Me perdonaron que matara a un hombre, pero no me perdonan que lo ame”.

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