Ciudad

Tiempos modernos

El vinilo da pelea con sus armas

Los dueños de las disquerías más emblemáticas de la ciudad aseguran que existe un auge por volver a oír música en el tradicional formato del disco, pero a la vez reconocen algunas desventajas: la principal, el alto costo del LP.


A pesar de que en la actualidad resulta casi inconcebible escuchar un álbum en otra plataforma que no sea un reproductor de MP3, celular, tablet o computadora, los viejos vinilos y discos de pasta aún suman adeptos. Existe un importante número de comercios, más allá de la gran cantidad de ferias que regularmente se organizan, que todavía comercializan estas reliquias, imanes de los fanáticos de la música.

La oferta y el público objetivo es por demás de variado: están aquellos que pueden darse el lujo de pagar un precio más elevado para tener en sus manos la reedición de algún clásico, con todo lo que ello significa (tener el placer de despojarlo de su envoltorio perfectamente adherido al cuerpo, sentir el aroma a plástico nuevo y hacerlo debutar en una máquina giradiscos para apreciar una obra sin impurezas), mientras que también hay quienes disfrutan del ritual de hurgar entre viejos y polvorientos envoltorios de cartón, desestimando el inminente peligro de una alergia, en busca de alguna joyita del jazz o del rock que se le haya escapado a algún otro fanático.

“Es un público que busca una mejor calidad de sonido, sin compresiones, o rescatar un mejor arte de tapa, que en el CD queda muy chico. Son melómanos que apuntan a la originalidad de la obra. Es gente de 30 años para arriba”, analizó Gustavo, dueño del local Shine On (Córdoba 1060), quien sacó el nombre de una caja recopilatoria con las obras más emblemáticas de Pink Floyd.

Alberto, titular desde el año 1978 del local Utopía (Maipú 778), se define como un fanático de los vinilos ya que cuenta con una colección personal de aproximadamente 1.500 longplays de rock, pop, jazz y tango. Actualmente sigue utilizando su vieja bandeja para reproducir sus clásicos preferidos, aunque ello responde únicamente a una cuestión de costumbre ya que considera injustificado abonar un precio tan alto por una nueva reedición.

“Salvo algunas personas que están bien acomodadas económicamente se hace imposible comprar los nuevos vinilos porque triplican o cuadruplican el precio de un CD y no se justifica a menos que se cuente con una bandeja decente, que hoy es muy complejo conseguirla también. No tiene relación con la realidad económica de nuestro país”, analiza, al tiempo que reconoce que con la digitalización de la música “se ha perdido tanto el arte de tapa de los discos como el placer de sentarse detenidamente a escuchar música”.

La realidad de Sebastián, de la disquería Paraphernalia, es un tanto diferente ya que se contacta diariamente con un público diferente: los fanáticos del jazz. El comercio que abrió sus puertas hace poco más de tres años en Rioja 1070 fue incorporando el vinilo en cuentagotas, pero la creciente demanda de los consumidores obligó a su dueño a cubrir cada vez con más frecuencia los espacios libres en las bateas con los irresistibles discos de Duke Ellington, Miles Davis o John Coltrain.

“Empecé vendiendo vinilos que tenía y que traje para ver cuál era la respuesta de la gente. Cuesta desprenderse pero cuando tenés una disquería hay que trabajar mucho el tema de la posesión de las cosas, aunque hay algunas que no vendo ni loco. Hoy tengo 20 discos, pero son los que quiero tener”, comentó entre risas.

La visión es compartida por Manuel, titular de la disquería del café Mal de Archivo (Moreno 477), quien armó su colección a partir de visitas domiciliarias a particulares.

“Hay mucha gente que no le interesa tenerlos, aunque también hay algunos que saben lo que tienen. Para mí estar acá o estar en mi casa es más o menos lo mismo. En cualquier momento me los puedo llevar y traer otros. Algunos me los quedo (risas) pero la mayoría son para revender”, contó haciendo referencia a una de sus últimas adquisiciones: una trilogía del grupo electrónico alemán Kraftwerk.

Volviendo a la vida

Los comerciantes son la prueba viviente de que los vinilos supieron recuperar el terreno perdido durante los 90, cuando el CD arrasó como un formato eficaz que permitía escuchar la obra completa sin interrupciones. Sin embargo, la digitalización de la música y el aumento en las ventas a través de plataformas online como iTunes o Spotify, sumado a que las empresas discográficas tampoco adoptaron medidas para seguir incentivando la venta de este producto, fueron los principales factores que allanaron el camino para el resurgir de una vieja tradición.

“Antes uno compraba un vinilo y se juntabas con los amigos, era todo un descubrimiento. Ahora se compra algo porque uno es fanático de la banda o solista pero ya escuchó antes el material en otro lado. Las discográficas no supieron hacer absolutamente nada para revertir eso, brindar un plus para que el que compre el CD se encuentre con una sorpresa. Lo único que hicieron fue seguir llenándose los bolsillos”, sentenció con dureza Rogelio, uno de los dueños de Amadeus (Córdoba 1369).

A Juan Manuel, titular de Music Shop (Sarmiento 780), le resulta un tanto extraño este retroceso en materia tecnológica aunque, al igual que los demás entrevistados, reconoció con orgullo que aún continúa reproduciendo discos en su vieja bandeja. “Esa vuelta atrás puede ser porque está el placer de escucharlo por una cuestión casi fetichista, pero también está la cuestión del sonido, que es mejor que el CD, siempre que se tenga un buen equipo. Tiene que ver además con la situación y con lo que uno está haciendo. La gente sigue manteniendo las mismas costumbres pero lo que va cambiando es la forma de satisfacer esas necesidades”, opinó.

Una cuestión de tiempo

Uno de los puntos negativos, si se quiere, de este formato es la demanda de atención: rara vez funciona como una música de acompañamiento; la predisposición no es la misma ya que cada 20 minutos, aproximadamente y siempre que no se cuente con una bandeja automática, hay que dar vuelta el disco.

“Tener el vinilo implica la necesidad de tiempo para sacarlo, ponerlo, darlo vuelta… Es otra cosa. Ahora no hay tiempo, todo es más rápido. Tener esa paz para sentarte a disfrutar de un vinilo cuesta un poco más”, recuerda Rogelio.

Por su parte, Gustavo aportó otro punto de vista: “Todo lo que se tendió con la digitalización, con los celulares, tiende más al aislamiento. Ya podemos decir que es algo contracultural escuchar música con amigos. Otra cosa es la fragmentación del álbum: ya no te sentás a escuchar el disco, sino temas individuales. El vinilo por el formato que tiene te exige la escucha completa de la obra”.

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