Cultura

pablo camogli y su libro guerra y pueblo

El pueblo en acción revolucionaria

Pablo Camogli analiza en su último libro la composición humana de los ejércitos que protagonizaron las guerras de independencia, haciendo eje en la concientización de los sectores populares que se vieron afectados por estos conflictos.


HISTORIA
Guerra y pueblo. Historia social de la guerra de
la independencia
Pablo Camogli
Planeta, 296 páginas

Durante mucho tiempo la historia argentina perteneció a los grandes hombres y estuvo anclada en una mirada netamente política. Bartolomé Mitre fue el gran edificador del pasado nacional. Sin embargo, al mismo tiempo, hubo otras instancias que pueden generar nuevos aspectos de cada una de las gestas cruciales de la historia nacional: ¿qué pensaban los soldados que cruzaron los Andes siguiendo a San Martín?, ¿quién cocinaba?, ¿de dónde eran nativos esos hombres en armas?, ¿en qué lugares se desarrolló la guerra de Independencia y cómo afectó a su población y su economía?

Pablo Camogli, lejos de la improvisación y fruto de un extenso recorrido por las universidades argentinas, recupera esa perspectiva de la historia social y se propone analizar qué le pasó a ese pueblo que estuvo entre diez y quince años en guerra para finalizar su tiempo de armas en Arequito (Santa Fe), hasta donde habían sido seguidos por sus mujeres y, para entonces, sus familias. A continuación, Camogli explica algunos de los tópicos de su investigación que dieron vida a Guerra y pueblo. Historia social de la guerra de la independencia.

—¿Qué papel tuvo el bajo pueblo en la guerra de independencia?

–Fue determinante. Sin el bajo pueblo movilizado, ya sea en forma espontánea o forzada, no habría próceres en nuestra historia y quizás no tendríamos independencia. Con esto no pretendo ni reducir el rol desempeñado por personajes como Manuel Belgrano, José de San Martín o Martín de Güemes, ni otorgarle una preponderancia exclusiva a los sectores populares en la contienda. Tan solo se trata de remarcar que un proceso histórico tan complejo y extendido en el tiempo y el territorio, necesitó, inevitablemente, de la participación de diversos sectores.

Claro que esa participación adoptó características propias en cada escenario y ante cada coyuntura. En términos generales, digamos que el bajo pueblo fue atravesado por la guerra de la independencia en forma amplia y profunda. La militarización y el reclutamiento bajo diversas formas, fueron fenómenos transversales de los que no era fácil sustraerse cuando se pertenecía a estos sectores. Esclavos, pueblos originarios, campesinos, artesanos urbanos, presidiarios, todos fueron movilizados, ya sea en los ejércitos regulares como en las numerosas milicias.

Pero también la revolución y la independencia generaron expectativas de ascenso social para muchos de estos actores, que decidieron plegarse a la lucha en forma más o menos voluntaria. Para los gauchos que respondían a Güemes o a José Artigas, era la aspiración de acceder a la propiedad o el uso de la tierra; para los esclavos, era una posibilidad concreta de acceder a la libertad; para los pueblos originarios, la esperanza de suprimir las formas de explotación colonial. Incluso para las mujeres la revolución abrió paso a expectativas de cambios.

 —¿Qué diferencias regionales tuvo la guerra de independencia?

—Cada escenario tuvo sus particularidades. En mi libro los organizo en cuatro capítulos: Alto Perú, Cuyo, Salta/Jujuy y Banda Oriental/Misiones. En el Alto Perú hay un fuerte protagonismo de los pueblos originarios andinos, los que ya venían actuando en clave revolucionaria desde el siglo anterior. Estos grupos actúan con autonomía frente a los ejércitos de Buenos Aires, una actitud que no se explica en una falta de fervor revolucionario, sino por la presencia de intereses propios y específicos que no siempre eran coincidentes con la elite liberal porteña. En Cuyo tenemos al ejército más profesional de los que contó la Revolución, el Ejército de los Andes, creado por San Martín. Allí la guerra parece más encauzada, pero los esfuerzos colectivos fueron igual de generalizados que en otros territorios. Quizás la diferencia mayor sea que la guerra no fue un fenómeno presente, sino una amenaza latente que obligó al gobernador a adoptar una política de economía de guerra y férreo control social.

La región salto-jujeña es la del predominio de los gauchos, no como masas clientelares de Güemes, sino como una extendida red de lealtades que termina de confluir en la figura de aquél, como el intérprete de una serie de inquietudes en donde el acceso y uso de la tierra, es central. Por último, incorporo al marco de la Guerra de la Independencia a la lucha emprendida por las tropas de José Artigas en la Banda Oriental y los indios guaraníes de las Misiones contra el imperio portugués. Es que la independencia no fue una lucha entre Argentina y España, sino entre sectores revolucionarios y el Antiguo Régimen que, en América, se expresaba tanto en la monarquía española como en la portuguesa, cuya casa reinante, la de Braganza, se encontraba en Río de Janeiro. O sea, los gauchos de Artigas y los guaraníes de Andrés Guacurarí, cuando peleaban contra los portugueses, sentían que estaban peleando por su independencia.

 —Vos proponés que las pautas de lucha vienen incluso desde antes de 1810 ¿por qué?

—Eso tiene que ver con los orígenes de la Revolución. Hay un consenso historiográfico actual que postula que la Revolución se produce por la adopción en América de las ideas modernas en boga en Europa. Eso marcaría el origen exógeno de la Revolución. En contrapartida, postulo un origen endógeno, que tiene que ver con las enormes convulsiones socio-políticas protagonizadas por los pueblos originarios en el siglo XVIII. Desde las guerras guaraníticas y su clave independentista, en 1752/54, hasta las grandes revueltas andinas de todo ese siglo, que confluyen en Tupac Amaru y su programa político, en donde las banderas de libertad, igualdad e independencia son estandartes centrales pese a que todavía falte una década para la Revolución Francesa. Del mismo modo, la militarización de la sociedad, siempre presentada como la consecuencia de la guerra de la independencia, es un fenómeno colonial más bien tardío. Durante toda la época colonial, los guaraníes habían militarizado su vida cotidiana, al ser la base cuantitativa de los ejércitos del rey en la región rioplatense. Lo mismo se puede afirmar para los pueblos andinos, que viven en situación de conflicto durante buena parte del siglo XVIII.

 —Como toda guerra, la que nos llevó a separarnos de España tuvo su costado negativo. ¿Cuáles serían esos aspectos negativos tuvo según tu perspectiva?

—En primer término, está el factor humano: miles de personas murieron o quedaron inválidas en la guerra o a causa de ella. Después hubo otros fenómenos de más larga duración, como la desarticulación de las redes comerciales y productivas de la época colonial, lo que se tradujo en una modificación de las vías de comercialización y la progresiva consolidación de una economía atlántica con eje en el puerto de Buenos Aires. Del mismo modo, la lucha por la independencia generalizó el uso de la fuerza armada para la resolución (o no) de las tensiones políticas. El fenómeno de los gobernadores de provincia o de los caudillos locales rodeados de un séquito armado es, en parte, el fruto de aquella militarización que provocó la guerra. Y esa será una característica de buena parte del siglo XIX en la Argentina y uno de los motivos que explica las dificultades para avanzar en la institucionalización formal del país.

La Historia y la realidad

El historiador misionero Pablo Camogli se ha desempeñado también como periodista afectado a temas que interrelacionan la historia nacional y la realidad contemporánea. Fue corresponsal del diario El Territorio y trabajó en medios gráficos y digitales de Misiones, Córdoba, Buenos Aires y Mendoza. Participó en la investigación y redacción del libro Misiones, de Silvia Torres (1994), y es autor de Batallas por la libertad (Aguilar, 2005), Batallas de Malvinas (Aguilar, 2007), Batallas entre hermanos (Aguilar, 2009) y Nueva historia del cruce de los Andes (Aguilar, 2011). Cuando se le preguntó por historiadores nacionales que respetara, apuntó: “Norberto Galasso, porque tiene una interpretación de la historia anclada en la realidad y no en marcos teóricos de difícil aplicación o en un ideal de pasado que poco tuvo que ver con la realidad”.

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