Le ponen la firma

Opinión

El padre es el padre, el hijo es el hijo

"El apellido común no hace común a los pensamientos, palabras, obras y responsabilidades de una persona".


La noticia sobre una red de prostitución que involucraría a un familiar de un político, a la sazón funcionario, ha sido en estas horas la información  de muchos medios. Con el respeto que debe merecernos y nos merece la libertad para expresarse y construir las noticias a gusto del periodista y en consonancia con la línea editorial de cada medio, es bueno reflexionar sobre la necesidad de ser prudentes no sólo a la hora de difundir este tipo de noticias, sino sobre el análisis que debe hacer el televidente o lector en el momento de hacerse de la información. Y también sería de desear que, los políticos en general y los opositores en particular, no hicieran politiquería de baja estofa sobre asuntos tan delicados.

Cada ser humano es responsable de sus actos y por tanto no es justo que se derrame sobre otro ser humano, o sobre todo un grupo familiar, una suerte de estigma que no corresponde. Los padres no son responsables por los actos de sus hijos mayores, como tampoco ningún hijo es responsable de las acciones de los padres. Es decir, el apellido común no hace común a los pensamientos, palabras, obras y responsabilidades de una persona.

Lamentablemente, en este país y en el mundo entero, hay una avidez tal por vender, cuando no por hacer valer intereses políticos, que se enfocan muchas noticias y se analizan sin reparar en la protección que se debe dar a la integridad anímica y moral de las familias, más allá de las probables acciones y actitudes de alguno de sus miembros.

Lamentablemente, en ocasiones tampoco los funcionarios judiciales marcan una pauta clara en torno de este delicado asunto. Existe en este país una catarata de información que involucra a conocidos y famosos sin que tengan absolutamente nada que ver en el suceso concreto: “el hermano del jugador tal; la hija de la presidente; el hijo del dirigente gremial; el padre de…”  y así sucesivamente.

Suelen protegerse las identidades de delincuentes comunes que hacen de las suyas, pero cuando se trata de apellidos famosos la protección es nula, porque lo que importa es el rating, la venta o el descuartizamiento político de quienes nada tienen que ver en el asunto y sólo portan el mismo nombre.

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