Opinión

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Echale la culpa a los ositos cariñosos

La inclusión de una pareja lésbica –con beso incluido– en la película "Buzz Lightyear", de Disney, desató una polémica global y la prohibición del filme en más de 15 países. ¿La inclusión de referencias LGBT+ en producciones infantiles determina la orientacion sexual?, se pregunta el autor


Esteban Paulón (*)

Cuando era niño, no entendía qué me pasaba. A diferencia de mis tres hermanos, que se sentían atraídos hacia compañeras de la escuela o el club –o miraban con deseo a alguna cantante pop de la época (en aquellos queribles 80)– a mí me gustaba un compañero de curso. Pero nunca me animé a decírselo. Es que era también mi amigo, y temía perder su amistad.

Ya en la adolescencia el que movía mis pasiones era Ricky Martin, de pelo largo y montado en una moto de la cual se bajaba para menear la cadera. Madonna me llamaba la atención por su actitud transgresora y por hablar abiertamente de la sexualidad en años en que eso no era tan común. Pero eróticamente, no me producía nada.

No sabía cómo nombrar eso que iba experimentando, ni por qué sentía atracción hacia otros chicos. Sólo cabían preguntas. ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué soy diferente a mis hermanos y a la mayoría de los chicos? ¿Será una etapa? ¿O una enfermedad? ¿Podré curarme? Tal vez encuentre una buena mujer que me lleve por el camino correcto.

Finalmente tuvieron que pasar muchos años para encontrar la explicación a semejante enigma. ¡Claro! ¡Fueron los ositos cariñosos! ¡Pero cómo no me di cuenta antes!

Es que ver cotidianamente esos ositos que luchaban contra el mal con el poder del arco iris no podía producir otra cosa que una persona gay. O tal vez lo que me convirtió en homosexual haya sido Mazinger Z, con esa Afrodita A que tiraba sus pechos como misiles. O en una de esas los repetidos besos de boca que Bugs Bunny le daba a Elmer Gruñón, o la voz aflautada del niño de cobre de los halcones galácticos.

O tal vez no. Tal vez simplemente la sexualidad humana se expresa de diversas maneras –algunas más frecuentes que otras– y lo que vemos, escuchamos y aprendemos no tenga nada que ver. Quizá la orientación sexual es algo que simplemente sucede y sentimos. Que no se impone, transmite o “adoctrina”.

Después de todo, si ver modelos determinados de sexualidad transformara lo que somos, toda la sociedad seria heterosexual. ¿O acaso Blancanieves tenía una novia? O Gulliver se casaba con un lilliputiense? Definitivamente no.

Las referencias en cuentos, dibujos animados, novelas y hasta nuestros propios entornos siempre fueron abrumadoramente heterosexuales. Y sin embargo las personas LGBT+ existimos desde siempre. Y con más o menos visibilidad hemos sido y somos parte de todos los tiempos y todas las sociedades. Incluso aquellas en las cuales se pretende censurarnos y borrarnos.

Este debate que quizá en nuestros entornos suena extemporáneo, ha cobrado vigencia en las últimas semanas (sí, justo en el mes del Orgullo LGBT+) por la prohibición que sufrió la película de Buzz Lightyear en más de 15 países de Oriente Medio y Asia.

La prohibición fue argumentada en la aparición de una pareja lésbica en la trama. Ellas –las mejores amigas de uno de los protagonistas– no sólo están casadas, sino que cometen la osadía de besarse, esparciendo vibras lésbicas y, seguramente, promoviendo hordas de lesbianas en las nuevas generaciones!

Bueno, para tranquilidad de la gente inquieta, eso no sucederá. Lo que sí sucederá es que si algunas de las niñas o niños que ven la película son gays o lesbianas, podrán verse reflejados en una historia de la pantalla grande, algo muy poco común para nuestras generaciones.

Y en ese reflejo comprenderán que no son raros ni raras, que cualquier persona tiene derecho a amar y a vivir su sexualidad libremente, y que no hay una condena a la infelicidad en eso que “les pasa”. En síntesis, esa representación contribuirá a construir infancias más felices y, por tanto, adolescencias y adulteces más felices y plenas.

Bonus track: decisiones que hacen la diferencia

A diferencia de otras ocasiones, en las que los estudios cinematográficos o productoras televisivas “recortaron” las escenas cuestionadas para que las películas pudieran ser exhibidas en los países censores, en esta ocasión The Walt Disney Company se plantó y prefirió preservar el hecho artístico y social, resignando lo que seguramente serían enormes ganancias en mercados con gran población.

Decisiones corporativas como esta contribuyen a que, a pesar de los intentos de volvernos a meter en el armario, estemos más fuertes y visibles cada día. Porque aunque quieren censurarnos y borrarnos, al armario no volveremos nunca más.

(*) Director ejecutivo del Instituto de Políticas Públicas LGBT+

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