El diálogo político en marcha en Venezuela, aunque frágil, le da al presidente Nicolás Maduro la oportunidad de tender puentes hacia la oposición y tomar distancia de los elementos más radicales del chavismo. Su margen de acción, sin embargo, es acotado.
El primer encuentro formal entre el gobierno y la oposición de Venezuela, televisado en cadena nacional el jueves pasado, había sido presentado como la apertura de un proceso de trabajo destinado a encarrilar la crisis política del país, que en los últimos dos meses se ha dirimido en la calle y a los tiros. Las largas exposiciones poco tuvieron de negociación concreta e, incluso, de presentación de agendas contrastadas y se asemejaron, más bien, a una suerte de debate catártico, en el que las partes desahogaron sus resentimientos pero se cuidaron de no malograr el frágil proceso.
En la segunda jornada de diálogo, parte de lo dicho la semana pasada adquiere un cariz especial, sobre todo ante informes inquietantes sobre movimientos en los cuarteles que habrían ido más allá de lo reconocido en un principio.
Acaso lo más medular de aquella noche haya pasado por el debate que abrió Henry Ramos Allup, el líder de Acción Democrática, el viejo partido socialdemócrata, una de las principales víctimas políticas del Caracazo en tiempos de Carlos Andrés Pérez y del terremoto que supuso desde entonces el chavismo.
Su gimnasia parlamentaria le permitió jugar sin perder el equilibrio entre la enumeración de fuertes reclamos institucionales y la necesidad de no dinamitar el último puente político. En el medio, lanzó los dardos más certeros al chavismo y dejó mensajes relevantes hacia el interior de la Mesa de la Unidad Democrática.
Admitió, sincero, que asistir al diálogo tendría “un costo político” para los opositores presentes, sugiriendo que un resultado negativo podría colocarlos (más todavía) en la mira de los exaltados de su sector y barrerlos como referentes. Asimismo, se refirió a la cuestión clave del copamiento ideológico y político que hizo el chavismo de las fuerzas militares, una amenaza grande hoy, como se ve, y mayor a futuro, el día en que las urnas consagren a un no chavista, algo que alguna vez ocurrirá.
“Los golpes no los dan los civiles sino los militares. Y nunca los dan para poner a un civil en su lugar”, dijo con lógica elemental pero imprescindible en la Venezuela de hoy. Para los opositores, para que no sueñen con atajos que sólo los llevarían a perder toda esperanza; para Maduro, líder del ala civil del chavismo, para que recuerde que tal eventualidad supondría su relevo.
Lo escuchaba, impaciente, la contracara interna de Maduro, Diosdado Cabello, jefe del ala militar del chavismo, presidente de la Asamblea Nacional y quien creyó hacerse acreedor a la eterna gratitud de Hugo Chávez cuando, como vicepresidente, tuvo un rol clave en el rescate y regreso del comandante en la intentona golpista de abril de 2002. Acaso por su impopularidad, por las acusaciones de corrupción que lo rodean, Chávez no le pagó como esperaba cuando, jaqueado por el cáncer, nombró a Maduro como sucesor. Pero eso no lo despojó de un poder que crece en la medida en que el mandatario se muestra impotente para hacerse obedecer en base a legitimidad política y descansa para ello cada vez más en la represión callejera.
No sorprende entonces que el discurso de Cabello haya sido de pura confrontación y desafío para los opositores presentes. ¿También fue un modo de “marcarle la cancha” a un presidente desgastado y de advertirlo contra la tentación de pactar con el “enemigo”? Maduro lo miraba con curiosidad por encima de sus lentes; vaya a saber qué pensaba.
Lo dicho basta para constatar que, en ambos bandos, las lealtades están peligrosamente ajadas. Y no sorprende que esa cita haya sido tan rica en mensajes velados y cruzados.
En la apertura, el presidente había hecho equilibrio entre la denuncia de los intentos desestabilizadores de la oposición radical, el intento de obtener del ala moderada de ésta un reconocimiento que se demora desde su elección (hace un año) y la necesidad de no irritar a los interlocutores para no dar por tierra con un diálogo tan imperioso. No sorprende, así, que su mensaje haya estado regado de referencias a “reconocernos y respetarnos” y a promesas de “un modelo de tolerancia mutua”. Lo contrario de lo que expresó Cabello.
Otro punto esperado del encuentro fue la intervención de Henrique Capriles, derrotado en las urnas el 14 de abril del año pasado y quien había calificado aquel resultado de “fraudulento”. Éste sorprendió por el modo en que se dirigió a sus interlocutores, evitando llamarlos por sus cargos, especialmente en lo referente a “Nicolás”. Fue una estrategia hábil y osada, que merodeó la insolencia institucional, para evitar ese reconocimiento.
Es que también Capriles les hablaba tanto a los líderes chavistas presentes como a la calle, sobre todo a los estudiantes soliviantados y a los seguidores de los dirigentes de la oposición radical, con el encarcelado Leopoldo López y la diputada desaforada María Corina Machado a la cabeza, impulsores de la campaña por “La salida” de Maduro, difícilmente conjugable con el verbo constitucional. No atender la sensibilidad de aquéllos y mostrarse apegado a los formalismos institucionales con el presidente habría acercado peligrosamente al gobernador de Miranda al mote de traidor, justo lo que debe evitar para seguir conteniendo a esos sectores y seguir siendo la mejor carta electoral de una oposición unificada.
Capriles hizo uso de la oportunidad de hablarle al país en cadena, única para una oposición cada vez más raleada por los medios televisivos privados, por no mencionar los públicos, que no se corren un milímetro de la propaganda oficial. Optó así por pasar el mensaje que, cree, allanará el camino a un referendo revocatorio del mandato presidencial en 2016: el económico. Según confiesa a sus íntimos, esa meta no se concretará por la denuncia de las ofensas institucionales del chavismo sino por la de sus desmanejos económicos, con la inflación y el desabastecimiento en primer lugar. La misma tecla tocó otro opositor para tener en cuenta: el gobernador de Lara, Henri Falcón, un ex chavista que saltó a la oposición entre 2010 y 2012 y que, como tal, podría construir una candidatura de síntesis.
Entre informes de conspiraciones e intentonas militares, el diálogo nacional (impulsado por una Unasur a esta altura imprescindible) debe sobreponerse a sus fragilidades.
Cuando, un día, junto al nuncio apostólico Aldo Giordano, aparezca sentado el mediador pedido por todos, el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, recién sabremos que la salida del túnel es verdaderamente posible.
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