Ciudad

El Día del Padre, desde la memoria

Por Laura Hintze.- El emblemático festejo de hoy es diferente para miles de familias víctimas de la dictadura, que deben reconstruir a una figura arrancada de sus vidas.


¿Cuántas son las formas en las que se puede estar con un papá? ¿Quién es “tú” papá y cómo se construye ese rol? ¿Cómo logra un padre ser un padre desde la memoria? ¿Cómo se lo conoce y cuánto puede enseñar desde las fotos y los relatos ajenos? Florencia y Gustavo son dos de los miles de chicos que crecieron con un papá desaparecido en la dictadura. Sin embargo, con los años y las compañías, ellos –como tantos otros– lograron construir una figura paterna: un señor alto o normal, con bigotes o barba, rubio, morocho, que cantaba, tomaba licuados o dormía hasta tarde o todo junto; y que logró criar a sus hijos desde la distancia.  Los dos jóvenes contaron a El Ciudadano cómo construyeron, palabra a palabra, foto a foto, la figura de su papá.

Para hablar de un papá desaparecido hay que animarse, pensar y tomarse un tiempo para contar. Muchos hijos de desaparecidos han encontrado en el relato oral o escrito una forma de expresar y sacar afuera sentimientos que son inexplicables. Por eso los relatos de cada uno de ellos van cambiando y mostrando diferentes realidades de la historia. Para formar parte de esta nota, los dos entrevistados resaltaron diferentes aspectos de lo mucho que deben saber de su papá.

“Mi papá era flaco con bigotes, a veces, barba. Petiso como para que algunos le dijeran el enano Garat. No se si tomaba mate o bailaba. Sé que tomaba licuados, y que tocaba el piano. Tenemos el mismo párpado caído, y sus 3 hijos somos muy parecidos a él”, contó, desde las fotos, Florencia. Florencia Garat es diseñadora gráfica. Una de las primeras cosas que dice, o muestra, de su papá Eduardo es un dibujo y una poesía que escribió a partir de una foto que tiene con él. “Si miro lo que nosotros fuimos vuelvo a sentir lo que no recuerdo”, dice su poema. Florencia tenía seis años cuando su papá desapareció: “A esa edad, no se cuánto llega a enseñar un padre a una hija que sea conocimiento medible, o sirva para luego desenvolverse en la vida”. Eduardo Héctor Garat fue secuestrado en la madrugada del 13 de abril de 1978, en la esquina de Santa Fe y España, en Rosario. Tenía 33 años, estaba casado y era abogado, escribano y docente universitario. “No se qué cosas me enseñó mi padre hasta la edad de casi 6 que es cuando desapareció. No creo que haya podido enseñarme filosofía ni historia del arte ni menos aún algo sobre la vigencia de la Constitución nacional del 49.  Sé que veíamos juntos la novela Piel Naranja por las tardes  donde trabajaba Arnaldo André y la canción de la novela era «Quereme» de Marilina Ross. Me la sé”.  Creo que esos casi 6 años son, para el dolor de la ausencia, muy pocos años. Para el amor y otras cosas que se aprenden creo, aunque no pueda recordarlas ni medirlas en algo, son mucho, realmente mucho. Sé lo que me han contado de él. ¿Eso significa que sé poco? Yo sé todo lo que se tiene que saber sobre un padre: que lo único que quería era que fuéramos felices. En eso estamos”.

Gustavo De Vicenzo cuenta más del Día del Padre que de su padre, Roberto De Vicenzo, que desapareció cuando él tenía 7 meses y cuyos restos fueron encontrados hace dos años. Ahora, Gustavo tiene dos hijas, Abril y Lara, de 11 y 6 años, y entonces sí festeja. Antes prefería no hacerlo, quería sacar esta fecha del calendario; ahora, dice, no es “tan fatalista”: “Como tengo dos hijas, pude hacer las paces”.

La familia de Gustavo es numerosa: su compañera, su hermano, sobrinos, tíos, primos. Y el festejo del día de hoy va a ser igual de grande. “Hoy que soy padre me doy cuenta de lo importante que es el vínculo. El «Feliz día del padre» para mí ha sido inexistente. De hecho, siempre me costó pronunciar la palabra mamá o papá, algo tan común en mis hijas cuando se dirigen a mí”, contó Gustavo, taxista y estudiante de historia en el Instituto Olga Cossettini. Gustavo y Darío –su hermano– conocieron a su papá el día que pudieron enterrarlo: allí no sólo se recuperó su identidad y lucha, sino que por primera vez construyeron un recuerdo padre e hijos juntos. Ahora, Gustavo va a las escuelas a contar la historia de su vida y el país, es el “extrovertido” de los hermanos De Vicenzo y tiene la convicción de que, describiendo los sucesos, hace que tanto sus padres como las otas historias se mantengan con vida.

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