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Reportaje

De los Alpes a nuestra pampa: memorias de una inmigrante

Con bien llevados 85 años, y a poco de terminar su mandato de senadora, Mirella Giai presenta su libro “Una vida”.


“En Rosario me falta la montaña, pero tengo el río. Me gusta mirar el río e imagino las montañas de los Alpes en el horizonte”.

Quien se sienta a conversar con Mirella Giai corre el riesgo de que a mitad de la charla lo asalte la sensación de estar hablando con su propia abuela. Más si el que está enfrente tuvo una abuela de raíces piamontesas, de ésas que se sentaban con las amigas alrededor de la mesa a charlar después de la cena y optaban por el dialecto de su lejana tierra cuando no querían que los niños entendieran de qué o de quién hablaban.

Pero a no engañarse: la mujer de 85 años a la que le falta la cercanía de la montaña porque eligió vivir en su modesto departamento familiar, hablante de un castellano atravesado al que cada tanto se le pianta un vocablo italiano, es, por encima de todo, un ser político.

Lo fue siempre. Como su padre partisano que luchó contra los fascistas y su abuelo, al que recuerda como un alegre y afectuoso agricultor socialista que llegó a consigliero del pueblo –Pinerolo– cuya pasión era escribir canciones “en las que transmitía lo que pasaba en el país” y que, por esas cosas de la vida, se casó con una mujer “ultracatólica” de carácter fuerte.

Quizás esa condición de “ser político” es lo que hace que Mirella Giai no se detenga. Que habiendo terminado en 2012 su mandato de senadora en el Parlamento de Italia en representación de los ciudadanos residentes en América del Sur, ahora publique sus memorias, que es la memoria de la marea de inmigrantes llegados desde Europa en la primera mitad del siglo XX.

Histórica dirigente de la colectividad italiana, hoy presidenta honoraria de la Asociación Familia Piamontesa de Rosario, Mirella Giai dice que esos cinco años como senadora para ella significaron un gran aprendizaje, pero a la vez le resultaron duros. En ese lapso cruzó el Atlántico en 94 oportunidades y a “esta edad” vivió sola en un departamento romano que fatigaba su nostalgia: a metros del edificio tenía emplazada a la Virgen del Rosario y a la vuelta el Pasaje Argentino.

El testimonio

Dice Mirella que un día se preguntó qué hacer con todos esos recuerdos de su niñez en los Alpes italianos; la crianza con sus abuelos; su padre “guerrillero” al que un día sorprendió cuando la vio llegar caminando con otros al encuentro clandestino que él había organizado en el nacimiento del río Po, a casi dos mil metros de altura; la infancia feliz pero repleta de carencias; las tardes acostadas en el pasto boca arriba haciendo volar la imaginación aferrada a las nubes por los ojos; su abuelo arropándola como no lo hacía la abuela; la llegada a la Argentina en 1951, tras dieciocho días de viaje, y su resistencia a bajar del barco, porque para ella ese paso mínimo que le restaba tras haber navegado los abismos atlánticos significaba el desacople definitivo con la Italia que los expulsaba pero que amaba.

“No quería bajar; no me olvido del miedo que tenía el día que llegamos al puerto”, recuerda seis décadas más tarde entre risas. Apunta que muchos años después revivió esa sensación, pero exactamente a la inversa, cuando regresó por primera vez a Italia. La envolvía el miedo a que su tierra natal la aferrase y le impidiese retornar a la Argentina, la de adopción.

—¿Cómo revive usted estos recuerdos? ¿Con alegría, nostalgia, tristeza por el tiempo pasado?

—Con alegría, ¡mucha alegría! –no duda Mirella– ¿Y sabe por qué? Porque tenemos que ver atrás no para volver atrás, sino para ver cómo solucionamos ahora los problemas que tenemos. ¡No podemos comer si la televisión está prendida! Porque estamos con eso de la inseguridad que no se puede más vivir, que se mete adentro de la casa… Y los padres que ven sus hijos adolescentes que los quieren pasar por encima como tanques. Y los llevan, los traen, y nada les alcanza ni conforma.

Una herencia sin precio

“Mi papá y mi abuelo fueron fundamentales en mi vida. Lo que más me enorgullece es que me transmitieron una herencia que no tiene valor económico, que la llevo adentro desde toda mi vida”, dice con las manos replegadas sobre el pecho.

En Una vida… Mirella Giai recorre su infancia y adolescencia en Italia, su adultez en Argentina, las décadas al frente del Patronato Inca en el que miles de italianos residentes tramitaron sus pensiones, la delicada tarea de ayudar a sacar del país a quienes estaban amenazados por la dictadura y la experiencia en la gran selva de la política italiana.

Para ilustrar la tapa del libro eligió una flor de pétalos blancos. ¿Por qué una flor? Para responder, toma el libro, abre una de las solapas y ofrece leer en voz alta: “La stella alpina (así se llama) significa osadía, coraje y nobleza pura. Estos significados derivan de la capacidad de la planta para crecer en climas fuertes de montaña alpina y su coloración blanca pura”.

—Es una flor de su tierra natal.

—Es una flor particular. Crece por encima de los dos mil metros. La elegí porque me siento identificada con ella.

La cita

Una vida. Historias de inmigrantes, el libro de Mirella Giai, será presentado hoy con la presencia de la autora en el Espacio Cultural Universitario (ECU), en San Martín 750, a las 19.30. El costo del ejemplar es 100 pesos.

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