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Dan su tiempo para que la lectura sea accesible a todos

Por: Luciana Sosa.- De distintas edades y saberes, colaboran con tareas para que las personas con capacidades diferentes accedan a la lectura.


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A través de la lectura se aprende, se conocen otros mundos, se perfecciona el que se habita, se gana un saber del que no se puede ni se quiere volver. Precisamente, el servicio de lectura accesible para personas con discapacidad de la Biblioteca Argentina (Presidente Roca 731) busca derribar las fronteras que se generan entre el libro original (o los apuntes estudiantiles) y la dificultad de alguien para leerlo, sea por problemas de visión, la incapacidad de sostenerlo, o bien el analfabetismo. Desde hace 18 años se trabaja con el alma solidaria de voluntarios de todas las edades para que los textos (impresos en braille, digitalizados o grabados en audio sean de utilidad para estudiantes de los distintos niveles y aficionados a la lectura, en un sistema público inédito en el interior el país. La convocatoria a sumar voluntarios está abierta. Los interesados en solicitar material o en participar del voluntariado puede comunicarse de lunes a viernes de 9 a 19 y sábados de 9.30 a 13.30 al 480-2701, o escribiendo a bib-accesible@rosario.gov.ar.

Teresa Montero es la coordinadora del Servicio de Lectura Accesible para Personas con Discapacidad y trabaja en la Biblioteca Argentina siendo nexo entre estudiantes o lectores aficionados y los voluntarios que, cada uno con sus posibilidades de tiempo y formación, se encarga de una parte del largo proceso que implica convertir un libro común y corriente, o las fotocopias de un apunte, en un texto “accesible”. El equipo está integrado por cuatro personas, tres de ellas no videntes, a excepción de Cecilia González, una joven periodista que, en su silla de ruedas, realiza las actividades visuales desde la coordinación. “El estudiante viene con el material de estudio, un cuadernillo o fotocopias, y me encargo de desarmarlo, de armar fichas, descanearlo y separarlo para distribuirlo entre los voluntarios que trabajarán con ese material”, comentó.

Cabe señalar que en la actualidad hay unas veinte personas que hacen uso del servicio de lectura accesible. Una especie de banco de datos que cuenta ya con 30 mil libros digitales y unos 400 textos en formato de audio.

Universitarios autónomos

Según detalló Montero a El Ciudadano, la mayoría de los usuarios de los textos accesibles son estudiantes universitarios que, dada las vueltas del sistema educativo, son los que quedan “solos” a la hora de su cursado. “Tanto los estudiantes primarios como secundarios suelen tener docentes especiales que se ocupan de estudiar con ellos, o bien explicarles los temas a incorporar, les ayudan con resúmenes. Pero en el caso de un universitario o terciario, no hay docentes especiales y quedan solos con su alma a la hora de estudiar. Todos pedimos ayuda con nuestra familia pero la autonomía que te da que haya un tercero es una cuestión mucho más humana”, señaló.

Aporte que enriquece

Entre los voluntarios hay distintas historias que los impulsaron a formar parte de este archivo solidario. En el caso de María Eugenia, de 30 años, una “casi comunicadora social y traductora de inglés”, su necesidad de “devolverle algo a la Universidad” la impulsó a dar una mano a los estudiantes. “Cuando me sumé, en 2006, fue para trabajar en material de estudio, pero después los textos fueron variando de acuerdo a la necesidad de otras personas”.

Asimismo, explicó el largo proceso, en el que primero se scanea el texto (original o fotocopia), luego se “limpia” ese material y se puede imprimir en braille o bien guardarlo en formato digital.

Una vez archivado los textos, éstos son leídos y los respectivos audios entregados a los interesados en formatos mp3, que se pueden utilizar en cualquier reproductor.

Juan José, de 75 años, y su esposa, de 73, también forman parte del voluntariado desde 2006. Ambos habían realizado una labor similar en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y cuando se jubilaron regresaron a su Rosario natal y se sumaron a la Biblioteca Argentina.

Juan José se encarga de “limpiar” los textos. “Los alumnos de ahora estudian con fotocopias, y el escaneado es una tarea difícil a la hora de leer ese material. Si está subrayado o mal impreso, ese texto debe corregirse. En tanto, si se trata del material original, el hermoseo y abuso de mayúsculas o símbolos también altera la lectura del lector digital. Mi función es digitalizar el texto y que quede listo para su lectura”. Su esposa es la que se encarga de grabar los textos que Juan corrige y así, ambos comparten esta actividad “que nos permite ocuparnos en nuestro tiempo. Me gusta y estoy haciendo una base de datos multipropósito de primer año. Me interesan muchos de los temas, y las ganas de hacer cosas te da más fuerzas para seguir trabajando por los estudiantes que te necesitan y por los lectores que no pueden llegar a un libro por una discapacidad equis”,  y advierte que trabaja con cualquier tipo de escritos, “excepto con los de química”.

Silvina tiene 65 años y lleva cuatro en el voluntariado. “Me sumé porque acababa de jubilarme como docente de nivel secundario y necesitaba hacer algo que le sirviera a alguien y me sirviera a mí. Admiro a los chicos jóvenes porque están dando su tiempo en una etapa de su vida en las que están llenos de proyectos, responsabilidades y actividades. En cambio, nosotros que estamos bajando las revoluciones, damos el tiempo que ahora tenemos disponible, y es algo egoísta, pero lo hacemos para sentirnos mejor”, confesó.

La mujer también ejercía como docente de inglés y aportó dicho conocimiento a quienes lo necesitaban.

“Cuando empecé aclaré que no podía trabajar mucho con la computadora porque no estoy capacitada para ello. Justo había un señor de 80 años que quería leer todo tipo de lectura histórica y nos encontrábamos dos veces a la semana. Fue una experiencia enriquecedora para ambos porque a medida que le iba leyendo, él citaba un montón de cosas de otros libros que me permitían conocer mucho más del tema”.

Con su conocimiento de inglés empezó a ayudar a una señora que está estudiando nutrición. “En su carrera necesitaba conocer sobre inglés, entonces la ayudé con el tema”.

Por su parte, Mirta, de 63 años, también docente jubilada, participa del servicio de lectura accesible desde 2009.

“Fui docente de nivel inicial y siempre me interesó la inclusión, por eso, cuando me propusieron ser parte del voluntariado, no dudé en registrarme”, compartió.

Su caso es diferente al de sus compañeros, ella no tiene tiempo para dedicarlo en las instalaciones de la Biblioteca Argentina, por lo cual se lleva material a su casa y se encarga del tipeado. “Gracias a Dios me manejo muy bien con la computadora así que además de dedicarme a full a mis nietos, me siento tranquila a escribir por computadora los textos que se necesitan”. Ese archivo lo envía por correo electrónico y así pasa a los lectores. Aclaró que las explicaciones de los pies de página se colocan seguidas del texto a tipear, a diferencia de los textos originales, y que en estos años aprendió de varios temas gracias a los apuntes de derecho, psicología, ciencias políticas y filosofía. “No te das cuenta en el momento, pero vas incorporando conocimiento a medida que trabajás cada texto”, resumió.

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