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Esto que nos ocurrió

Cuando el rey Bobby perdió la corona

Hace 40 años le quitaban el título mundial a uno de los más grandes ajedrecistas de la historia, el estadounidense Robert Fischer.


Este mes se cumplen 40 años del principio del ocaso de uno de los ajedrecistas más grandes de la historia y el único estadounidense en conquistar el campeonato mundial del “juego ciencia”: el recordado Robert “Bobby” Fischer.

Corría 1972 cuando, en plena Guerra Fría, Bobby Fischer se convirtió en un héroe nacional de Estados Unidos al quebrar la hegemonía soviética en el ajedrez y arrebatarle el título al campeón del mundo Boris Spassky en un match memorable que se desarrolló en Reykjavik, la capital de Islandia. “El ajedrez es como una guerra sobre un tablero”, señaló por entonces Fischer, al desafiar a la elite de maestros soviéticos que por aquellos años monopolizaban el “juego ciencia”, despreciándolos públicamente, al punto de tratarlos como “peones políticos” y no como adversarios, sin por eso quedar pegado al anticomunismo recalcitrante esgrimido desde Washington.

Sin embargo, tres años después, volvió a sorprender al mundo al negarse a defender su título de campeón mundial ante el soviético Anatoly Karpov, quien el 3 de abril de 1975 fue proclamado nuevo rey sin mover una pieza.

Bobby dijo que jamás volvería a jugar. Desde entonces, desapareció misteriosamente de la vida pública y sus fugaces reapariciones estuvieron cargadas de polémica, hasta su muerte en 2008.

Señalado como excéntrico, rebelde, paranoico, obsesivo y ermitaño, Fischer combinó un coeficiente de inteligencia “anormalmente alto” (184) y una capacidad de memoria extraordinaria para pergeñar mágicas partidas.

Considerado por muchos expertos como el mejor ajedrecista de todos los tiempos, unió un talento natural al que todo parecía caerle del cielo con el conocimiento enciclopédico más vasto de la historia del ajedrez, y revolucionó así un juego estancado en el siglo XIX. Según el escritor estadounidense George Steiner, verlo caminar hacia su silla antes de una partida era como “ver entrar en escena al mismísimo Hamlet”.

La vida frente a un tablero

Definido por algunos como “el Mozart del ajedrez”, Robert James Fischer nació en Chicago, Illinois, el martes 9 de marzo de 1943. Sus padres, Hans Gerhard Fischer –un biofísico alemán que lo habría adoptado al nacer– y Regina Wender, se separaron cuando Bobby tenía dos años.

En 1949, Regina se trasladó con Bobby y su hermana mayor, Joan, al distrito neoyorquino de Brooklyn, cuna de grandes ajedrecistas. Allí, para entretenerse, los hermanos comenzaron a jugar al ajedrez, que Bobby, de seis años, había aprendido solo, leyendo las instrucciones que traía la caja de un tablero.

Poco a poco, ese juego comenzó a fascinarlo y su madre decidió anotarlo en el Club de Ajedrez de Brooklyn. El tiempo libre que le dejaba el club lo pasaba cuidando a su tío abuelo, con quien jugaba horas y horas sobre la cama, y poco a poco se fue atreviendo a buscar rivales entre los adultos que jugaban por dinero en Washington Square y el Central Park.

El último empujón se lo dio una maestra que, en plena clase, le gritó: “¡Fischer!, no puedo obligarlo a que me escuche ni evitar que juegue al ajedrez. Pero al menos no traiga el tablero a clase”.

A los 13 años, Bobby se convirtió en el campeón junior de ajedrez más joven de su país. En 1958 dejó sus estudios y desde ese año ganó todos los campeonatos de ajedrez de su país a los que se presentó, hasta que se retiró de los circuitos.

En 1971, en el Teatro San Martín de Buenos Aires, arrasó con el ex campeón mundial soviético Tigran Petrossian, en la eliminatoria para determinar quién enfrentaría a Spassky. Y un año después se convirtió en el primer campeón mundial estadounidense al derrotar a Spassky en Reykjavik. La genialidad de Fischer se puede resumir recordando que, en ese match, su oponente tenía 35 grandes maestros como asesores y un equipo de médicos, psicólogos y hasta parapsicólogos. Bobby sólo aceptaba la compañía de un amigo ajedrecista.

Cuando ganó el campeonato, no sólo logró 250 mil dólares y contratos de TV, radio y cine. El recibimiento en Estados Unidos fue apoteótico: el alcalde de Nueva York John Lindsey le otorgó las llaves de la ciudad y lo nombró héroe nacional.

Sin embargo, en 1975 se negó a defender su título contra Karpov, de apenas 23 años –quien se había ganado el derecho a desafiarlo tras superar al veterano Victor Korchnoi en la eliminatoria– y la Federación Internacional de Ajedrez (Fide) le quitó la corona.

En la década de 1980, Fischer se recluyó y no volvió a competir hasta 1992, cuando aceptó enfrentarse de nuevo con Spassky, quien para entonces había adoptado la ciudadanía francesa.

En ese nuevo duelo Fischer-Spassky, había sólo un problema: el escenario del encuentro debía ser el lujoso balneario de Sveti Stefan, en Montenegro. Pero, en aquella época, la ex Yugoslavia estaba arrasada por la guerra y sujeta a sanciones económicas por la ONU.

El gobierno estadounidense recomendó a su ciudadano Fischer que no aceptara jugar el match en ese país, bajo amenazas de sanciones económicas e incluso penales. La respuesta del ajedrecista ante las cámaras de televisión fue escupir públicamente sobre el documento enviado por la Casa Blanca, en el que le prohibía el duelo. Bobby le ganó otra vez a Spassky, por 10 partidas a 5, cobró una bolsa de 3,35 millones de dólares y volvió a retirarse.

Pese a todo, durante el mandato de Bill Clinton, su pasaporte fue renovado en 1997 por otros 10 años. Pero Fischer realizó declaraciones antiestadounidenses tras los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono del 11 de septiembre de 2001, lo que le valió la pérdida de su pasaporte, declarado “no válido”. Al enterarse de los ataques terroristas en Nueva York y Washington, atribuidos a Al Qaeda, declaró a una radio de Filipinas: “Los aplaudo. Estados Unidos e Israel son Estados asesinos y no me importaría que desapareciesen del mapa”. Y en 2003, tras la invasión de Irak, volvió a cargar contra George Walker Bush, al señalar a la misma radio: “El gobierno de Estados Unidos es una brutal y maligna dictadura que me forzó a vivir en el exilio luego de robarme millones de dólares”.

El 13 de julio de 2004, Fischer fue detenido en el aeropuerto japonés de Narita, cuando intentaba viajar a Filipinas, ya que su pasaporte había sido revocado por EE.UU., que exigía su extradición. Bobby calificó su detención de “conspiración criminal” para confiscar y destruir su pasaporte, y expresó su deseo de dejar de ser ciudadano estadounidense.

Fischer murió el jueves 18 de enero de 2008 en Reykjavik, a causa de una enfermedad renal. Había sido internado en noviembre de 2007 por problemas físicos y síntomas de paranoia. Falleció a los 64 años, la misma cantidad de casilleros de un tablero de ajedrez.

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