Edición Impresa

Reflexiones

Cuando dos silencios se batieron a duelo

Los marchantes reclamaron a puro silencio refrendado por intervalos de aplausos: ¡justicia! Justicia en el actuar de la Justicia.


“¡Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad!” (John Locke). Esta semana en Argentina se batieron a duelo “dos silencios”. Uno de los duelistas blandió su silencio ensordecedor replicado en distintos puntos de la geografía argentina. El otro duelista blandió multiplicidad de palabras huecas olvidando que la única verdad es la realidad.

Los marchantes reclamaron a puro silencio refrendado por intervalos de aplausos: ¡justicia! Justicia en el actuar de la justicia. Justicia en el accionar de los dirigentes políticos. Es decir justicia para los justos. Justicia para los corruptos.

Nisman y su dudosa muerte fue el gran convocante. Y en él, todas las muertes que se producen en un país que está haciendo del “gatillo fácil” su debate político.

El otro duelista prefirió en su multiplicidad de palabras huecas como estrategia, el autismo y como aliada, la conspiración.

Nunca como hoy cobra actualidad aquella aseveración que en 1993 hiciese Carlos West Ocampo en mi libro CGT: el poder que no fue: “En Argentina los dirigentes atrasamos”. Toda regla tiene su excepción, en el caso del día 18 el dirigente de los trabajadores del Poder Judicial, Julio Piumato, demostró con su organización que miles de personas pudieron marchar en forma ordenada bajo una lluvia intensa sin gritos, insultos ni cánticos.

La gran pregunta “a metros” de la elección de nuevas autoridades políticas es ¿quién ha comprendido lo sucedido el 18F en Argentina? Si bien la idea surgió de Piumato avalada por un grupo de fiscales, como una manifestación explícita de condolencias que nunca llegaron a la familia del fiscal Nisman, lo cierto es que fue la gente la que protagonizó desde el anonimato tamaña movilización. Que sin querer graficó en qué lugar se encuentra la política. Los dirigentes políticos que concurrieron estaban atrás. Puede ser estrategia. Puede ser respeto. Pueden ser infinitas razones, pero todas nos llevan a concluir que la política no lidera, sigue detrás de los acontecimientos.

Alguna vez Julio Bárbaro habló sobre una condición innegociable que debe poseer quien desee liderar un espacio. Él decía que la política debe enamorar al electorado; y para que ello ocurra, la palabra juega un rol sustancial. Por supuesto que a la palabra le debe seguir la credibilidad que da su concreción.

Insisto en que el vaciamiento de los partidos políticos produjo este desguace en la política argentina, en donde lo peor de la vieja política es abrazado por los que quieren llegar a ella. Nunca es tarde para las revoluciones éticas y morales. El papa Francisco llegó a la Iglesia en el momento en que los cimientos de ésta tambaleaban por distintas inmoralidades: pedofilia, corrupción económica, soberbia, autismo. No dudó desde sus valores y convicciones en meterse en el peor de los barros y en él camina con la adhesión de propios y ajenos buscando un mundo mejor. Tal vez por aquello que dice la canción “sólo el amor convierte en milagro el barro”.

Los argentinos necesitamos de alguien que nos enamore con sus palabras, con su ética y sus proyectos. Alguien que pueda desde la política caminar junto a su pueblo cuando el dolor lo atraviesa.

Comentarios